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– Sí. Está bien, espéreme en mi despacho. Dame un minuto. Merton, llévalos por favor al despacho presidencial y déjalos allí.

– Inmediatamente, señor.

Blair llevó aparte al director de la oficina y habló en voz baja.

– Por aquí -mostró Gains.

Lo siguieron en silencio por varios corredores repletos de actividad. Entraron a la oficina ovalada.

Ellos se quedaron en la majestuosa oficina, rodeados de silencio.

– El libro atravesó conmigo, Kara.

– ¿El libro en blanco? ¿A qué te refieres con «atravesó»?

– Estaba conmigo cuando desperté sobre la camilla en el sótano del complejo de Fortier. Es el único objeto que ha cruzado entre las realidades. Habilidades, sangre y conocimiento… y ahora este libro. Y, si estoy en lo cierto, los demás libros en blanco de algún modo me pudieron haber seguido.

– Los libros son conocimiento -afirmó Kara-. El conocimiento cruza. ¡Esto es increíble!

No, esto no es increíble. Perdí el libro. Se lo llevó uno de los guardias, quien no tiene idea de lo que este puede hacer. ¿Cuánto tiempo tenemos con el virus?

– Cinco días. Tal vez menos, quizás más. Diez a lo máximo.

– Entonces creo que el libro tendrá que esperar.

La puerta se abrió de golpe y el presidente entró solo.

– Lo siento, tuve que colgar -comunicó, fue hasta su escritorio y recogió una lata de Pepsi al clima, luego los guió hasta los sofás; luego se dirigió a Thomas, tuteándolo-. Muy bien, Thomas, estás aquí.

– ¿Está limpia esta oficina?

– La limpiaron de micrófonos esta mañana.

– ¿Quién? Lo siento, no importa. No logro decidir en qué mundo me encuentro.

– Dime -expresó Blair, asintiendo.

– Está bien -dijo Thomas, respiró profundo; se sentó en el borde del sofá y correspondió al tuteo-. Sígueme atentamente. Entiendo que la crisis inmediata entre Israel y Francia se ha aplacado.

– Por ahora. Pero la situación puede empeorar en cualquier momento. En tres días perderemos nuestro arsenal nuclear.

– Vamos a necesitar a los israelíes.

– ¿Cómo? -cuestionó el presidente.

Thomas vaciló antes de hablar.

– ¿Qué dirías si te cuento que podría haber una manera de que yo introduzca a un hombre en el círculo íntimo de ellos?

– ¿Te refieres al lado de Fortier?

– Bastante cerca para olerle el aliento.

– Diría que debimos haberlo hecho hace dos semanas. ¿Quién?

– Carlos Missirian.

– Él está con ellos. No comprendo.

– Creo que podríamos entrar a la mente de Carlos. Para eso necesito a Johan. Ya antes compartieron una conexión; creo que Johan podría volver a hacerlo. Pero él tendrá que soñar estando en contacto con mi sangre.

– No estoy seguro de conocer a este Johan.

– ¿Está Johan… conectado con Carlos? -quiso saber Kara.

– ¡Sugieres que Johan despertaría como Carlos si sueña usándote como entrada! -exclamó Monique.

– Sí.

– ¡Podría funcionar!

– Discúlpenme -terció el presidente levantando una mano-. Quizás podrían ser un poco más claros.

– Es la manera en que funcionan los sueños -explicó Thomas-. Los tres hemos soñado. Conocemos a alguien en el otro mundo que podría llegar a Carlos.

– ¿De veras? Me sorprende que yo no hubiera pensado en eso.

– Por favor, Sr. Presidente, se nos acaba el tiempo.

– Bien -manifestó Blair levantando ambas manos-. Intentaré algo en este punto. ¿Cómo conseguimos a este Johan?

– Bueno, en realidad tenemos un problema. En este momento me tienen cautivo. Debemos llegar a Johan a través de mí, y aquí es donde entra Kara -expuso, y miró a su hermana-. Vuelve conmigo. Como Mikil. Tú y Johan tienen que sacarnos de la ciudad… la ejecución de los otros está programada para mañana.

– ¿Sacarlos sin pelear? -preguntó ella, desorientada por la sugerencia.

– Tengo una idea. Será difícil, pero con la ayuda de Johan tendrán una buena probabilidad.

– ¿No puedes pelear? -inquirió Monique-. Deberías entrar allí y hacer lo que sea necesario. ¡Matar a un montón si tienes que hacerlo!

– No -objetó Thomas-. Esa no es la manera en que funciona ahora el Círculo.

El presidente se recostó y cruzó las piernas.

– Si no estuviéramos enfrentando la extinción, en este momento yo podría estar llamando a seguridad.

Los tres lo miraron. Thomas se volvió hacia Kara.

– Tienes que liberarme. Si Mikil aún está cerca del Bosque Sur, a un día de camino, quizás ya sea demasiado tarde. Pero no se me ocurren alternativas.

Un grueso libro de pasta negra de cuero yacía en el extremo de la mesa a la derecha de Thomas. Una Biblia. Su sueño del Círculo le giró vertiginosamente en la mente.

– Pero no está prevista tu ejecución, ¿verdad? -indagó Kara.

– No -respondió él-. ¿Significa algo para ustedes la frase «pan de vida»?

Se quedaron en silencio, al no esperar la extraña pregunta. Thomas volvió a mirar a Kara.

– El pan de vida. La luz del mundo. Dos de una docena de metáforas que usamos en el Círculo para referirnos a Justin.

– El pan de vida -concordó Kara-. Parece una frase que papá solía usar cuando era capellán.

– De los Evangelios -explicó el presidente.

Thomas estiró la mano hacia la Biblia y la levantó lentamente. Los Evangelios. ¿Sería posible? El aire se sentía espeso. Las palabras pronunciadas por su padre años antes se le entrecruzaron en la mente. Él nunca les había puesto mucha atención, pero ahora le hablaban suavemente desde el fondo de su memoria, como susurros de los muertos.

¿O de los vivos?

Abrió el libro y lo hojeó por la parte final. Halló los Evangelios. El Evangelio de Juan.

Thomas leyó la primera línea y sintió que se le iban las fuerzas del brazo. Aquí en sus manos tenía una copia de un libro que Justin les había dejado.

Las historias escritas por el Amado.

Kara se había levantado y miraba el libro.

– ¿El libro de historias?

– Uno de ellos -declaró Thomas cerrando la Biblia y bajándola.

– ¿Es ese uno de los libros? -preguntó Monique-. ¿Cómo es posible?

– Todo lo que ha ocurrido aquí está registrado en los libros de historias -explicó Thomas-. Todo.

Pero era más que eso, ¿correcto? Este era el único libro que Justin les había dejado. En gran medida, el dogma del Círculo se basaba en esta obra.

El presidente Blair carraspeó.

– Suponiendo que llegues hasta Carlos, ¿cuál es el plan? Sí, el plan.

20

LA MULTITUD aumentaba a gran velocidad, pero no con suficiente rapidez para Phil Grant. El plan había sido bastante sencillo y el líder de la mayoría del senado había llegado, pero el tiempo se agotaba, y ahora Thomas Hunter había vuelto a gastar una de sus bromas pesadas de esos sueños. Phil atravesó el césped con la radio en la mano, frotándose la frente con un pañuelo. Cada cincuenta metros estaba ubicada una línea de militares blindados con uniformes color café, hasta formar un largo perímetro alrededor de los terrenos de la Casa Blanca. Ejército regular. Toda una división se había asignado a Washington. Había varios tanques por las calles, con las portezuelas abiertas y soldados en sus torres blindadas. La presencia de estos artefactos se había tolerado solo porque la nación estaba preocupada con asuntos peores. La guardia nacional se había volcado a las calles de las cincuenta ciudades más grandes de la nación, que abarcaban desde Nueva York hasta Los Ángeles. No había incidentes de conflicto fatal. Todavía.

Mil pares de ojos seguían a Phil mientras caminaba. Los manifestantes estaban detrás de la cerca, como a cien metros de distancia, pero sus miradas señalaban incluso a esa distancia. La gente era una combinación de «se lo dije, acabadores del mundo», activistas antigubernamentales y una sorprendente cantidad de ciudadanos comunes y corrientes que se habían conectado con Mike Orear y que decidieron que adoptar una causa, por poco Práctica que fuera, era mejor que sentarse a morir en casa.