– Por favor. No es posible reconciliar las palabras «encostrada» y «refinada».
– Tú mantente alerta -insinuó Jamous-. Quizás no sean refinados, pero pueden empuñar muy bien sus espadas.
Thomas había dicho que si Mikil moría, Kara también moriría en el laboratorio del Dr. Bancroft. Extraño. Pero Mikil estaba acostumbrada al peligro.
– Vamos.
Jamous vaciló, luego sujetó los brazos de Mikil para formar el acostumbrado círculo.
– La fortaleza de Elyon.
– La fortaleza de Elyon.
Los hombres desaparecieron en medio de la noche. Mikil corrió hacia la elevada cerca de postes y trepó al árbol que habían elegido. Thomas lo había llamado el jardín real. Había media luna… ella lograba ver el contorno de los arbustos colocados con cuidado alrededor de los árboles frutales. El enorme edificio en espiral, a cien metros dentro del complejo era más despejado. La biblioteca.
En este lado del jardín no había señal de ningún guardia. Mikil agarró |0s afilados conos en dos postes adyacentes, lanzó ambas piernas sobre la cerca, y cayó a tierra tres metros abajo. La túnica era negra… si caminaba c0n el blanco rostro agachado sería bastante invisible. Atravesó corriendo el jardín, sorprendida por el cuidado que las hordas habían puesto en recortar los bordes y los setos. Por todos lados había flores. Hasta los árboles frutales habían sido podados adecuadamente.
Se ocultó detrás de un gigantesco árbol de nanka a treinta metros de la puerta principal de la biblioteca, donde dos guardias se hallaban recostados contra la pared. Era extraño que desde el ahogamiento no sintiera ira hacia ellos. No podía decir que sintiera alguna compasión por los encostrados, como sentían algunos, pero consideraba bastante misericordia a su falta de furia. El hecho de que ella hubiera sido cómplice en condenar a Justin solo la hacía enojarse con el engaño que los cegaba tan agudamente.
Mikil no se sorprendió al comprender que su enojo estaba dirigido a la enfermedad, no a las hordas. No tenía compasión por la enfermedad. La diferencia entre ella y algunos de los demás, William por ejemplo, era que al ver a dos guardias enfermos ella vio principalmente la enfermedad; William habría visto solo a los guardias.
La teniente alejó con un parpadeo sus pensamientos. Era hora de practicar un poco de su engaño. Debía suponer que Johan y Jamous se hallaban en sus puestos.
Bajó la cabeza y se dirigió directamente hacia el amplio sendero que llevaba a la biblioteca. Veinticinco metros. Apareció gravilla bajo sus pies… seguramente ya la habrían visto. Respiró profundo, se irguió todo lo que pudo con gracilidad, levantó la barbilla como podría hacerlo una princesa y caminó a grandes zancadas hacia los dos guardias.
De repente el guardia de la izquierda se irguió y tosió. El otro lo oyó, vio a Mikil, y rápidamente se enderezó. No supieron qué hacer. No muchos visitantes a esta hora de la noche, ¿no es así, sacos de escamas?
Ella se detuvo cerca del fondo de las escaleras. Abran la puerta -ordenó calmadamente. ¿Quién es usted? -preguntó el guardia de la derecha.
– No sean idiotas. ¿No pueden reconocer en la noche a la hija de Qurong?
Él titubeó y miró a su compañero.
– ¿Por qué está usted usando…?
– ¡Vengan acá! -ordenó ella señalando el suelo-. Bajen aquí, ¡los dos! ¿Cómo se atreven a cuestionar mi elección de ropa? ¡Quiero que vean mi rostro de cerca para que nunca más vuelvan a cuestionar quién les está ordenando! ¡Muévanse!
Ella no estaba segura de que se la oyera como una princesa, pero los guardias descendieron cautelosamente las escaleras.
– Pretendo dejar pasar esta indiscreción, pero si ustedes se mueven tan lentos podría cambiar de parecer.
Ellos corrieron hacia delante.
Dos sombras volaron de cada esquina del edificio, y Mikil levantó la voz para cubrir cualquier sonido que pudieran hacer.
– Ahora la realidad es que no soy la hija de Qurong, pero sé que estoy aquí en nombre de ella. Ella me dijo dónde encontrar al albino para poder rescatarlo. Está enamorada de nuestro querido Thomas, ¿saben?
Los guardias se detuvieron en el último peldaño exactamente cuándo Johan y Jamous saltaban los peldaños por detrás y los aporrearon a cada uno en la base de las nucas. Gimieron y cayeron a dúo.
A rastras alejaron a los guardias de las escaleras y los colocaron sobre el césped.
– ¿Algún daño? -inquirió Mikil.
– Sobrevivirán.
Thomas objetaría, pero finalmente vería el motivo. Y aunque estos podrían hacer peligrar el rescate, de todos modos vivirían. En sí esta era una modalidad de no violencia. Era absurda la parte acerca del amor de la princesa por Thomas… algo que más adelante provocaría risa en los guardias. Si Mikil tenía suerte, eso incluso podría meter en aprietos a la princesa.
– Vamos.
Johan y Jamous entraron en silencio a la biblioteca con Mikil detrás. La puerta hacia el hueco de la escalera se hallaba exactamente donde Thomas le había dicho que estaría.
– Por aquí. Los llamaré.
Ella esperó que Jamous y Johan se ocultaran en las sombras a cada lado ¿e Ja puerta, luego la abrió un poco. Desde abajo brilló luz de antorchas.
Ella asintió a Jamous, abrió del todo la puerta y bajó un escalón.
– ¿Hay alguien despierto aquí? ¡Necesito inmediatamente la ayuda de dos guardias!
La voz de ella resonó a sus espaldas. Allá pudo haber habido un sonido, pero ella no estaba segura.
– ¿Están ustedes dormidos? ¡No tengo toda la noche! Se hallaron los libros, ¡y Woref exige de inmediato la ayuda de ustedes!
Ahora el sonido de pisadas golpeaba las piedras planas abajo. Ella dio la vuelta exactamente cuándo se divisaba a dos guardias, ambos empuñando antorchas.
– ¡Rápido, rápido! -exclamó ella entrando al vestíbulo mientras las botas de ellos subían los escalones pisando fuerte.
Jamous y Johan agarraron a estos dos guardias incluso con menos incidentes que a los de afuera. Había sido demasiado fácil. Otra vez, la inteligencia adecuada era a menudo la clave para la victoria en cualquier batalla.
Mikil buscó las llaves en el cinturón de uno de los guardias, las encontró, le arrebató una antorcha de las manos a Jamous y descendió las escaleras tan rápido como le permitía su larga túnica. Un corredor de piedra tallada llevaba a una puerta a la izquierda.
– ¿Thomas?
– ¡Aquí! ¿Mikil? La puerta, ¡rápido!
Ella insertó la llave y desatrancó la puerta. La abrió y la antorcha iluminó a Thomas, de pie con una larga túnica negra casi idéntica a la de ella. Él le vio el rostro y se quedó paralizado. La teniente había esperado que él saltara hacia ella y tomara el control inmediato. En vez de eso pareció extrañamente asombrado por su amiga.
Tranquilo. Pese a mi apariencia fantasmal, no soy una aparición.
– ¿Mikil?
– ¿No es esto lo que esperabas? No me digas, ¿te deja anonadado mi belleza? -bromeó ella sonriendo.
– Gracias a Elyon -comentó él, sacudiéndose el temor; corrió hacia ella y le agarró los brazos-. ¿Y los otros?
– Tengo a Jamous y a Johan. Aún no hemos ido por los otros.
– ¡Entonces debemos apurarnos! -exclamó, saltando hacia las escaleras.
– Debimos usar un poco de fuerza, Thomas -debió advertirle ella.
Él entró al vestíbulo y se paró en seco. Dos cuerpos yacían amontonados. Desde allí miró a Johan, luego a Mikil quien se paró a su lado.
– Solo un golpe, Thomas. Si quieres, podríamos darles un poco de fruta -expresó Mikil.
Thomas corrió hacia la puerta y miró hacia el cielo. Un leve brillo surgía en el horizonte oriental.
– No hay tiempo.
THOMAS CORRIÓ detrás de ellos con la aterradora sensación de que sería demasiado tarde. No había manera de que cuatro albinos pasaran desapercibidos una vez que la ciudad comenzara a despertar.