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– La enfermedad está en la mente, no en la piel, necio. Esta última se manifiesta en la secta de ustedes. ¿Cómo la llaman? ¿El Círculo?

– Representa el círculo del matrimonio.

– ¿Así que ustedes están casados con Elyon?

– En cierto modo, sí.

– ¿Y cuál es ese modo?

– En el mismo modo en que él es un león, un cordero, un niño o Justin.

Ciphus cerró los ojos y respiró hondo.

– Elyon, dame fuerzas. Puedo ver que insistirás en morir, Thomas. Yo había esperado poderte ayudar a ver con sensatez. De veras. El líder supremo me escucha, tú lo sabes. Yo podría haberlo hecho cambiar.

– Y aún puedes.

– Ahora no. No con tu corazón obstinado.

– No estoy sugiriendo que lo cambies por mi bien -expuso Thomas-, sino por el tuyo.

– ¿Um? ¿Es eso cierto? Yo, podría decirse el ser vivo más poderoso en el mundo, ¿necesito tu ayuda? Qué benévolo de tu parte.

– Sí. En todo esto de edificar con barro y chapotear en tu nuevo lago, quizás se te escapó un punto.

– Adelante -incitó Ciphus mirándolo.

– No eres el hombre más poderoso del mundo, aunque podría decirse que deberías serlo. Por desgracia eres un simple títere de Qurong.

– ¡Tonterías!

– Te tolera como asunto de conveniencia. Sus motivos son meramente políticos.

– ¡Esta plática te hará ganar una ejecución!

– Ya me gané la ejecución. Sin duda ves lo que estoy diciendo, Ciphus. Acabo de venir del castillo de Qurong. Él no tiene ni pizca de interés en el Gran Romance. Sabe que someter a su gente a un poder superior solo fortalecerá su poder sobre ellos. Te está utilizando para controlar a su pueblo.

– Siempre ha habido una tensión entre política y religión, ¿de acuerdo?

– objetó Ciphus-. Cuando pensabas correctamente, ¿te seguía la gente a ti, o a mí?

– Seguíamos a Elyon. ¡El Gran Romance siempre fue primero! Y ahora has permitido que el monstruo del castillo te ponga en ridículo sometiéndote a sus pies.

Ciphus se quedó inmóvil mientras Thomas hablaba, quizás tanto con temor de que lo oyeran como de que le hubiera tocado alguna fibra. Thomas debía andarse con cuidado.

– ¿No? -siguió presionando-. Entonces considera esto: cuando decidiste permitir la ejecución de Justin, yo estaba impotente para detenerte. Tu palabra estaba por sobre la mía. Pero si ahora le dices a Qurong que el consejo ha decidido que es necesario derribar su castillo, ¿lo haría él? Creo que en vez de eso derribaría tu Thrall.

– Esto es una charla de tontos. Para mí es un gran privilegio servir al pueblo…

– Quieres decir a Qurong. Eres esclavo de él, Ciphus. Hasta tus ojos ciegos pueden ver eso.

– ¿Y crees que eso se puede cambiar? -gritó el sacerdote golpeando la mesa con el puño.

– Bien -asintió Thomas exhalando-. Entonces lo ves. Elyon no será juguete de ningún hombre, ni siquiera de Qurong. ¿Cómo te atreves a dejarle hacer del Gran Romance su herramienta? Ha reducido tu gran religión a nada más que ataduras para utilizar la voluntad de su pueblo. Él hace una burla de Elyon. Y de ti.

– ¡Basta! -exclamó Ciphus; el hombre había recuperado el control de S1 mismo; contrajo la mandíbula y cruzó los brazos-. Esto no tiene sentido. Creo que se te acabó tu tiempo. Sí -asintió Thomas. Ciphus miró momentáneamente desprevenido por la rápida afirmación e Thomas. Inclinó la cabeza.

– Sí, yo podría tener una manera de cambiar el desequilibrio del poder entre tú y Qurong.

Los ojos del sacerdote giraron abruptamente hacia la puerta. Parpadeó a toda prisa.

– Debes salir antes de que me hagas ahogar también.

– Exactamente. Qurong ahogará al sumo sacerdote solo por hablar contra él. Él lo ha tergiversado. Tú deberías tener el poder de ahogarlo p0t hablar en contra del Gran Romance.

Ciphus no estaba dispuesto a capitular. Él sabía lo peligrosa que era esta conversación, porque sabía que Thomas decía la verdad. Ciphus servía a Qurong. Debía ver la salida a esto antes de insinuar ningún acuerdo.

– Los libros de historia tienen un poder que está detrás de Qurong – continuó Thomas en voz baja-. Estos libros santos podrían restaurar el poder del Gran Romance en su justo lugar. Políticamente hablando. Y con ello, a ti.

– Entonces no lo sabes, ¿verdad? -objetó Ciphus con una sonrisa irónica retorciéndole los labios-. Los libros de historia, que buscabas con tanta desesperación, no son legibles. Aquí falló tu treta.

– Te equivocas. Son legibles y puedo interpretarlos.

– ¿De verdad? ¿Has visto alguna vez uno de los libros?

– Sí. Y pude leerlo como si yo mismo lo hubiera escrito.

La sonrisa se desvaneció.

– También sé que hay libros en blanco. Estos contienen un poder que cambiaría todo. Y sé cómo usarlos.

– ¿Cómo sabes respecto de los libros en blanco?

Thomas había supuesto que eran más; ahora lo sabía.

– Sé más de lo que posiblemente puedes imaginar. Mi interés en lo* libros de historias no es tan frívolo como crees. Ahora nos podrían salvar la vida.

– No comprendes cuan atrevidas son estas afirmaciones -objetó Ciphus después de volver a agarrar la copa y beber.

– No tengo nada que perder. Y con lo que propondré, tampoco tú. El hombre vació la copa y la bajó, negándose a hacer contacto visual-¿De qué se trata?

De que me lleves a los libros de historia y me dejes demostrarte su der.

Qurong no lo permitiría. Y si lo hiciera, ¿cómo sé que no usarías este poder contra mí?

– Los libros contienen verdad. No puedo usar la verdad contra la verdad.

Tú representas la verdad, ¿no es así? ¿He lastimado a algún hombre desde la muerte de Justin? Soy alguien confiable, Ciphus, demente o no.

– Qurong no lo permitirá -expresó el sacerdote mirándolo con cautela.

– Creo que lo hará si se formula adecuadamente la solicitud. Es asunto del Gran Romance. ¿Pero necesitas su permiso?

Un rayo de luz cruzó los ojos del sacerdote. Caminó de un lado al otro, acariciándose el mentón.

– ¿Estás seguro de que puedes interpretar los libros?

– Seguro. Y tengo la seguridad de que no tienes nada que perder al probarme. Si me equivoco, simplemente me devolverás al calabozo. Si no puedo demostrar el poder, harás lo mismo. Pero si tengo razón, juntos cambiaremos la historia.

– ¿Y por qué quieres cambiar la historia conmigo?

– No necesariamente. Quiero vivir. Ese es mi precio. Si tengo razón, garantizarás mi sobrevivencia y la de mis amigos.

Thomas era consciente de que Ciphus probablemente no podría garantizar, o no garantizaría, tal cosa. También era consciente de que quizás no había ningún poder para mostrar a Ciphus. Usar uno de los libros en blanco podría cambiar las cosas en la otra realidad, de por sí una buena razón para ejecutar este plan, pero los libros serían inútiles aquí.

No importaba. Estos no eran los objetivos principales de Thomas. Él seguía otro hilo. Uno muy delgado, de acuerdo, pero al fin y al cabo un hilo.

Incluso si me equivoco respecto del poder, la capacidad de interpretar 05 libros de historia ofrecerá un nuevo poder en sí mismo. ¿Puedes entonces enseñarme a leerlos?

No has estado escuchando -respondió Thomas sonriendo-. No enes idea de lo que tienes en tus manos, ¿verdad? Soy tu sendero hacia el que está exactamente ante ti.

Ciphus levantó su copa, bebió lo último del jugo de fruta, la bajó finalmente y se dirigió a la puerta.

– Vamos entonces.

– ¿Ahora?

– ¿Qué mejor momento? Tienes razón; no necesito permiso de Qurong. Tengo acceso a la biblioteca. Diré que te estoy llevando allá para sacarte una confesión completa e interrogarte sobre varios escritos que he hallado de tu Círculo.

– Solo te mostraré lo que sé con una condición.

– Sí, lo sé. Tu vida. Primero los libros.