Thomas miró a Samuel y a Marie, quienes lo estaban observando. Su propia madre, y esposa de él, Rachelle, había sido asesinada trece meses atrás. Ellos habían llorado esa muerte más que los demás, solo que entonces habían entendido menos que ahora.
Les guiñó un ojo a sus hijos, luego agitó la antorcha por encima de la cabeza.
– ¡A vivir con Justin!
Corrió hacia la pira y metió su antorcha en la madera. Al unísono, el Círculo se reunió en el montón de leña. Los que se hallaban cerca introdujeron sus antorchas; los demás las aventaron.
El fuego envolvió el cuerpo de Elijah con un ruido repentino.
Al instante se oyó en la noche un son de tambores. Surgieron voces de júbilo y se levantaron brazos hacia el cielo en victoria, quizás en esperanza exagerada, pero con el genuino espíritu del Círculo. Sin la creencia en lo que les aguardaba a cada uno de ellos, todas las demás esperanzas eran discutibles.
Elijah había sido llevado al Gran Romance. Esta noche él era la novia, y su novio, Justin, quien también era Elyon, lo había llevado de vuelta al lago de aguas infinitas. Y a más.
Decir que no había al menos un poco de envidia entre la tribu en un momento como este sería una mentira.
Danzaron en un enorme círculo alrededor del rugiente fuego. Thomas reía a medida que la celebración tomaba vida propia. Observó el círculo, con el corazón pletórico de orgullo. Luego retrocedió de la luz danzante del fuego y cruzó los brazos. Miró la oscura noche donde un cielo estrellado perfilaba los barrancos.
– ¿Ves, Justin? Celebramos nuestra defunción con el mismo fervor que nos mostraste después de la tuya.
Una imagen le inundó la mente: Justin montando hacia ellos sobre un caballo blanco el día siguiente al que lo ahogaran, luego deteniéndose, con los ojos radiantes de emoción. Justin había corrido hacia cada uno de ellos y les había agarrado las manos. Ese día declaró que ellos eran el Círculo.
El día que las hordas mataran a Rachelle.
– Espero que tuvieras razón acerca de permanecer aquí -le declaró una voz quedamente en el hombro.
Miró a Johan, quien le seguía la mirada hacia los barrancos.
– Si las hordas están en algún lugar cercano ya habrán visto el fuego – declaró Johan.
– ¿Cuándo hemos permitido que la amenaza de unos cuantos encostrados nos distraiga de celebrar nuestro amor sagrado? -expresó Thomas agarrándolo del hombro-. Además, no ha habido advertencia de parte de nuestra guardia.
– Pero hemos oído que Woref ha intensificado su búsqueda. Conozco a ese tipo; es implacable.
– Y así es nuestro amor por Justin. Estoy harto de huir.
Johan no reaccionó.
– ¿Nos reunimos al amanecer?
– Suponiendo que las hordas no nos hayan expulsado a todos al desierto -contestó Thomas, y guiñó un ojo-. Al amanecer.
– Ahora le restas importancia. Muy pronto eso será una realidad – objetó Johan; inclinó la cabeza y regresó a la diversión.
SE SENTARON sobre rocas planas temprano la mañana siguiente, reflexionando. Al menos Thomas, Suzan y Jeremiah reflexionaban, callados la mayor parte del tiempo. Los demás miembros del consejo, Johan, William y Ronin, también podrían estar cavilando, pero su actividad craneal no interfería con sus bocas.
– ¡Nunca! -exclamó Ronin-. Te puedo asegurar sin la más leve reserva que si Justin estuviera hoy aquí, en este mismísimo cañón, te lo aclararía. ¡El siempre insistió en que nos odiarían! ¿Y ahora sugieres que nos desviemos de nuestro camino para apaciguar a las hordas? ¿Por qué?
– ¿Cómo podemos influir en las hordas si nos odian? -objetó Johan-. Sí, déjales odiar nuestras creencias. Allá no tienes argumento de mi parte. Sin embargo, ¿significa esto que deberíamos desviarnos de nuestro camino para fastidiarlos tanto que lleguen a odiar a todo albino que vean?
Las hordas se referían a ellos como albinos porque estos no tenían la piel escamosa y grisácea como la de los encostrados. Irónico, pues todos ellos eran más morenos que las hordas. Es más, casi la mitad de los del Círculo, incluyendo a Suzan, tenían varios tonos de piel color chocolate. Estos eran la envidia de los albinos de piel más clara porque los ricos tonos los diferenciaban muy dramáticamente de las blancuzcas hordas. Algunos miembros del Círculo hasta se pintaban la piel de café para las ceremonias. Todos usaban con orgullo el nombre de albinos. Significaba que eran distintos, y no había nada que quisieran más que ser diferentes de las hordas.
– Estás poniendo palabras en mi boca -cuestionó Ronin andando de un lado a otro en la arena, con el rostro colorado a pesar del aire frío-. Nunca sugerí que fastidiáramos a las hordas. Pero Justin nunca estuvo a favor del statu quo. Si las hordas son la cultura, entonces Justin era la contracultura. Si perdemos ese entendimiento, perdemos quiénes somos.
– No estás escuchando, Ronin -suspiró Johan con frustración-. Qurong nos dejó tranquilos durante los seis primeros meses. Se hallaba demasiado ocupado derribando árboles a fin de hacer espacio para su nueva ciudad. Pero ahora la situación ha cambiado. Esta nueva campaña dirigida por Woref no es para ellos tan solo una distracción temporal. ¡Conozco a Qurong! Peor aún, conozco a Woref. Esa vieja víbora supervisó una vez el servicio de inteligencia de las hordas bajo mis órdenes. Sin duda en este mismo instante nos está acechando. No se detendrá hasta que cada uno de nosotros esté muerto. ¿Crees que Justin pretendió llevarnos a nuestra muerte?
– ¿No es por eso que entramos a los estanques rojos? ¿Para morir? – inquirió Ronin; luego agarró el colgante que tenía en el pecho y lo estiró-. ¿No nos marca nuestra misma historia como muertos a este mundo?
El medallón que sostenía en la mano había sido tallado en jade verde hallado en los cañones al norte del Bosque Sur; unos artesanos le hicieron incrustaciones con pizarra negra pulida para representar la invasión de la maldad en el bosque colorido. Dentro del círculo negro se cruzaban dos tiras de cuero teñidas de rojo, que representaban el sacrificio de Justin en los estanques rojos. Finalmente, le tallaron un círculo blanco de mármol donde se cruzaban las dos tiras.
– Hallamos vida, no muerte, en los estanques -expresó Johan-. Pero aun allí podríamos considerar un cambio en nuestras estrategias.
Thomas miró al hermano de su finada esposa. Este no era el niño que una vez saltara de manera inocente en las colinas; se trataba del hombre que había adoptado una personalidad llamada Martyn y se había convertido en un poderoso líder encostrado acostumbrado a hacer su voluntad. De acuerdo, ahora Johan no era Martyn, pero aún era obstinado y estaba mostrando su fuerza.
– Piensa lo que quieras acerca de lo que Justin quería o no -continuó Johan-, pero recuerda que yo también estuve con él.
Los ojos de Ronin resplandecieron y por un momento Thomas creyó que Ronin le recordaría a su cuñado que no solo estuvo con Justin sino que lo traicionó. Supervisó su ahogamiento. Lo asesinó.
Pero Ronin apretó la mandíbula y contuvo la lengua.
– Cometí mis equivocaciones -siguió diciendo Johan, notando la mirada-. Pero creo que él me ha perdonado por eso. Y no creo que sea una equivocación lo que ahora sugiero. Por favor, al menos consideren lo que estoy proponiendo.
– ¿Qué estás proponiendo? -indagó Thomas-. En los términos más sencillos.
– Propongo que demos más facilidades para que los enemigos de Elyon lo encuentren.
– Sí, pero ¿qué significa eso? -exigió saber Ronin-. ¿Estás sugiriendo que el ahogamiento es demasiado difícil? ¡Fue la manera de Justin!
– ¿Dije que el ahogamiento fue demasiado difícil? -objetó Johan mirando a Ronin, luego cerró los ojos y levantó una mano-. Perdónenme.
Abrió los ojos.
– Estoy diciendo que conozco a las hordas mejor que cualquiera aquí. Conozco sus odios y sus pasiones.