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– No.

– Le estoy dando el teléfono a Peters -expresó Blair después de hacer una pausa-. Que Dios le ayude, Thomas. Vuelva a nosotros.

– Gracias, señor.

El general levantó el auricular y habló rápidamente, dándole información básica y coordenadas a Thomas para recogerlo en un punto a ochenta kilómetros al sur de París.

– Comuníqueme ahora con el primer ministro israelí -ordenó el presidente a Kreet; luego se dirigió a Monique y Kara-. Creo que merezco una explicación.

Kara miraba al suelo. Levantó una mano y se jaló distraídamente el cabello.

– Debo regresar y decirle a Mikil que él está con las hordas.

– ¿Sabes cómo regresar? -preguntó Monique.

– Sí.

***

THOMAS COLGÓ el teléfono y dio dos pasos hacia las escaleras antes de detenerse en seco. Del sótano venían voces. ¡Estaban en las escaleras! Habrían encontrado al guardia. Sin duda, revisaron la celda y descubrieron que él ya no estaba allí.

Thomas salió corriendo hacia la parte de atrás de la casa, por una vieja cocina, sobre un sofá de la sala, hacia una ventana grande. No se veía ningún guardia en el césped trasero. Corrió el pasador.

La ventana se abrió libremente. Thomas saltó a tierra; se hallaba a medio camino del suelo cuando llegó la primera alarma. Una fuerte sirena que lo hizo estremecer.

– ¡Un hombre abajo!

Thomas corrió hacia el bosque.

***

CARLOS OYÓ la alarma y se quedó helado en el último escalón. ¿Un intruso? Imposible. Justo el día antes habían desalojado la casa cuando los estadounidenses introdujeron fuerzas especiales en un intento por localizar a Thomas. Habían sabido de la misión por adelantado, naturalmente, y permanecieron fuera el tiempo suficiente para que el equipo se convenciera de que la información de Monique de Raison era errónea.

Ninguna intrusión en este momento podría ser parte de la obra estadounidense. No había habido informe. Siempre había la posibilidad de que se hubiera puesto en evidencia el contacto que tenían allí, pero Monique no habría podido decirles quién era su contacto, solo que tenían uno. Y esa fue equivocación de Fortier, no de Carlos.

– ¿Señor? -graznó la radio.

– Cerquen el perímetro -ordenó después de liberar la radio de su cintura-. Cubran las salidas. Disparen apenas vean algo.

Dio dos pasos y se detuvo. Un pensamiento le vino a la mente. La cortada en el cuello. La herida imposible desde la realidad de la que Thomas afirmaba haber venido. Un pequeño vendaje cubría ahora el pequeño corte.

Carlos retrocedió hacia el sótano y corrió al salón donde mantenían el cadáver. El cuerpo de Thomas Hunter. Atravesó la primera puerta e insertó la llave en la portezuela de la bodega. La abrió y encendió la luz.

Rugió de ira y lanzó las llaves contra la pared. Se habían llevado el cuerpo. ¿Pero cómo pudo un equipo haber traspasado sus defensas, irrumpir en este salón y llevarse el cuerpo en cosa de diez minutos? ¡Menos!

A no ser que este hombre realmente hubiera escapado antes a la muerte. A menos…

10

CHELISE DE Qurong salió al balcón del palacio de su padre y miró la procesión que subía por la enlodada calle. Habían capturado más los albinos disidentes. Ella no lograba entender por qué las personas veían en esto un motivo de celebración, pero se amontonaban bastantes en el fondo en la calle, observando, burlándose y riendo como si se tratara de un circo en vez del preludio para una ejecución. Ella comprendía la fascinación natural de ellos por los albinos: parecían más animales que humanos con su cabello brillante y su piel tersa. Como chacales que se habían afeitado el pelaje. Corría un rumor de que tal vez ya ni siquiera fueran humanos.

La bestia de Woref había atrapado a estos chacales. Él hacía desfilar los frutos de su cacería para que todas las mujeres vieran. Chelise no estaba segura de cómo sentirse al respecto. El comandante era un salvaje, pero no necesariamente insoportable. Así se había dicho a sí misma cien veces desde que supiera que él se interesaba en ella.

Ella no se casaría con él, por supuesto. Papá nunca permitiría que su única hija cayera en tales manos.

Por otro lado, no podría ser algo tan malo casarse con un hombre tan poderoso que ejemplificaba todo lo que en realidad era honorable respecto de un ser humano. Todo hombre tenía su lado tierno. Sin duda ella podría domar aun a este monstruo. La tarea hasta podría ser placentera.

Chelise levantó los ojos hacia la ciudad. Casi un millón de personas vivían ahora en esta abarrotada selva; aunque «selva» ya no describía exactamente el gran premio del que las hordas se apoderaran trece meses antes. M menos no aquí por el lago. Veinte mil casuchas cuadradas fabricadas de piedra y barro se extendían por varios kilómetros desde la orilla del lago. El castillo tenía cinco pisos y era la estructura más alta en el dominio de Qurong.

El lamento matutino aún salía del templo, donde los sacerdotes lanzaban sus peroratas acerca del Gran Romance mientras los fieles se bañaban adoloridos.

Ella nunca expresaría en voz alta esos pensamientos, por supuesto. Pero sabía que Ciphus y Qurong habían creado su religión en acuerdos motivados más por intereses políticos que por fe. Conservaban el nombre y muchas de las prácticas del Gran Romance de los habitantes de los bosques, pero también incorporaron muchas de las prácticas de las hordas. En esta religión de ellos había algo para todo el mundo.

No es que eso importara. En primer lugar, Chelise dudaba incluso que existiera un ser llamado Elyon.

Las aguas enlodadas del lago eran consideradas santas. A los fieles se les exigía bañarse en el lago al menos una vez cada semana, una perspectiva que desde el principio aterró a la mayoría de las hordas. Bañarse era una experiencia dolorosa asociada tradicionalmente con castigo, no con limpieza.

No sirvió de nada que Ciphus hubiera drenado el agua roja una semana después de que ahogaran a Justin, y que redirigiera las aguas de manantial dentro de su cuenca… el dolor era dolor, y a ningún encostrado le entusiasmaba el ritual. Pero como decía Ciphus, la religión debe tener su parte de sufrimiento para motivar la fe. Y bañarse en esas aguas enlodadas no tenía ninguno de los efectos adversos de las aguas rojas. Es más, el ritual del baño estaba actualmente de moda entre la clase alta. Ciphus afirmaba que era necesario adoptar la limpieza, no rehuirla, y esta era una enseñanza que Chelise comenzaba a aceptar.

Ahora se bañaba una vez al día.

Discúlpeme, ama, pero Qurong la llama.

Chelise miró a su sirvienta, Elison, una menuda mujer con largo cabello negro anudado alrededor de flores amarillas. Narcisos. Adornarse con flores era 'a práctica de los habitantes del bosque que Chelise adoptó con más placer que quizás cualquier otra. Nunca habían tenido ese lujo en el desierto. Primamente era cada vez más difícil encontrar flores cerca de la ciudad. ¿Dijo que quería verme? -preguntó Chelise.

' Solo que tiene un regalo para usted. ¿Dijo qué clase de regalo?

– No, ama -respondió Elison sonriendo-. Pero no creo que se trate de frutas o flores.

– ¿La villa? -inquirió Chelise, sintiendo que se le aceleraba el pulso.

Todos sabían que Qurong estaba construyendo una villa para su hija en el complejo amurallado al que llamaban el jardín real, a cinco kilómetros en las afueras de la ciudad. Chelise aún no había visto la villa, ya que Qurong mantenía acordonada la sección donde se construía. Pero ella había estado muchas veces en el complejo, por lo general en la biblioteca para escribir o para leer los libros recopilados en los últimos quince años. El mantenimiento de los jardines y los huertos en expansión estaba a cargo de una cuadrilla de veinte siervos. No había ni una hoja de pasto fuera de lugar. Tal era la belleza que el mismo Elyon viviría aquí, se decía.