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– Los vi -contestó Woref escupiendo sobre la barandilla.

– Ella siempre fue testaruda -bramó Qurong-. Mantendremos esto entre nosotros. Tienes un convenio. No estoy seguro de rezar por que tengas razón o te equivoques. De cualquier modo pareces ganar.

– Ya he perdido -objetó Woref-. Vi lo que ningún hombre debería haber visto.

***

LA RUTA por la que se habían visto obligados a viajar les había hecho lenta la marcha durante el día. No mucho tiempo atrás la vista del desierto siempre había llenado de inquietud a Thomas. Aquí era donde se peleaban batallas y morían hombres. Era donde vivía el enemigo. El ahogamiento de Justin había invertido los roles y el desierto se había convertido en el hogar de ellos. Pero mientras Thomas sacaba de la selva al grupo de ocho por el borde del mismo cañón donde una vez quedaran atrapados y mataran a cuarenta mil de las hordas, sentía el mismo terror subyacente que sintiera una vez al dejar los árboles.

Detuvo su caballo ante una catapulta que había sido incendiada por las hordas. Esta era la primera vez, desde la gran batalla en la Brecha Natalga visitaba otra vez el escenario. Cúmulos de pasto crecían ahora en la saliente donde la pólvora había mandado trozos del barranco al cañón abajo, aplastando como hormigas a los encostrados.

Johan espoleó su montura hacia el borde y miró el suelo del cañón. Aquel día él no había dirigido el ejército de las hordas, pero el ataque había sido plan de él.

Thomas se puso a su lado. Los escombros aún se apilaban en lo alto. Mucho tiempo atrás, las aves y otros animales se habían encargado de los cadáveres a los que les fue posible desplazar las armaduras de batalla. Desde esta posición estratégica los restos de las hordas parecían un basurero de armas, esparcidas por fuertes vientos y descoloridas por el sol.

– Gracias a Dios que las hordas no han descubierto cómo hacer pólvora ^comentó Johan.

– Han estado intentándolo. Conocen los ingredientes, pero además de mí, solo William y Mikil conocen las proporciones. Dales unos meses más y finalmente descubrirán cómo hacerlo.

Los demás se habían acercado al borde y miraban por encima. Thomas regresó la mirada hacia la selva, como a kilómetro y medio detrás de ellos ahora. Esta parecía oscura en el poniente sol, un adecuado contraste con las tierras rojas del cañón que se proyectaban contra la selva. Las tenebrosas hordas se escondían en su prisión mientras el Círculo deambulaba libre en su mar de color rojo.

Pero algo profundo en la selva negra lo llamaba. Una imagen de Chelise le llenaba la mente. El rostro blanco y los ojos grises de la joven, mirando con ansias los libros de historias. El solo había encogido los hombros cuando los demás le preguntaron por su prolongado silencio durante la escapada de la ciudad de las hordas; no estaba seguro de por qué se sentía tan abatido. Sus amigos creían que se debía a haber usado la fuerza, y él los había convencido de que así era.

Sin embargo, sabía que se trataba de algo más; que se trataba de Chelise.

Thomas sacó al caballo del cañón y recorrió lentamente la rocosa meseta. Los demás hablaban en voz baja, recordando los hechos, pero otro corcel lo seguía… probablemente Mikil. Kara. Tenían trabajo que hacer.

– Así que ahora no hay duda alguna, Kara -manifestó él-. ¿Qué es más real para ti? ¿Aquí o allá?

– No lo sabría decir.

Él se volvió. Era Suzan, quien miraba la selva.

– Creí que eras Mikil.

– Estás distraído. Es más que el escape, ¿verdad?

– ¿Por qué?

– Porque fui yo quien sugirió este escape en primer lugar. Creo que aficionó.

– Fue un buen plan. Tal vez debería darte el mando sobre una de nuestras divisiones -expresó él sonriendo; pero sabía que ella no hablaba del plan.

– No estoy hablando de mantenernos con vida, sino de ganar la con fianza de Chelise.

– Sí, bueno, eso también fue bueno.

– Creo que quizás ella también ganó tu confianza.

Él miró a Suzan en la menguante luz. La piel más morena de ella t suave y brillante. Thomas conoció a varios que la cortejaron sin éxito. Ella era cauta y prudente y no había engaño en su alma. Suzan sería una esposa sensacional para cualquier hombre.

– Quizás -contestó él.

– Quiero que sepas que no creo que sea algo malo.

– Una cosa es confiar, Suzan -explicó él en voz baja, no del to. seguro de por qué le estaba diciendo esto-. Cualquier cosa más sería sacrilegio. Yo nunca llegaría a eso. Lo comprendes, ¿verdad?

– Por supuesto -respondió ella después de pensar por un momento.

– Justin atrae a las hordas, y así lo hacemos nosotros. Lo puedes llamar amor. Pero un albino como yo y una mujer de las hordas…

– Imposible.

– Repugnante.

– No sé cómo soportaste el hedor en la biblioteca durante tres días – concordó ella.

– Fue horrible.

– Horrible.

– ¿Dónde acampamos? -preguntó Mikil, trotando por detrás.

– En el cañón -respondió Thomas-. En una de las cuevas protegidas, lejos de los cadáveres. Las hordas evitarán a sus muertos.

– Entonces nos debemos ir. Tenemos que llevar allá a Johan a toda velocidad y hacerlo regresar.

***

NO HABÍA hoguera. Tampoco ropa caliente. Ni más sacos de dormir que los de Mikil, Jamous y Johan. Solo arena.

Thomas se estremeció y trató de concentrarse en la próxima tarea a la mano. Johan.

Se hallaban en un círculo de ocho, pero la conversación era entre los tres que hablaban de sueños. Los otros escuchaban con una mezcla de fascinación y» Thomas sospechaba, algo de incredulidad. El hecho de que Mikil hubiera sabido exactamente dónde tenían a Thomas impedía que todos expresaran sus persistentes reservas.

Era más bien como el ahogamiento… solamente la experiencia misma podía finalmente llevar a que alguien se volviera creyente.

Johan se puso de pie y recorrió el perímetro.

– Resumiré esto por ti, Mikil, para que puedas oír exactamente cuan… único es. Estás diciendo que si me corto y Thomas se corta, y nos quedamos dormidos con nuestra sangre mezclada, compartiré los sueños de él.

– No sus sueños -corrigió Mikil-. Su mundo de sueños.

– Lo que sea. Su mundo de sueños, entonces. Espero despertar como un hombre llamado Carlos porque él antes hizo alguna conexión conmigo y cree que él podría ser yo.

– Algo así -expresó Thomas-. No estamos diciendo que sepamos cómo funciona exactamente. Pero sabes que Kara y Mikil tuvieron la misma experiencia. Que sepamos, todos nosotros podríamos experimentar lo mismo. Por alguna razón, soy la conexión a la otra realidad. Otra dimensión. Soy la única puerta que conocemos. Si no sueño, nadie sueña. Solo vida, destrezas y conocimiento son transferibles. Lo cual es lo que le ocurrió al libro en blanco.

– Desapareció hacia tu mundo de sueños porque Mikil escribió en él -recordó Johan.

– Sí. Y, si tengo razón, el resto de los libros en blanco fueron con él.

– ¿Los viste allá?

– No, solo ese del que puedo estar seguro. Es un presentimiento. Johan suspiró.

– Por favor, Johan -indicó Mikil-. Nuestro futuro podría depender de ti. Tienes que hacer esto.

– No estoy diciendo que no lo haré. Si insistes, te dejaré usar una pinta de mi sangre. Pero eso no significa que deba creer.

– Creerás, confía en mí -aseguró Thomas-. Ahora siéntate. Ha\ más.

Johan miró alrededor a los demás, luego se sentó.

Tenían que ser cuidadosos con lo que le decían a Johan acerca de la situación en Washington. Johan podría accidentalmente plantar conocimiento en la mente de Carlos. Y no se podían arriesgar a dejar saber sus intenciones a esa gente en caso de que Carlos se negara a cooperar.

– Cuando despiertes como Carlos, estarás desorientado -le informó Thomas inclinándose-. Confundido. Distraído por lo que te está sucediendo. Pero tienes que poner atención y volver con tanta información como puedas respecto del virus, Svensson, Fortier… cualquier cosa y todo lo que tenga que ver con los planes que tienen. Sobre todo, el antivirus. Recuerda eso.