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– Las hordas podrían saber acerca de la fruta rambután.

– ¡Entonces deberíamos despertarlo ahora! -exclamó Monique pestañeando-. ¿Y si las hordas lo ejecutan?

– No importa si lo despertamos. El tiempo que pasa allá depende de sus sueños allá, no de su despertar aquí. Créeme, tardé dos semanas en comprender eso. Él podría pasar una semana con las hordas en los escasos minutos siguientes que esté soñando en el avión.

Entraron en una pequeña cafetería. Pronto estará aquí -manifestó Kara-. Esperemos que tenga algunas respuestas.

15

WOREF SE paró ante Qurong en la cámara del consejo, escuchando al anciano echar chispas acerca de los libros de historias. Esa mañana, el bibliotecario, Christoph, informó que esos libros habían desparecido. Los escribanos habían revuelto todo buscándolos, pero sin éxito.

– ¿Cómo pueden mil volúmenes desaparecer así no más en el aire? – refunfuñó Qurong-. Quiero hallarlos. No me importa si tienen que buscar en todas las casas de la ciudad.

– Lo haremos, su alteza. Pero ahora tengo otros asuntos.

– ¿Qué otros asuntos? ¿Son más urgentes tus asuntos que los míos?

El necio vejete no podía mantener un pensamiento fijo por más de unos cuantos minutos. Su obsesión con estos libros estaba interfiriendo con asuntos más importantes; sin duda él lo sabía.

Una imagen de Teeleh relampagueó en la mente de Woref, y él apretó la mandíbula. Había decidido rechazar a la bestia. Poseería a Chelise, sí. Y la amaría como él sabía amar. Ella sería suya y si se le resistía usaría cualquier forma de persuasión adecuada en el momento. Pero Teeleh habló de amor como si fuera una fuerza aplastante. El pensamiento le produjo náuseas.

– Tengo una boda mañana.

– ¿Y tienen tus bodas prioridad sobre mis libros? ¿Esperas que yo asista en este estado a la boda de mi propia hija?

– No, señor. Nunca -contestó el general, por cuyo corazón corrió un rayo de ira al comprender que Qurong podría posponer la boda por un asunto trivial como este.

– Esto tiene prioridad -declaró Qurong andando de un lado a otro} refunfuñando-. Nada sucede hasta que hallemos los libros.

– Señor, me atrevo a sugerir que tal vez a su esposa no le parezca muy comprensivo un aplazamiento…

– Mi esposa hará lo que yo diga. Se trata de ti, Woref. Tu encendida pasión compromete tu propia lealtad a tu rey. Has estado acosando por años a mi hija y, cuando finalmente te la entrego, ¡de inmediato cuestionas mi autoridad! Debería olvidarme de todo el asunto.

Woref reprimió su furia. Tomaré a tu hija. Y luego tomaré tu reino.

Las palabras de Teeleh le susurraron en la memoria. La haré mía.

– Usted tiene mi lealtad eterna, mi rey. Suspenderé nuestra búsqueda de los albinos restantes y personalmente me encargaré de ver sus libros.

En vez de expresar la debida ansiedad ante la sugerencia de Woref de hacer una pausa en la campaña militar, Qurong estuvo de acuerdo.

– Bueno. Revuelve cada piedra. Eso es todo -ordenó, recogió su copa y se alejó, dejando a Woref en un ligero estado de shock.

Qurong se detuvo en la puerta como si de pronto se le acabara de ocurrir algo.

– ¿Quieres casarte con mi hija? Entonces empieza con ella. Nadie conoce la biblioteca como ella -manifestó, se volvió y miró cuidadosamente a Woref-. Veremos si tienes las habilidades necesarias para domar a una moza. Ella está en su recámara.

Woref tembló de ira. ¿Cómo podía un padre hablar de tal manera respecto de la mujer que iba a ser suya? Una novia tan preciosa, que conserva su belleza natural, que descansa en este mismo instante en su habitación mientras su propio padre la difama.

Teeleh, sí. ¡Pero el padre!

Woref puso la mano sobre la mesa para calmarse. El día de atravesar una daga por el vientre de Qurong llegaría más pronto de lo que cualquiera se Podría imaginar.

Estás enojado porque Qurong es siervo de Teeleh y ahora sabes que tú también lo eres.

Hizo rechinar las muelas y resopló. Sí, era cierto, y se despreció por eso. Woref atravesó el salón, entró al pasillo cubierto y miró las escaleras que Cantaban de piso en piso, hasta el quinto, donde esperaba en silencio la recámara de Chelise. El hombre miró alrededor, vio que se hallaba solo, v salió corriendo hacia las escaleras.

El deseo le hervía en el vientre. No tocaría a Chelise, naturalmente. En ese sentido él para nada era como Qurong. Y nunca le haría daño a ella. ¡S¡¡ siquiera Qurong golpeaba a su esposa. No era apropiado en la realeza. Sea como sea, Woref no podría lastimar a su tierna novia.

Pero también…

No. Solo quería verla. Mirarle el rostro, sabiendo que mañana la iba a poseer. Él nunca había estado en el quinto piso, mucho menos en la habitación de ella. Pero ahora Qurong le había dado permiso. Los libros. No olvidaría preguntarle por los libros.

Trepó rápidamente, temiendo que en cualquier momento saliera la esposa de Qurong y le exigiera irse. Se haría como dijera Patricia. Un día también tendría que silenciarla. Quizás la tome como segunda esposa. Había una mujer que a él le gustaría golpear.

Pero no a la hija. Nunca a Chelise.

Se paró ante la puerta y tocó suavemente.

– Adelante.

Woref abrió la puerta. La joven se hallaba sentada sobre la cama con su sirvienta. Los ojos de ambas centellearon con sorpresa.

– Discúlpame -expresó él inclinando la cabeza-. Temo que Qurong insistió en que hablara de inmediato contigo.

– Entonces usted debió enviar a que una criada me buscara -contestó Chelise.

– Él insistió en que viniera. Es un asunto de grave importancia – declaró, y miró a la criada-. Déjenos solos.

La mujer miró a Chelise y, al no objetar ella, se retiró.

Woref cerró la puerta y miró a su novia, quien ahora estaba de pie al lado de la cama. Tenía blanca y hermosa la piel. No tan blanca como cuando llevaba puesto el morst, pero él la prefería de este modo. La fragancia de pie' sin tratar lo agitaba de una forma que solo entendería un verdadero guerrero. Los ojos de ella eran blancos, como lunas gemelas. Tenía la boca redonda y el cuerpo esbelto en la larga y suelta túnica.

Nunca había visto una criatura tan hermosa.

– ¿De qué se trata? -exigió saber la joven.

Él se acercó a ella, cuidando de no parecer muy ansioso.

– Qurong está preocupado acerca de algunos libros que han desaparecido de la biblioteca -anunció Woref-. Él cree que tú podrías ayudarnos a encontrarlos.

– ¿Cuáles libros?

– Los libros de historias en blanco.

– ¿Han desaparecido?

– Todos.

– ¿Cómo es posible eso? ¡Hay demasiados!

Woref se acercó más. Ahora podía olerle el aliento, la fragancia de almizcle del amor.

– Por favor, no se acerque más -pidió ella.

Él se detuvo, sorprendido por la petición.

– No fue mi intención ofenderte.

– De ninguna manera. Pero aún no estamos casados.

– Eres mía por compromiso matrimonial. Estaremos casados.

– Mañana.

Lo irritó el tono con que Chelise lo dijo. Era como si ella estuviera insistiendo en mañana en vez de ahora. Como si pudiera esperar disfrutar un último día separada de él. ¿No lo ansiaba ella como él la deseaba?

– Sí, desde luego -contestó él apoyándose en el otro pie.

– ¿Qué tengo que ver con esto? -preguntó ella.

Aumentó la irritación de Woref. Habló rápidamente para cubrir su bochorno.

– Parece que tu padre cree que podrías saber algo respecto de los libros. Has pasado más tiempo en la biblioteca incluso que él.

No tengo idea de qué les pudo haber pasado a esos libros. No veo por 1ue él lo envió a interrogarme acerca de sus asuntos. No se permiten hombres en este piso. Mamá no lo aprobaría.

No creo que comprendas la importancia de esto para el líder Supremo. Y no veo qué tiene que ver la opinión de tu madre sobre mi venida aquí con que te ofendas. Me fuiste dada a mí, no a ella.