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– ¿Por qué lo has dicho?

– Necesitamos que actúen como una pareja real -dijo Griswold-. Sólo eso salvará al país -y desapareció detrás de la mampara.

Al cabo de un rato, apareció con la comida, un fantástico entrecot seguido de mouse de chocolate, y café. Cuando fue a retirar la taza de Rose, ésta le sujetó la muñeca.

– ¿Qué has querido decir con que debemos actuar como una pareja real?

– Lo siento, señora, pero…

– ¿Pero qué?

– No puedo hablar. He recibido órdenes.

– ¿De quién?

– Del señor Jacques, el marido de su hermanastra.

– ¿Y qué ha ordenado?

– Que no diga nada. Que les dejemos seguir adelante con su falso matrimonio.

– No es un falso matrimonio -dijo Rose, frunciendo el ceño.

– Sí lo es. Les he oído. Julianna y Jacques tenían razón: no es más que un matrimonio de conveniencia.

– Pero es un matrimonio.

– Hay algo más -dijo Griswold con tristeza-. Los informes dicen que la boda no es más que una estratagema para enriquecerse a costa del país, y que cuando lo consigan, se marcharán y nos dejarán peor de lo que estábamos.

– Eso no es verdad -intervino Nick-. Erhard Fritz…

– Erhard Fritz ha sido desautorizado por la prensa controlada por el consejo -dijo Griswold-. Han montado una campaña de difamación contra ustedes, A usted, monsieur, lo acusan de tener siniestras intenciones, y a usted, madame, la describen como una viuda avariciosa.

– ¿Por qué nos está informando de todo esto? -preguntó Rose, mirándolo fijamente.

– No sé… Quizá por el perro -dijo Griswold con tristeza-. Parece una estupidez, pero mi hija tiene uno parecido. Le he oído contar la historia de cómo llegó a ser suyo y me he dicho que una mujer así no se correspondía con el retrato que han hecho en la prensa. Además, recuerdo lo que se contaba cuando era una niña. Entonces, la prensa era más objetiva, no estaba controlada por el consejo, y la describían como una niña espontánea, más interesada en los animales que en las normas de etiqueta. Además, los dos me han dado las gracias… Y algunos otros detalles, pero… Les he oído hablar sobre el matrimonio de conveniencia y me he dicho que algo no encajaba.

– Pretendemos mejorar las cosas -dijo Nick-. Queremos introducir reformas.

– No lo conseguirán si el pueblo se rebela contra ustedes -dijo Griswold-. Y lo harán si creen que les motiva la avaricia. Si venden el avión de inmediato, pensarán que lo hacen por dinero. Se han dicho cosas espantosas de ustedes.

– No sabía nada de todo esto -replicó Nick.

– Jacques y sus amigos son demasiado inteligentes como para usar la prensa internacional para extender los rumores -dijo el anciano-. Pero los rumores han corrido por todo el país. Y la gente con sentido común, como Erhard, han sido silenciados.

– No sé qué podemos hacer al respecto -dijo Rose, preocupada-. Nos dijeron que sería muy sencillo.

– Tienen que poner a la gente de su parte -dijo Griswold-. Gente como yo, trabajadores. Les he oído decir que pueden hablar nuestra lengua y eso es una gran ventaja. Madame, cuando era pequeña la gente la adoraba y no la han olvidado. Y lleva consigo un perrito. Cuando baje del avión, debe mostrarse feliz de haber suelto al país. Tiene que hablar con la gente corriente. Y han de tomarse la mano y tratarse como una pareja de verdad. Pero sobre todo, deben recordar que esta conversación nunca ha tenido lugar. Y…

– Expliquen a la gente que están aquí por su bien y que no pretenden engañarlos. Demuéstrenles que se casan por amor.

Capítulo 5

Aterrizaron al poco tiempo.

– El marido de mi prima conducirá el coche real -dijo Griswold cuando el avión se detuvo-. Al igual que yo, deseará que tengan buena suerte.

Ésas fueron las últimas palabras que intercambiaron. Luego Griswold desapareció tras la mampara y se abrió la puerta del avión.

Ni Nick ni Rose sabían qué pasaría a continuación. Un hombre que se había identificado como el jefe del estado mayor, había anunciado a Nick que estaría esperándolos.

– Supongo que habrá una recepción oficial -dijo Nick.

En cuanto se asomaron a la escalerilla comprobaron que así era. Dos docenas de oficiales del ejército los esperaban en formación y un hombre de mediana edad, con un uniforme cubierto de galones, se presentó a ellos.

– Buenas tardes -saludó formalmente-. Bienvenidos a Alp de Montez, altezas. ¿Quieren pasar revista a la guardia?

– No -dijo Nick, adelantándose a Rose. Luego, se giró hacia ella-. A no ser que tú quieras, cariño.

¿Cariño?

Rose pestañeó, pero se dio cuenta de inmediato que Nick intentaba proyectar la imagen de una pareja de verdad. Tragó saliva y tomó la mano de Nick.

– ¿Por qué no? -dijo. Y luego, alzando la voz para que le oyera la tropa, añadió-: ¡No sabe lo felices que somos de estar aquí! Cuando era pequeña adoraba este país. Tuve que irme con mi madre pues, como ya saben, mis padres se separaron. Los dos tenemos mucho que aprender sobre nuestras costumbres y puede que cometamos alguna torpeza. Aun así, si quieren enseñamos, nosotros estamos aquí para aprender -sonrió con dulzura al oficial, que la miraba atónito, y concluyó-: Gracias por haber venido a recibirnos -y, sin previo aviso, le puso en los brazos a Hoppy al tiempo que daba al sorprendido hombre un par de besos-. Es usted muy amable.

A continuación, tomó la mano de Nick y caminó con él hacia la tropa. Sin dejar de sonreír preguntó al primer soldado su nombre. Antes de que Nick se diera cuenta, se encontró saludando a los soldados de uno en uno.

Para cuando terminaron, Nick no era el único perplejo. La fila de soldados había perdido el aire marcial, habían bajado las armas y una sonrisa bailaba en sus labios.

– ¿A quién tenemos que ver ahora? -dijo Rose, dedicando otra de sus luminosas sonrisas al oficial, al tiempo que le liberaba de Hoppy.

– La limusina los conducirá a palacio -dijo él, en tensión.

– No me ha dicho su nombre.

– Soy el jefe de estado.

– ¿Y su nombre? -al ver que el hombre seguía mirándola con incredulidad, Rose añadió-: Yo soy Rose; él es Nick.

– Señor. Señora.

– Sí, pero además tenemos un nombre -repitió ella con una sonrisa que dejó a Nick clavado en el sitio. Rose era una mujer fuerte, una mujer que había decidido interpretar el papel que le correspondía en aquella aventura.

– Jean Dupeaux -masculló el hombre.

– Encantada de conocerte, Jean. Supongo que te veremos a menudo. ¿Vienes en la limusina con nosotros?

– No.

– ¡Qué lástima! -la sonrisa de Rose se amplió aún más-. ¿Sabe el conductor dónde llevarnos?

– Por supuesto -respondió el oficial, ofendido.

– Perdón. Claro que sí, qué tonta soy. Tiene que tener paciencia con nosotros.

Ya en la limusina, tardaron un par de minutos en hablar.

– Griswold tenía razón -dijo Rose finalmente, mirando por la ventanilla-. Parece que nos han convertido en enemigos -continuó en tono reflexivo.

– Quizá era de esperar -dijo Nick.

Rose lo miró con gesto preocupado. Hoppy, que estaba en su regazo, cruzó la distancia que lo separaba de Nick y posó una pata sobre su muslo.

– Cree que necesitas un abrazo -dijo Rose.

– No es verdad -dijo Nick, envarado.

– Puede que yo sí.

– No creo que sea una buena idea.

– Tienes razón dijo Rose al tiempo que tomaba a Hoppy en brazos y lo estrechaba contra sí-. Lo siento.

¿Por qué no la había abrazado? ¿Por qué Rose lo desconcertaba tanto? Estaban juntos en aquella aventura. Era lógico que buscaran consuelo el uno en el otro.

Pero si la abrazaba… era mejor no pensarlo.

– Tenernos que enterarnos lo antes posible de unas cuantas cosas -dijo para abandonar el terreno emocional-. ¿Dónde demonios estará Erhard?