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– No, otra condición. Insisto en que esté presente una tercera parte.

– ¿Por qué diablos?

– Mi protección. Quiero una parte que atestigüe nuestro acuerdo. Alguien que esté desconectado de tu propia autoridad pero que tenga suficiente autoridad para corroborar.

– ¡Imposible! ¡Equivaldría a contarle a Qurong que estoy obrando contra él!

– Escoge entonces a alguien que desee ver develados los libros de historia tanto como tú. Sin duda hay alguien a quien Qurong respete tanto para escucharle en caso de que te vuelvas contra mí, pero que no represente una amenaza para ti.

– No lo veo. Si muestras este poder a alguien más, ¿qué valor tiene para mí?

– No le mostraré el poder. Solo demostraré que puedo interpretar los libros. Esto será suficiente para esta persona. ¿Qué tal la esposa de Qurong?

– Patricia. Ella simplemente me hundiría un cuchillo en el estómago tan pronto como me bañe en el lago.

– ¿Quién entonces está obsesionado con las historias?

– El bibliotecario, Christoph. Pero él apenas es mejor. No veo el valor de esta absurda exigencia. Si debo confiar en ti, entonces tú debes confiar en mí.

– Tú tienes motivos para confiar en mí. Mis acciones nunca te han debilitado. Yo, por otra parte, tengo bastantes razones para dudar de ti.

– Entonces no tenemos acuerdo -objetó Ciphus devolviéndose a su escritorio a grandes zancadas.

– Sin duda, habrá alguien en la corte real que tenga bastante interés en las historias para inclinar un poco las reglas.

– La corte real es una comunidad muy pequeña. Está su esposa, su hija y -Ciphus se interrumpió y miró a Thomas-. Su hija está bastante obsesionada con las historias.

– ¿La que se va a casar con Woref? Chelise. Bueno, no me importa la persona mientras sea imparcial y tenga amor por los libros. No hay riesgo para ti. No le diremos que pretendes derrocar a su padre, solo que has acordado llevar mi caso a Qurong si puedo de veras revelar el conocimiento contenido en los libros. Por consideración a Qurong, te niegas a molestarlo con el asunto hasta que hayas verificado que tengo algo que ofrecer.

– ¡No más charlas de derrocamiento! -susurró Ciphus con dureza-. ¡No dije tal cosa! Es estrictamente como dices: Estoy investigando este asunto con toda la intención de motivar la atención de Qurong si encuentro algún mérito.

– Por supuesto. Y podrías sacar a Chelise del salón cuando llegue el momento de mostrarte el poder de los libros. Ciphus frunció el ceño.

– ¡Guardias! -llamó.

– ¿De acuerdo? -preguntó Thomas.

– Hablaré con ella.

La puerta se abrió unos instantes después y entraron dos guardias. Regresen al prisionero a las mazmorras.

13

EL ARREGLO era sencillo, aunque un poco sospechoso para Thomas. Chelise había acordado esperarlos en el interior de la biblioteca al anochecer después de que el bibliotecario hubiera dejado de trabajar. ¿Por qué tan tarde? Thomas quiso saber. Ciphus dijo que era porque a menudo Chelise se quedaba en la biblioteca más tiempo que Christoph.

Ciphus utilizó su propia guardia montada para transportar a Thomas encadenado por varios kilómetros de selva hasta un extenso refugio amurallado que era prodigiosamente hermoso. Sensacional, en realidad. En el instante en que pasaron la puerta principal, Thomas se preguntó si no había despertado en sus sueños, rodeado por un jardín botánico en el sur de Francia.

Pero no, se hallaba durmiendo en un avión por sobre el Atlántico. Este espléndido jardín era muy real.

Todo el complejo estaba asentado en una extensa pradera que Thomas recordaba bien. El jardín botánico cercado por arbustos muy bien recortados era nuevo, pero antes estuvo aquí el huerto de árboles frutales. Senderos de piedra formaban círculos perfectos alrededor de seis enormes tramos de césped con un diferente árbol frutal en cada uno. El huerto también era circular, así como el jardín botánico.

Thomas caviló que este era el Círculo de Qurong. En el centro había una estructura de dos pisos hecha de madera fina. Otros tres edificios, que parecían casas de habitación, se alzaban en cada esquina del refugio. Había un cuarto acordonado detrás del jardín.

– La villa que Qurong le dará a Woref y su hija como regalo de bodas -informó Ciphus-. Ella aún no lo sabe.

– ¿Y es esa la biblioteca? -quiso saber Thomas, señalando con la cabeza la enorme edificación a la que se acercaban.

– Sí.

Parecía demasiado grande para una biblioteca, mucho menos una construida para contener los libros de historias. Era claro que cualquier cosa que alojara era más valiosa para Qurong que el Gran Romance. Seguramente Ciphus podía verlo ahora. Quizás por primera vez.

Atravesaron grandes puertas dobles hacia un pasillo cubierto, vacío a no ser por un elaborado escritorio negro tallado y una más de las estatuas de bronce de Teeleh.

– Espere aquí -ordenó Ciphus a su guardia.

– ¿Qué hay con esto? -preguntó Thomas alargando los brazos encadenados.

Ciphus titubeó.

– Libérenle los brazos. Déjenle encadenados los pies.

– Gracias -contestó Thomas sobándose las muñecas.

– No me agradezcas aún. Camina por delante.

Siguió a Thomas dentro de un salón de dos pisos que parecía antiguo a pesar de su construcción relativamente nueva. Diez enormes escritorios cubrían el suelo, cada uno con su propia lámpara de piso. Las paredes estaban alineadas con libreros, cada uno repleto con rollos y libros empastados. Dos escaleras conducían al segundo piso, donde Thomas vio estantes similares detrás de una barandilla de madera.

Miró alrededor, asombrado por la obra de carpintería. Esto era trabajo de habitantes del bosque. Incluso los libros…

– ¿Puedo? -preguntó, dando un paso adelante hacia un librero.

Ciphus no contestó.

Thomas sacó un libro de una de las estanterías. Era de los que él había enseñado a usar a los escribanos del Círculo, con los recuerdos que él tenía de las historias. Corteza machacada atada alrededor de resmas de papel organizado de manera rudimentaria. Abrió el libro. La escritura eran caracteres básicos en cursiva.

Estas son nuestras propias historias, creadas por los escribanos – comentó Ciphus-. A Qurong le complace mucho la historia. Todo está registrado con sumo cuidado, hasta los detalles más triviales. Durante el día todos los escritorios están ocupados por historiadores. Tenemos nuestros propios escribanos del templo para registrar la historia de Elyon desde la Segunda Era.

– ¿La Segunda Era?

– El Gran Romance desde nuestra época como uno.

– Entonces reconoces que el Gran Romance cambió.

– Todo cambia -respondió Ciphus.

– El edificio es más grande que este salón -comentó Thomas recorriendo el espacio con la mirada-. ¿Qué hay en el resto?

– Chelise está esperando -expresó Ciphus señalando una puerta en el extremo más lejano.

Thomas rodeó los escritorios, puso la mano en una manija grande metálica y abrió la puerta. Varias antorchas iluminaban un salón enorme con libreros en línea del piso al techo. Miles de libros.

Soltó la puerta y entró. Los estantes se elevaban como siete metros y eran atendidos por una escalera. Aquí no había escritorios adornados ni candeleras, solo libros, muchos más de los que Thomas se había imaginado.

Libros empastados en cuero.

¿Los libros de historias?

– Estos… ¿qué son estos?

– Los libros de historias, por supuesto.

– ¿Tantos? Yo… ¡yo no tenía idea que fueran tantos! ¿Son libros de historias todos estos?

– Una admisión no muy alentadora del hombre que afirma saber todo lo que hay respecto de los libros -manifestó una voz baja a la derecha de Thomas.

Él se volvió. Chelise se hallaba detrás de un escritorio grande, sobre el cual tenía abierto uno de los libros. La joven rodeó el escritorio y camino hacia ellos, con un vestido negro suelto alrededor de los tobillos. Se había echado la capucha para atrás, dejando ver un cabello largo, oscuro y brillante. Asombraba en gran manera el contraste entre el rostro blanco y el pelo negro.