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– ¿Cree usted que mi padre iba a cargar todos los libros adondequiera que fuera?

Los ojos de ella examinaron los de Thomas y por un momento él creyó que lo pudo haber reconocido del desierto.

– No tengo toda la noche -expresó ella mirando a Ciphus-. O este albino sabe algo, o no lo sabe. Podemos dejarlo claro en pocos minutos.

– Los asuntos de historias nunca se establecen con ligereza -informó Ciphus-. Te doy una hora.

– Ahórreme la elocuencia, sacerdote. ¿Puede él interpretarlos o no? – preguntó ella; luego se volvió hacia Thomas-. Muéstrenos.

Thomas aún se hallaba demasiado asombrado para pensar correctamente. Sabía que quizás esta era su única oportunidad de pasar algo de tiempo con los libros. ¿Cuáles eran las posibilidades de encontrar los libros particulares que trataban con el Gran Engaño y la vacuna Raison?

– ¿Cuántos hay?

– Muchos -respondió Chelise-. Muchos miles. Thomas ingresó más al salón. La luz de las antorchas irradiaba un débil brillo sobre los lomos de cuero.

– ¿Están clasificados?

– ¿Cómo clasificar lo que no podemos leer? -objetó Ciphus.

– ¿Ni siquiera pueden leer los títulos?

– ¿Cómo podríamos? No están en nuestro idioma.

Pero estaban en el idioma común. Thomas miró un libro en la estantería más cercana. Las historias según el segundo de cinco volúmenes. No tenía idea qué significaba, pero pudo leer las palabras con bastante facilidad. Todos habían oído decir que las hordas no podían leer los libros de historias, pero esto parecía un poco ridículo. ¿Estaban sus mentes tan engañadas? Y ahora Ciphus se hallaba entre ellos.

– ¿Cree usted que el registro de todo lo que ha sucedido se hallaría en dos o tres libros? -inquirió Chelise.

– No. Solo que no esperaba tantos -contestó; debía encontrar lo que Pudiera respecto de la variedad Raison-. ¿Sabe usted si están en algún orden? Me gustaría ver uno que trate con el Gran Engaño.

– No, no hay orden -explicó Ciphus-. Los pusieron en el sitio hombres que no leen. Creí que ya habíamos dejado claro eso.

– ¿Dónde los encontró Qurong? Ninguno contestó.

– ¿No lo sabe usted? -indagó Thomas mirando a Chelise-. ¿Cómo pudo su padre entrar en posesión de tantos libros sin un registro de dónde los halló?

– El afirma que Elyon se los mostró.

– ¿Elyon? ¿O fue Teeleh?

– Cuando yo era más joven él decía Teeleh. Ahora dice Elyon. No sé cuál, y francamente, no me importa. Estoy interesada en lo que dicen, no de dónde vinieron.

– Lo que dicen solo se pude entender al comprender primero de dónde vinieron. Quién los escribió.

– ¿Es este tu gran secreto? -objetó Ciphus-. ¿Nos vas a decir que la única forma de interpretar estos libros es a través de tu comprensión de Elyon? No nos hagas perder el tiempo.

– ¿Dije que Elyon los escribió?

– ¿Sabe usted quién los escribió? -quiso saber Chelise. Él había suscitado algún interés en ella. Habla con cuidado, Thomas. No te puedes dar el lujo de poner a Ciphus contra ti.

– ¿Dónde están los libros en blanco?

– ¿Los libros en blanco? -preguntó Chelise mirando a Ciphus-. No me interesan los libros en blanco. Puedo leer páginas en blanco tan bien como usted.

Ciphus apartó la mirada.

– Muéstreme entonces el libro que usted tiene abierto -pidió Thomas.

Ella le lanzó una larga mirada, luego se dirigió con garbo hacia el escritorio. Él la siguió con Ciphus a su lado.

Solo él sabía que esta mujer tenía su destino en las manos. Debía hallar una forma de ganarse su confianza. Pero al verla atravesar ligeramente el piso de madera sintió un rayo de esperanza. Suzan había visto algo en los ojos de ella y él también estaba seguro de haberlo visto. Anhelos por la verdad, quizás Chelise rodeó el escritorio y bajó la mano hacia la página abierta. Sus ojos analizaron brevemente la página, luego los levantó hasta toparse con los de él. ¿Cuántas veces había mirado ella con ansia estos libros, preguntándose qué misterios contenían?

– Tengo abierto este -informó ella.

– ¿Por qué este?

– Es el primero que miré cuando era niña.

Thomas bajó la mirada a la página abierta. Escritura inglesa. Podía leer perfectamente bien el escrito. Ellos no debían enterarse de que, aparte del libro Las historias escritas por el Amado, y del que había abierto en la tienda de Qurong, este era el primer libro de historia que él también había leído.

– Y si puedo leer este libro, si puedo decirles lo que dice, ¿qué me darán?

– Nada.

– Mi muerte es el regalo de bodas de Woref para usted. ¿No creería usted que la vida del hombre que puede leerle estos libros sería de más provecho que su muerte?

Ella pestañeó.

– ¡No tendré parte en esto! -exclamó Ciphus-. No dijiste nada…

– Está bien, Ciphus -tranquilizó Chelise-. Creo que puedo hablar por mí misma. La vida de usted es insignificante para mí. Aunque pudiera leer este libro, lo cual no me ha demostrado, usted no me serviría para nada. No puedo soportar estar en el mismo cuarto con usted suficiente tiempo como para oírle leer o aprender a leer. Años de curiosidad me trajeron aquí esta noche, pero esta será la única vez.

Pareció que hubieran succionado el aire del salón. Thomas no estaba seguro por qué le afectaron las palabras de la muchacha, solo que así fue. Él había enfrentado antes la muerte. Aunque esas palabras fueran la sentencia de muerte ante este estúpido plan, el dolor que sintió no era por su propia muerte sino por el rechazo de ella hacia él.

Ciphus me prometió vivir -anunció él.

Dije que presentaría tu caso. Será Qurong quien determine tu desloo, no Chelise. Eres un necio al pensar otra cosa.

Era al menos una esperanza, pero las palabras sonaron insubstanciales.

Thomas asintió y rodeó el escritorio.

***

CHELISE SE dio cuenta de que sus palabras lo habían herido, y lo encontró un poco sorprendente. ¿Qué pudo él haber esperado? Él sabía que era un albino. Sabía que al desafiar a Qurong se había ganado una sentencia de muerte y sin embargo persistía en desafiar.

Si Ciphus no hubiera estado presente, ella podría haber dicho lo mismo con un poco menos de mordacidad. Aunque era verdad, la puso nerviosa el pensamiento de estar sola por mucho tiempo con un albino. Incluso asqueada.

Ella lo vio rodear el escritorio, alicaído. Pensar que este hombre había desafiado una vez al gran Martyn y hasta a Woref. Ahora no parecía ningún guerrero. Los brazos de él eran fuertes y su pecho musculoso, pero sus ojos eran verdes y su piel…

¿Cómo sería rozar una piel tan suave?

La joven rechazó el pensamiento y se hizo a un lado para que él pasara. Él podría haber agarrado muy fácilmente el libro desde el otro lado del escritorio. En vez de eso se le acercó a ella.

Chelise estaba siendo demasiado sensible. Era indudable que él la odiaba más de lo que ella a él. Y si no era así, él era un necio por malinterpretar la repugnancia de ella hacia la enfermedad de él.

Thomas estiró la mano hacia la página y siguió las palabras en lo alto. El escrito era extraño para ella, pero él leyó en voz alta como si hubiera estado leyendo este lenguaje toda la vida.

– Kevin bajó lentamente por la vía, atraído hacia el enorme roble al final de la calle. Estaba completamente seguro de que se le partía el alma, y saber que su madre no tendría que volver a trabajar no le ayudaba a sanar la herida.

Thomas levantó la mano, pero sus ojos siguieron examinando, leyendo.

– ¿Qué significa eso? -preguntó Chelise.