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– Sí, por supuesto. La variedad Raison. Estas eran las historias con que Tanis estuvo fascinado -declaró Ronin, y miró a Mikil-. ¿Estás diciendo que estas historias son… ahora? ¿Reales ahora?

– ¿No me han estado escuchando? -preguntó William-. Eso es lo que he estado diciendo. He dicho que él solo se está centrando en recuerdos, pero que parece creer que estos sueños son reales.

– En realidad, no estoy seguro de saber cómo funciona -terció Mikil; cómo podría ella explicar su realidad dual en este mismo instante?-. Thomas es el experto aquí, pero puedo decir que sea en el pasado o en el presente, las historias no solo son reales, sino que también podemos influir en ellas.

– Pero sin duda no crees que puedas cambiar lo que se ha escrito como asunto de historia -objetó William.

– Tampoco sabemos eso -declaró Thomas-. Sin los libros reales de historias no sabemos lo que se ha registrado. Hasta donde conocemos, las historias registran nuestro descubrimiento de este libro y lo que escribamos hoy en él.

Eso mantuvo a todos callados por un momento.

– Entonces escribe una historia -expresó finalmente Ronin.

– ¿Por qué me debería importar algo de esto? -refunfuñó William disgustado-. Me importa lo que es real, aquí. Como las hordas que nos persiguen todos los días. Voy a reunir a mi gente y a adentrarla más en el desierto.

El hombre se alejó muy ofendido. Thomas le pasó el lápiz a Mikil.

– Tus recuerdos de la escritura son más frescos que los míos. Escribe tú. Ella pensó que se trataba de una excusa, pero de todos modos agarró el instrumento. Un leve temblor le estremeció los dedos.

– ¿Qué debería escribir?

– Algo sencillo que podamos probar -respondió Thomas-. ¿Cuál es nuestra preocupación inmediata?

– Tú -afirmó Mikil-. Estás muerto en Francia. Y Monique.

– ¿Estás sugiriendo que escribamos que vuelven a vivir?

– ¿Por qué no? -preguntó Mikil.

– ¿No es eso un poco complicado? Parece demasiado. Casi absurdo.

– ¿Absurdo? -inquirió Ronin-. ¿A diferencia de todo lo demás, que se supone que sí tiene perfecto sentido?

– Escríbelo -ordenó Thomas.

La mano de Mikil se mantuvo sobre la página en blanco.

– Érase una vez, ¿en qué revivió Thomas?

– Más detalles.

– No creo que yo pueda hacer esto. ¿Cuáles detalles? Ni siquiera sé lo que llevabas puesto.

– Escribe esto -expuso Thomas; él le miró la mano, que no se había movido-. ¿Lista?

– Está bien -contestó ella, poniendo la mano en la página.

– Thomas Hunter, el hombre que se enteró primero de la amenaza de la variedad Raison, el mismo hombre a quien dispararon en la cabeza…

– Espera -pidió Mikil llevando la vara de carbón a la página.

Si no se equivocaba, un leve calor le subía por los dedos. Los nervios también le despedían calor. Escribió las palabras al pie de la letra.

– Muy bien.

– El mismo hombre a quien le dispararon en la cabeza -continuó Thomas- fue asesinado en Francia de un balazo en la cabeza. Punto. Pero al tercer día revivió… No, olvida eso. Escribe esto: Pero en un momento en que alguno de sus enemigos dejó el cuerpo solo, él revivió. Fin.

– ¿Fin? -objetó ella, levantando la vara-. ¿Qué pasa con Monique?

– Nuevo párrafo. Aproximadamente al mismo tiempo en que Thomas Hunter volvió a vivir, Monique de Raison se encontró en buena salud y totalmente capaz de continuar su búsqueda de un antivirus en Estados Unidos. Fin.

Sinceramente, no me parecen historias -terció Johan suspirando,

luego miró en la dirección en que William se había ido-. Todo este asunto parece un poco ridículo frente a nuestro aprieto. ¿Puedo sugerir que nosotros…?

Johan se detuvo. El rostro se le ensombreció. Mikil miró a los otros que se habían fijado en la reacción de Johan. Él escuchaba atentamente.

Entonces ella lo oyó. El débil estruendo de cascos de caballos. En los barrancos.

¡Las hordas!

– ¡Muévanse! -expresó Thomas bruscamente-. ¡Dentro del túnel!

5

THOMAS AGARRÓ el libro y se lo metió en el cinturón mientras corría hacia las tiendas. Justin le había mostrado su rostro. Luego Kara por medio de Mikil. Y ahora las hordas estaban atacando. Ahora te mostraré mi corazón. Instantes después alcanzaron a William.

– Mikil, Johan, ¡lleven a Samuel y a Marie al túnel con los demás! William, al cañón oriental conmigo. Cinco hombres.

Habían seleccionado este banco de arena cinco días antes no solo por su proximidad al estanque rojo, sino debido a un pasaje por debajo de dos enormes rocas en el cañón oriental. La ruta era casi imposible de ver sin pararse directamente al frente. Con algo de suerte las hordas esperarían que los albinos siguieran una de las dos rutas de escape más obvias.

¿Cómo se las habían arreglado las hordas para pasar sobre los barrancos sin ser descubiertos por los centinelas?

La primera flecha perforó la roca a la izquierda de Thomas antes de que lograra llegar a las tiendas. Miró por sobre su hombro. Arqueros a caballo. Cincuenta al menos.

– Adelante -gritó Mikil-. ¡Nos han cortado el cañón oriental!

Gritos de alarma resonaron en el campamento. Las mujeres corrían por sus hijos. Los hombres ya se apuraban hacia el corral. No había tiempo para recoger platos, alimentos o ropa. Sería suficiente que lograran escapar vivos.

– ¿William?

¿Solo cinco? -preguntó el teniente de Thomas-. Quizás los encostrados no nos sigan.

Ellos serían la distracción. Bajo otras circunstancias habría tomado diez menos, suficientes para levantar bastante polvo a fin de hacer que los persiguieran mientras los otros se escabullían por la ruta oculta de escape. Pero Thomas sabía que hoy tal vez no iban a escapar quienes fueran parte de la distracción.

– Solo cinco -contestó-. Tengo el fuego.

Thomas corrió hacia el centro del campamento, donde sin duda vería con claridad. Con algo de suerte se centrarían en él. El precio de su cabeza era cien veces más que la de cualquier otro. Y él había oído el rumor de que la propia hija de Qurong, Chelise, a quien él conociera una vez en lo profundo del desierto, estaba prometida a Woref, como premio por la captura de Thomas.

Los gritos se silenciaron rápidamente. El Círculo ya había participado antes en huidas. Todos sabían que gritar no era una forma de evitar llamar la atención. Había suficientes corceles para cargar a toda la tribu, un adulto y un niño por cada animal, y quedaba una docena para cargar sus provisiones.

Thomas agarró la antorcha que ardía lentamente al lado de la hoguera principal. Gritos ásperos dirigían el ataque por encima. Una flecha se deslizó por el aire y chocó con carne a la derecha de Thomas. Él giró.

Alisha, la madre de Lucy, agarraba una vara que le sobresalía en el costado. Thomas empezó a ir hacia ella pero se detuvo al ver que Lucy ya corría hacia su madre, tomando una de las carnosas y curativas frutas anaranjadas. La niña alcanzó a Alisha, bajó la fruta, agarró la vara con ambas manos y jaló con fuerza. Alisha gimió. La flecha salió.

Luego Lucy exprimió la fruta en la herida abierta.

Thomas corrió a interceptar a William, quien guiaba a Suzan y a dos miembros montados de la tribu. Saltó sobre la silla mientras el caballo ya corría y fustigó al animal para que galopara veloz, dirigiendo ahora a los demás.

Un resoplido detrás de él le hizo girar la cabeza. Se trataba del anciano, Jeremiah. La mayor parte de la tribu ya había tomado sus posiciones debajo de un saliente protector en los establos, pero el consejo se estaba llevando a cabo muy lejos de los caballos cuando empezó el ataque. El anciano se había rezagado. La lanza de un encostrado le había dado en la espalda.