– Hay una visita a la ciudad planeada para esta tarde. Qurong quiere mostrarle los prisioneros a la población. Usted irá encadenado detrás de nosotros. Ellos se burlarán de usted. Esa es mi verdad.
Chelise salió sin mirar hacia atrás.
COMO PROMETIERA, esa tarde Qurong arrastró a sus prisioneros por la ciudad. La familia real marchaba en una línea de tres en corceles negros seguida por Woref y Ciphus. Luego Thomas, a pie y cada brazo encadenad0 a un encostrado. William, Suzan, Caín y Stephen seguían detrás con sus propios guardias. En la retaguardia, un ejército de mil guerreros en uniformes de batalla, armados con guadañas. Los cuernos anunciaban su llegada y en las calles se alinearon cientos de miles de encostrados atormentados por la enfermedad.
Thomas veía a cada lado la verdadera miseria de las hordas. Un bebé cateaba sobre el suelo lodoso entre las piernas de su madre, gritando para ser oído en medio del barullo de insultos que se había convertido en un firme estruendo. Thomas estaba seguro de que los niños lloraban tanto por el dolor de la enfermedad como por cualquier otra incomodidad.
Los guardias se separaban de vez en cuando para dejar que los jóvenes arrojaran fruta podrida a los prisioneros. La poca hierba que había crecido a lo largo del sendero del desfile fue rápidamente pisoteada y embarrada. Varias casuchas cayeron bajo el peso de los espectadores.
Parecía haber una infección particular extendiéndose entre una considerable parte de los pobladores. Llagas rojas en sus cuellos, en carne viva y sangrante. Thomas caminaba lenta y pesadamente, temeroso de mirarlos, mucho menos de sentir afecto por ellos.
El desfile duró más o menos una hora y Chelise no lo miró ni una vez con ojos amables ni le mostró ninguna señal de recelo. Cabalgaba erguida, sin mostrar ninguna emoción. Ella tenía razón: esta era su verdad.
Thomas pasó la noche en su celda, demasiado asqueado para comer. Pero aún no se podía quitar de la mente la imagen de ella. Le rogó a Elyon por el entendimiento, el corazón, la mente y el alma de la muchacha. Finalmente lloró hasta quedar dormido.
No soñó.
CHELISE CABALGO hasta el jardín real la mañana siguiente, tan pronto como sintió que podía librarse de las miradas curiosas de la corte. Ella se estaba involucrando en un juego peligroso. Hasta la más ínfima amabilidad estrada a Thomas podría abrir una brecha entre ella y Qurong. Su padre a amaba; estaba segura de eso. Pero ese amor estaba condicionado por las costumbres de su pueblo. Cientos de miles de hombres habían muerto en batalla tratando de derrotar a Thomas de Hunter. Ayudarlo de alguna manera se podría ver como una traición. Qurong nunca aceptaría una traición, y no precisamente en su propia corte.
Y Woref… Chelise se estremeció al pensar en lo que Woref haría si llegara a sospechar incluso la más pequeña delicadeza que ella albergara p0r Thomas de Hunter.
La noche anterior ella había resuelto otro asunto con su sirvienta, Elison.
– ¿Por qué está tan disgustada por esto, Chelise? -le había preguntado Elison-. Creo que a usted le convino hacer desfilar encadenado a su nuevo esclavo. ¡Con mayor razón tratándose de Thomas de Hunter! Qurong afirma que es esclavo de él, pero se dice en las calles que la idea fue de usted.
– ¿De dónde sacaste eso? ¿Tienen oídos las paredes aquí?
– Creo que Ciphus comentó algo. El punto es que la población la ama por eso. La princesa que arrastra encadenado al poderoso guerrero.
– A ningún hombre se le debería ultrajar de ese modo. Especialmente a un gran guerrero. ¡Las personas son como perros hambrientos! ¿Les viste la mirada en los ojos?
– Por favor, mi señora -objetó Elison-. No malinterprete la situación. Thomas de Hunter es el hombre responsable de dejar viuda a una mujer de cada diez en esta ciudad.
– Él es grande, pero no tanto.
– Los guardianes del bosque entonces. Bajo las órdenes de él.
– Los guardianes del bosque ya no existen. Ni siquiera portan espadas… ¿qué clase de enemigo es ese?
Elison la miró, sin poder decir nada.
– No te hagas la ignorante conmigo, Elison. Si no puedo confiar en ti, ¿en quién entonces confiaría?
– Desde luego que puede.
Ella se volvió hacia su criada, la agarró de la mano, y la llevó al asiento de la ventana.
– Dime que preferirías morir antes que traicionarme. Júramelo.
– Pero, mi señora, usted conoce mi lealtad.
– Júralo entonces!
– ¡Lo juro! ¿Qué es esta plática sobre traición?
– Simpatizo con él, Elison. Algunas personas considerarían eso como traición-No entiendo. Si usted fuera a decir algo más escandaloso, algún servicio que requiriera de él como esclavo, yo podría entenderlo. ¿Pero simpatía? Él es un Albino.
– ¡Y tiene más conocimientos que Ciphus y Qurong juntos! -exclamó Chelise; los ojos de Elison se abrieron de par en par-. ¿Ves por qué insistí en que juraras? Matar a Thomas de Hunter sería acabar con la mente más grandiosa. Quizás él sea el único que pueda leer los libros de historias.
– Usted… a usted le gusta -dijo la criada mirándola con cara de haber caído en la cuenta.
– Tal vez sí. Pero él es un albino, y encuentro repulsivos a los albinos -cuestionó ella, y miró por la ventana a la luna creciente-. Es extraño que los llamemos albinos cuando somos más blancos que ellos. Incluso cubrimos nuestra piel para suavizarla como la de ellos.
Elison se paró asombrada.
– Siéntate.
Ella se sentó.
– Te estás olvidando de ti. Creo que deberías simpatizar con Thomas. Los dos están en servidumbre. Él es un hombre amable, Elison. Diría que el más amable que he visto. Simplemente simpatizo con Thomas del modo en que podría simpatizar con un cordero condenado. Sin duda puedes descubrirlo en ti misma para entender eso.
– Sí. Sí, supongo que puedo -contestó ella, con los ojos aún desorbitados-. ¿Le ha… le ha tocado usted la piel?
– ¿Quién es ahora la escandalosa? -preguntó Chelise soltando una risotada-. ¿Me estás tratando de indisponer? No siento ninguna atracción hacia él como hombre, gracias a Elyon por eso, o podría estar metida en un Verdadero lío. ¿Te puedes imaginar la reacción de Woref?
– Amar a un albino sería traición. Penada con la muerte -le recordó su sirvienta.
– Sí, así sería.
Chelise había salido después, sintiendo seguridad en su sencillo análisis. a primera vez que pensaba en su uso del morst como una forma de llegar a ser más albina. Solo una coincidencia, por supuesto. La moda era algo cambiante y en este momento sucedía que el nuevo morst que les cubría 1,¡ carne escamosa distinguía de los plebeyos a las mujeres de la realeza. En l0íl años venideros podría ser una pintura azul.
Ahora ella atravesó la puerta principal del jardín real y se volvió a Claudus, el guardia principal que se había criado como hijo del cocinero.
– Buenos días, Claudus.
– Buenos días, mi señora. Hermosa mañana.
– ¿Pasó alguien esta mañana?
– Los escribanos. Nadie más.
– ¿Se bañó mi esclavo como ordené?
– Sí, ¡y no estaba mugriento! También le dimos una túnica limpia. La espera adentro con los libros.
– Bien. Además debería haberle pedido que lo empolve -manifestó ella fustigando el caballo, y luego pensó que era mejor aclarar su afirmación-. Apenas puedo soportar estar cerca de él.
– ¿Lo empolvamos entonces?
– No. No, no estoy así de débil. Gracias. Claudus.
– Desde luego, mi señora.
Se dirigió a la biblioteca, deseosa de estar otra vez entre los libros. Con Thomas. Con toda sinceridad creyó que el pensamiento de empolvarlo sería una infamia. No deseaba que él fuera como ella. Ahora sentía vergüenza.