– ¡Me importa un bledo si se necesita un año para analizarlas! ¡Necesito que se haga en cinco días!
Los arrebatos del presidente eran raros pero no asombrosos. Ni siquiera sorprendentes.
– Lo siento -se excusó él, cerró los ojos y respiró hondo para calmarse-. Si usted cree que alguien más está mejor cualificado para manejar esto, dígamelo ahora.
– No, señor. Perdóneme a mí. Sería útil tener aquí a Monique.
– Entiendo -expresó el presidente Blair mirando a Monique.
El día antes habían llevado a Monique a los Laboratorios Genetrix en Baltirnore y la genetista había regresado en un vuelo esa mañana para seguir trabajando con Theresa por medio de una consagrada conexión de comunicaciones. Casi todo laboratorio con instalaciones de investigación genética, 0 relacionado con drogas, se había conectado con Laboratorios Genetrix después de que los Centros para el Control de Enfermedades y la organización Mundial de la Salud habían demostrado ser inadecuados. Un personal de veinticinco investigadores con doctorados en campos relacionados registraba miles de datos y se fijaba en alguno que cumpliera el modelo principal que Farmacéutica Raison había establecido para descubrir un antivirus.
Aunque su antivirus «puerta trasera» había resultado insuficiente, Monique había traído de vuelta con ella una información importante: las manipulaciones del gen que ella había diseñado al crear la vacuna Raison eran al menos una parte del antivirus. Minutos antes le había explicado todo el panorama al presidente. Valborg Svensson nunca la habría conservado viva tanto tiempo como hizo a menos que necesitara la información que ella le proporcionara, concretamente, las manipulaciones genéticas que completaban el antivirus.
– ¿Deduzco entonces por sus afirmaciones anteriores que aunque descubramos un antivirus en los próximos cinco días sería un problema fabricar suficiente y distribuirlo? -indagó Blair haciendo girar el cuello y caminando de un lado a otro.
– ¿Monique? -exclamó Theresa, dejándole que respondiera.
– Eso depende de la naturaleza del antivirus, pero usted comprende que morirán personas. Aunque hallemos hoy la respuesta, algunas morirán. Individuos aislados, por ejemplo, quienes han decidido vagar por el desierto para encontrar paz.
– Entiendo. Pero tomemos un panorama más amplio. Nuestros mejores cálculos son que los primeros síntomas catastróficos de la variedad Raison se podrían manifestar tan solo en cinco días, ¿correcto?
– Sí, señor.
– Pero podríamos tener hasta diez días. Y la aparición de la enfermedad tardará unos cuantos días más… no todo el mundo fue infectado en los primeros días.
– Una semana para la aparición total… eso es correcto.
– Por tanto podríamos tener más de dos semanas antes de que algunas personas muestren síntomas.
– Quizás. Pero es probable que el período de incubación sea más corto. Podríamos comenzar a ver síntomas en menos de tres días en Bangkok y las otras ciudades de ingreso.
– ¿Y cuánto tiempo tenemos hasta que empiecen a morir personas?
– Los mejores cálculos indican cuarenta y ocho horas desde el comienzo de los síntomas. Pero solo es una conjetura…
– Por supuesto. Todo esto lo es -interrumpió Blair levantando una mano y mirando directamente a Monique-. Si fuéramos a recibir en cinco días el antivirus de parte de Armand Fortier, suponiendo que ese fuera el inicio de los primeros síntomas, ¿podríamos fabricarlo y distribuirlo con suficiente rapidez para salvar a la mayor parte de nuestra población?
– Depende…
– No, Monique, no quiero ningún «depende». Quiero nuestros mejores cálculos.
– Seis mil millones de jeringas… -comenzó a decir ella poniendo los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos.
– Tenemos veintiocho plantas en siete países fabricando jeringas en todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud suplirá las jeringas solicitadas en caso de que usted tenga éxito.
– Millones que viven en países del Tercer Mundo no tendrán acceso inmediato a esas jeringas.
– Ellos también fueron los últimos en ser infectados. Tendremos todo avión que pueda volar cargado con el antivirus una hora después de haber dado la orden. Hemos ideado un plan detallado de distribución que en una semana entregará a la mayor parte del mundo un antivirus en una jeringa. Será una carrera, lo sé, pero quiero saber quién la ganará.
– Es probable que un antivirus de acción rápida pueda revertir el virus S1 lo administramos en las cuarenta y ocho horas después de los primeros síntomas -contestó ella respirando hondo.
– Por consiguiente, si empezamos con las ciudades de ingreso, como Nueva York y Bangkok, y en cinco días a partir de ahora inundamos el mercado con un antivirus, tendríamos una posibilidad de salvar a la mayoría. Suponiendo que el virus espere cinco días, sí. La mayor parte. ¿Noventa por ciento? Eso sería la mayor parte, sí.
– ¿Sra. Sumner?
Yo estaría de acuerdo -contestó Theresa por el parlante telefónico.
El presidente se dirigió al extremo del salón, con las manos agarradas a la espalda. Levantó la mirada hacia un televisor que mostraba el desarrollo de un motín en Yakarta, desatado por la noticia de que el estallido supuestamente controlado en Java en realidad no había sido controlado en absoluto.
– Estamos manteniendo unido al mundo con un hilo -comentó el presidente Blair-. Nuestros barcos están programados para entregar la mayor parte de nuestras armas nucleares en un período de tres días. Nuestra única esperanza de conseguir el antivirus de la Nueva Lealtad es desarmarnos y exponernos a un holocausto nuclear. Aun entonces, no creo que Francia pretenda tratar directamente con nosotros, ni con los israelíes. Les darán lo que tengan a rusos y chinos, pero no a nosotros.
Regresó a mirarlos.
– No podemos tratar con Fortier. Nuestra única esperanza verdadera reposa en ustedes.
La posición del presidente le pareció extrema a Kara, pero ella ya no confiaba en sus propios juicios en cuanto a qué era extremo. Que le constara, su única esperanza no reposaba en Monique, Theresa o alguien de la comunidad científica, sino en Thomas. Debía haber una razón para que todo esto estuviera sucediendo.
– Reúnanse conmigo cuando llegue Thomas -indicó el presidente- Pueden salir.
Ellas salieron sin decir nada. Ron Kreet le estaba diciendo al presidente que tenía una llamada del premier ruso en dos minutos.
– No parece prometedor -le comentó Kara a Monique mientras caminaban por el pasillo.
– Nunca lo fue. No puedo imaginar que la solución a esto venga desde este extremo.
¿Este extremo?
– ¿Thomas?
Monique asintió.
– No estoy afirmando que tenga sentido para mí, pero sí. Tú estuviste allá, Kara. Es real, ¿no es cierto? Quiero decir, lo sentí muy real cuando 1° soñé.
– Tan real como esto. Es como si Thomas fuera una ventana dentro de otra dimensión. Él vive en las dos realidades, y nuestros ojos se abren por medio de su sangre.
– Pero me sentí más como Rachelle cuando estuve allí. Monique solo era un sueño para mí.
– Esto no puede ser un sueño -negó Kara, mirando alrededor-. ¿Puede serlo?
Ella no contestó. No necesitaba hacerlo… ambas supieron lo que debían hacer ahora para entenderlo.
– ¿Piensas en él? -indagó Kara.
– Todo el tiempo -respondió Monique.
– Probablemente él aún esté durmiendo -comentó Kara mirándose el reloj-. Eso significa que ahora mismo está con las hordas. Si no está soñando con las hordas, no hay forma de decir cuántos días pasarán antes de que despierte.
– En esa realidad.
– Sí.
– ¿Cómo dejaría de soñar?