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– ¿Quiénes son esas personas?

– Olvida eso -advirtió Thomas agitando una mano-. En el momento en que seas Carlos sabrás quiénes son. Pero cuando vuelvas a despertar aquí podrías olvidar detalles que supiste como Carlos. Así que concéntrate en el antivirus. ¿Está claro?

– El antivirus.

– Y mientras estés allí, mira si él sabe quién tiene el libro en blanco de historia. Lo agarró uno de sus guardias. ¿Está claro?

– El libro en blanco de historia.

– Bien. Además, hay dos informaciones que necesitamos que plantes en la mente de Carlos. Nuestro objetivo es hacerlo cambiar, pero para eso necesitamos que él crea dos cosas.

– Está bien. Creo que puedo manejar dos cosas.

24

POR UN momento que se estiró demasiado dentro del siguiente, Carlos estuvo en el ático. Más abajo se encontraba el sótano del cual Thomas (y Monique) escaparan solo días antes, después de decirle a Carlos que estaba conectado con otro hombre más allá de este mundo… quien sangraba en el cuello. Ese era él, Johan.

Carlos se tocó el cuello. Húmedo. Retiró los dedos. Sudor, no sangre.

Por supuesto que no hay sangre, pensó Johan. Eso fue hace trece meses. Pero aquí en este mundo fue solo una semana atrás. ¡Estoy en el sueño del que me hablara Thomas!¿Comprende Carlos que estoy aquí? Johan se sentó.

***

CARLOS SUPO inmediatamente que algo había cambiado, pero no podía definir ese cambio. Se sintió nervioso. Estaba transpirando. Una voz lejana le advirtió del peligro, pero no lograba oír la voz. Intuición. ¿O era más? Los susurros de misticismo de su madre habían cobrado vida en estas últimas semanas. Thomas Hunter había hallado una manera de intervenir en lo desconocido. Había estado muerto durante dos días sobre el catre antes de quitarse aparentemente la sábana y subir las escaleras hacia el nivel principal. Cierto, ningún médico había confirmado su muerte, como Fortier lo señalara. Había ejemplos más extraños de experiencias cercanas a la muerte. Pero Carlos rechazaba el análisis agnóstico del francés. Hunter había estado muerto.

Recorrió el salón con la mirada. ¿Y ahora estaba aquí?

***

NO, PENSÓ Johan. No es Carlos; soy yo. Y aunque conozco sus pensamientos, él no necesariamente conoce los míos, al menos no todavía. Carlos no es el que está soñando, sino yo. Es como Thomas dijo que sería.

¿Por qué Carlos? Porque Carlos creía que existía una conexión única entre ellos, aunque no una creencia suficiente para hacer comprender a Carlos que Johan se hallaba presente, como en el caso de Mikil y Kara.

Y para probarlo el hombre tenía una cortada de una semana de antigüedad en el cuello. La misma cortada que Johan había recibido de Thomas hacía trece meses en el anfiteatro cuando Justin lo había expuesto. Una alteración del estado mental. Pero real. Tan real como Thomas y Mikil prometieron que sería.

En este mismo instante él se hallaba en las historias. No se podía imaginar cómo… alguna clase de contorsión del tiempo o de distorsión espacial, cualquier nombre que tal vez Mikil sugiriera para eso. Más importante, según Thomas, él podría afectar la historia depositando pensamientos en la mente de Carlos y enterándose de las intenciones de este. Dos cosas, había insistido Thomas. Convencerlo de estas dos cosas, enterarse de lo que pudiera y luego salir.

***

CARLOS HABÍA tenido una sensación de paramnesia. Algo conocido residía en su mente, pero no podía sacudírselo para examinarlo de manera adecuada. Se puso de pie y fue al vestidor. Se pasó un pañuelo por la cara. Sintió irregular la respiración y caliente el rostro.

Así es como te sentirás cuando Portier ponga veneno en tu bebida después de haberte usado como un animal… antes de lo que crees.

El pensamiento lo agarró desprevenido. Naturalmente, tenía algún motivo para desconfiar de Fortier. Hunter mismo lo había sugerido. El momento en que Carlos tuviera el antivirus daría los pasos necesarios para protegerse. Él ya le había contado a Fortier que, según le informara Hunter, inmediatamente después del virus vendría un golpe de estado. Tal vez ni siquiera se imaginarían que el golpe sería organizado por el mismo Carlos. Pero este se hallaba impotente hasta disponer del antivirus.

Ahora le vino el pensamiento de que esperar mucho tiempo podría ser un problema.

Por qué dejaría Portier que alguien capaz de dar un golpe viviera el tiempo eficiente para llevarlo a cabo? Tienes un día, quizás dos; luego te eliminará.

Un frío le bajó por la columna a medida que el pensamiento se le abría paso hacia la mente, no porque esta simple sugerencia fuera nueva o incluso sorprendente, sino porque de repente comprendió que era verdad. Fortier incluso podría acabar con Svensson. Su asidero de este nuevo poder solo duraría mientras tuviera la oportunidad de contraatacar a sus muchos enemigos recientes. Fortier se aislaría para protegerse. Quemaría sus puentes detrás de él.

Esto era solo una teoría, desde luego, pero Carlos estuvo de repente seguro de haber tropezado con algo a lo que ya no podía hacer caso omiso.

Una barba de un día le oscurecía la barbilla. Derramó colonia en las manos y se palmeó las mejillas. Una ducha habría sido parte de su rutina normal en la mañana. Este no era un campamento en el desierto de Siria.

Se le ocurrió otro pensamiento: debía reunirse con Fortier. Ahora. Inmediatamente.

Exactamente por qué, no estaba seguro.

Sí, estaba seguro. Tenía que probar al hombre. Tantearlo sin parecer demasiado obvio. Fortier salía esta mañana para la ciudad.

Carlos fue al clóset, sacó del gancho una camisa beige de seda y se la puso. Levantó la radio de la cómoda.

– Revisión de perímetro.

Una leve pausa. Estática.

Luego los guardias apostados alrededor del campamento empezaron a reportar sus posiciones.

– Uno despejado.

– Dos despejado.

– Tres despejado.

– Cuatro despejado. La revisión terminó en once.

Satisfecho, Carlos examinó una vez más su imagen en el espejo y salió del desván. Tres tramos hacia el sótano, y un recorrido por un largo pasillo. Ingresó el código de seguridad, oyó desconectarse los pasadores y entró al enorme y seguro salón.

Sobre una felpuda alfombra verde había una mesa de conferencias rodeada por diez sillas blancas. Los monitores a lo largo de la pared sur se hallaban alimentados por una docena de antenas, de las cuales solo una estaba localizada en este edificio. La mayoría se encontraba a muchos kilómetros de distancia. Fortier no había reparado en gastos para encubrir el complejo Ya no importaba… el centro ya estaba comprometido por Monique y ahora por Thomas. Esta era la última visita de Fortier.

No había indicios del francés.

– Carlos, reúnase conmigo por favor en el salón de mapas -se oyó por un intercomunicador que tenía detrás.

Él sabía. Siempre sabía.

Y hasta podría encargarse de ti ahora.

Carlos no se dejó afectar por el pensamiento y caminó hacia la tercera puerta a su izquierda. ¿Por qué este francés lo ponía nervioso con tanta facilidad? Solo era un hombre, y tenía la mitad de habilidades de matar que poseía Carlos.

¿Qué guardia se llevó el libro?

¿Qué diablos era eso? ¿Qué libro? Un guardia habría agarrado el libro de registros… de ser así, él no recordaba que le hablaran al respecto.

Agitó la cabeza y entró al salón, cerrando la puerta detrás de él. Allí había otros tres además de Fortier. Estrategas militares. Como Carlos lo entendía, todos ellos se irían hoy.