Cinco días. ¿Podía ella sentir ahora alguno de los síntomas? Se fijó en su piel. Nada. Articulaciones, dedos, tobillos. Los movió todos y aún no sintió nada. A menos que el leve cosquilleo que sentía en la pantorrilla derecha fuera una erupción.
Ahora estaba imaginando.
De pronto la mente le dio vueltas. ¿Síntomas? No, la droga comenzaba a surtir efecto.
– Creo que es hora -anunció ella.
– Un segundo.
– ¿Se siente cansada? ¿Aturdida? -inquirió el doctor acercándose finalmente después de manipular la máquina.
– Casi.
– ¿Quiere un poco de anestesia local? Ella no había pensado en eso.
– Simplemente haga el pequeño corte -contestó, Kara quería una cortada para tener la prueba en el brazo si despertaba en otra realidad.
– De tamaño suficiente como para que sangre -dedujo Bancroft.
– Usted hágalo.
El doctor le humedeció el antebrazo derecho con una mota de algodón y luego le presionó con cuidado un escalpelo contra la piel. Un dolor punzante le subió por el brazo y se estremeció.
– Fácil -anunció él-. Terminó.
El doctor agarró una jeringa con un poco de la sangre de Thomas. La muestra era pequeña… usarían casi la mitad en este experimento.
– Habría sido más fácil inyectar esta -comentó él.
– No sabemos si funcionaría de ese modo. Solo haga lo que dio resultado con Monique. No tenemos tiempo para desperdiciar.
Bancroft bajó la jeringuilla y depositó cinco o seis gotas de la sangre de Thomas en el brazo de Kara, las que se fundieron con la sangre de la joven en una diminuta burbuja. El doctor embadurnó ambas sangres con el dedo enguantado. Por un largo momento los dos observaron la mancha roja de la mezcla.
Se miraron a los ojos. Por los parlantes se escuchaba una música pop suave… una versión instrumental de «Reina Danzante» de Abba. El hombre bajó la intensidad de las luces aún más que cuando Kara entró por primera vez al laboratorio.
– Espero que esto funcione -declaró ella.
– Duerma.
La chica volvió a cerrar los ojos.
– ¿Debo despertarla?
Thomas siempre había afirmado que una hora durmiendo aquí podría ser un año en un sueño. El ingreso de la joven al mundo de él se lograría al quedarse dormida aquí. Su regreso aquí se podría precipitar durmiendo allá.
– Despiérteme en una hora -respondió ella.
2
DOS CEREMONIAS caracterizaban al Círculo más que cualquier otra: unión y defunción. La unión era una ceremonia de bodas. La defunción era un funeral. Ambas eran celebraciones.
Esta noche, a cien metros del campamento al lado del estanque rojo que los atrajera a este sitio, Thomas dirigió a su tribu en la defunción. La tribu constaba de sesenta y siete miembros, incluyendo hombres, mujeres y niños, y todos lloraban y celebraban la muerte de Elijah.
Lloraban porque, aunque Elijah no dejaba parientes de sangre, el anciano había sido una alegría. A sus narraciones ante las fogatas nocturnas había asistido fielmente la mitad de la tribu. Elijah tuvo una manera de hacer que los niños rieran a carcajadas mientras cautivaba a sus oyentes adultos con misterio e intriga. Todos concordaban en que solo Tanis había contado leyendas tan brillantes, y eso fue antes del Cruce, mucho tiempo atrás.
Por supuesto, aparte de sus narraciones, había más cosas que gustaban de Elijah: su amor por los niños, su fascinación con Elyon, sus palabras de consuelo en ocasiones en que la persecución de las hordas se había vuelto más estresante de lo que cualquiera de ellos podía soportar.
Pero también celebraban la defunción de Elijah como alabarían la muerte de cualquiera. Elijah estaba ahora en mejor compañía. Se hallaba con Justin. Ninguno de ellos sabía exactamente cómo la pasaban con Justin aquellos como Rachelle y Elijah que se hallaban realmente con él, pero la tribu de Thomas no tenía ninguna duda de que sus seres queridos se hallaban con su Creador. Tenían además tantos recuerdos de sus inmersiones en el agua tonificante del lago esmeralda como para sentir deseos de volver a reunirse con Elyon en tan absoluta felicidad.
Permanecieron en un círculo alrededor del montón de leña, mirando en silencio el cuerpo inerte de Elijan. Algunos tenían las mejillas humedecidas de lágrimas; otros sonreían con dulzura; todos ensimismados en sus propios recuerdos del hombre.
Thomas miró la tribu. Ahora su familia. Cada hombre, mujer y niño portaba una antorcha ardiendo, listos para encender la pira en el momento apropiado. Casi todos vestían las mismas túnicas beige que usaran a inicios del día, aunque muchos se habían puesto en el cabello flores del desierto y se habían pintado el rostro con colores brillantes, mezcla de caliza en polvo y agua.
Samuel y Marie se hallaban a la derecha de Thomas, al lado de Mikil y Jamous. Ellos habían crecido mucho en este año pasado y ya eran prácticamente un hombre y una mujer. Ambos usaban los mismos colgantes en forma de monedas que llevaban todos los asistentes al Círculo, por lo general dispuestos en una cuerda de cuero alrededor del cuello, pero también como cadenitas o brazaletes en los tobillos, como tenían ahora Samuel y Marie.
Johan y William se habían unido a la tribu para la reunión del consejo de la mañana y ahora permanecían a la derecha de Thomas.
A la luz de las antorchas, más allá del círculo, brillaba el sombrío estanque de agua de color rojo oscuro. Cien árboles frutales y palmas se levantaban alrededor del oasis. Antes de que terminara la noche festejarían con frutas y danzarían bajo su poder, pero por ahora tendrían un momento de tribulación.
Thomas y su pequeña banda habían encontrado el primero de veintisiete estanques rojos entre un pequeño terreno de árboles, exactamente donde Justin dijo que lo encontrarían. En trece meses el Círculo había guiado a casi mil encostrados dentro de las aguas rojas, donde se ahogaron por su propia voluntad y hallaron nueva vida. Mil. Un grupo minúsculo comparado con los dos millones de encostrados que ahora vivían en las predominantes selvas. Aun así, en el momento en que Qurong se dio cuenta del creciente movimiento, organizó una campaña para erradicar de la Tierra a los miembros del Círculo. Estos se habían vuelto nómadas, acampaban en tiendas de lona cerca de los estanques rojos cuando era posible, y huían cuando no lo era. Principalmente huían.
Johan les había enseñado técnicas de sobrevivencia en el desierto: cómo plantar y cosechar trigo del desierto, cómo hacer hilo de los tallos y tejer túnicas. La ropa de cama, los muebles y hasta las mismas tiendas eran aterradores recordatorios de las costumbres de las hordas, aunque particularmente coloreados y confeccionados con los gustos de los moradores del bosque. Comían fruta con el pan y adornaban las tiendas con flores silvestres.
Thomas dirigió otra vez sus pensamientos al cuerpo de Elijah sobre la leña. Finalmente todos morirían… esto era lo único seguro para toda criatura viva. Pero después de sus muertes cada uno hallaría una vida que apenas imaginaban en este lado del bosque colorido. En muchos sentidos, él envidiaba al anciano.
Thomas levantó su antorcha. Los demás siguieron su ejemplo.
– Hemos nacido de agua y de espíritu -gritó.
– De agua y de espíritu -repitió la tribu.
Una nueva energía pareció surgir en el frío aire nocturno.
– Quemamos este cuerpo en desafío a la muerte. Esta no tiene poder sobre nosotros. El espíritu vive, aunque la carne muera. ¡Somos nacidos de agua y del espíritu!
Un eco de murmullos de las palabras del líder recorrió todo el círculo.
– Ya sea que nos tome la espada, la edad o cualquier otra causa, aún estamos vivos, pasando de este mundo al siguiente. ¡Por eso celebramos esta noche la defunción de Elijah! ¡Él está donde a la larga estaremos todos!
La emoción ahora era palpable. Se habían despedido y mostrado sus respetos. Ahora era el momento de saborear la victoria de ellos sobre la muerte.