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– Pensaba que vendría a recibirnos -dijo ella.

Nick hizo un esfuerzo sobrehumano para que su mente legal ganara la batalla a la emocional. Tenía que ignorar lo cerca que tenía a Rose y pensar, pensar.

En Londres, el asunto de la sucesión parecía razonable, pero en aquel momento había pasado a ser temerario. No eran más que dos personas en un país desconocido amenazando a aquellos que detentaban el poder.

– Deberíamos pedir un margen de tiempo para replantearnos la situación -dijo, pensativo-. No había previsto esto… Mi gente…

– ¿Tu gente?

– Mis colegas del bufete hicieron pesquisas sobre el país. Nunca ha habido una insurrección armada, así que asumimos que no corríamos peligro. Pero ahora…

– No pienso volver a casa -dijo Rose.

– Puede que no tengamos otra opción.

– No pienso volver a casa -repitió Rose, estrechando a Hoppy contra sí-. No pienso volver a Yorkshire.

– ¿Cuál es el problema con Yorkshire?

– Una familia obsesionada con protegerme -masculló Rose-. Por cierto, olvidaba decirte que si intentas protegerme, no respondo de mis actos. Además, no pienso ir a ningún sitio hasta que solucionemos los problemas de este país -concluyó con mirada fiera.

Nick alzó las manos como si se rindiera. -Muy bien -dijo-. Yo siento lo mismo.

– Me alegro -dijo ella con ojos centelleantes-, porque no pienso huir ni aunque cambie de opinión. También a mí me ha preocupado la desaparición de Erhard, pero tendremos que trazar un plan de acción y hacer lo que él nos pidió.

Su determinación hizo sonreír a Nick y por primera vez se dio cuenta de que también él, aunque por diferentes motivos, quería avanzar. Necesitaba un reto. Y quería enfrentarse a él con Rose. Bastaría con que reprimiera el deseo de abrazarla… de besarla hasta dejarla sin aliento.

– En primer lugar, tenemos que organizar unas cuantas reuniones -dijo, logrando que se expresara su lado racional-. Debemos convocar en el palacio a los líderes de las fuerzas armadas y explicarles lo que queremos. Además, deberíamos hablar con los consejeros individualmente.

– ¿Eso quiere decir que vas a quedarte?

Nick miró a Rose sorprendido.

– Por supuesto. Tanto tiempo como haga falta, Rose. Siempre cumplo mis promesas.

– Es que… Sé que me corresponde a mí ser la soberana -dijo Rose-, pero no tengo la preparación necesaria.

– Yo tampoco, pero has dicho que no piensas huir y yo tampoco.

– Gracias.

Nick sonrió.

– Además, los príncipes consortes lo pasan en grande -dijo-. Pueden actuar en la sombra. Seré yo quien te aconseje qué cabezas debes cortar. Tú harás el trabajo sucio y serás quien reciba las críticas.

– ¡Qué alivio! -masculló ella, pero no pudo reprimir una sonrisa.

Nick pensó que estaba preciosa. Cuanto más la miraba más encantadora la encontraba. Seguía envuelta en la trenca, con Hoppy en sus brazos.

– No creo que esto funciones si tú eres sólo príncipe consorte -dijo Rose tras una pausa.

Nick reflexionó unos segundos.

– Pero ésa es la idea.

– No. Yo creo que tú deberías heredar y yo ser tu segunda.

– Lo siento, pero no…

– Yo no tengo sangre real -interrumpió Rose-. Mi padre se casó con mi madre, pero la abandonó en menos de un año. No creo que volviera a tocarla. Los escándalos se sucedieron durante el tiempo que vivimos en el palacio y que mi madre cuidó al viejo príncipe. Recibía numerosas visitas y yo nací con el cabello pelirrojo -Rose se llevó la mano al pelo-. Así que, aunque nací en la familia real, no pertenezco a la realeza… Tu madre, en cambio, era princesa.

– Sí, pero tú eres la primera en la línea sucesoria.

– Pero tú quieres el poder -dijo Rose, pensativa-. Estás deseando intervenir y no podrás hacerlo si no tienes autoridad.

– No puedes decidir cómo repartir la autoridad hasta que la tengas -argumentó Nick.

– Supongo que tienes razón -susurró Rose. Luego, adoptó un tono más decidido y añadió-: Está bien. Puedo asumir la responsabilidad. Ya lo he hecho en otras ocasiones.

A Nick le hizo pensar en David a punto de atacar a Goliat.

Estaban llegando a la ciudad. Empezaba a atardecer,

– ¿Dónde irá la gente el sábado por la tarde? -preguntó Rose súbitamente. Y cuando Nick la miró perplejo, ella se inclinó hacia delante y abrió la mampara de cristal que los separaba del conductor-. Si usted y su familia quisieran pasar un buen rato esta noche, ¿dónde irían?

– ¿Señora? -preguntó el conductor, atónito. Rose repitió la pregunta-. Los oficiales del ejército van a Maison d'Etre -respondió el hombre.

– No, los oficiales, no -dijo Rose. Nick la miraba tan desconcertado como el conductor-. Usted, o los granjeros que hemos visto en el camino.

– Yo vivo cerca de aquí -dijo el hombre dubitativo-. Estamos en periodo de cosecha y hace buen tiempo. Según la tradición, nos reunimos en la ribera del río para celebrar comidas campestres -titubeante, añadió-. Ya no tenemos dinero para salir a locales públicos. Los impuestos están muy altos y muchos han tenido que cerrar por falta de clientela.

– Por eso vais al río?

– Cada distrito tiene un punto de encuentro. O vamos a él o nos quedamos en casa.

– ¿Y los más jóvenes no van al cine o algo así?

– Sólo si tienen un trabajo bien remunerado, pero los buenos trabajos escasean.

– Y si quisiéramos conocer a la gente…

– Podría ir a la televisión -sugirió el conductor.

– Preferiría no hacerlo -dijo Rose, pensativa.

– ¿Qué estás pensando? -preguntó Nick, convencido de que, una vez que Rose tomaba una decisión, la llevaba hasta sus últimas consecuencias.

– No pienso marcharme, Nick -dijo Rose, confirmando lo que él sospechaba-. Entre las obligaciones que tengo aquí y las que he dejado atrás en Yorkshire, prefiero enfrentarme a las de este país. Ha llegado el momento de entrar en acción. ¿Por qué has tenido que ponerte traje?

– ¿Y tú esa trenca?

– La trenca es más apropiada que lo que tú llevas -replicó Rose-. Quítate la corbata. ¿Llevas una chaqueta en la maleta?

– No sé dónde está mi maleta.

– Va en otro coche -dijo el conductor, mirándolos divertido por el espejo retrovisor.

– Si fuéramos a la fiesta… -dijo Rose. Miró hacia atrás y vio que los seguía un convoy además de los doce motoristas uniformados que los precedían-. ¿Cree que nos detendrían si fuéramos al río?

– No podemos parar, señora. Tengo órdenes de llevarlos directamente a palacio.

– ¿Y quién ha dado esas órdenes? -preguntó Rose con una súbita altivez que hizo que Nick y el conductor intercambiaran una mirada de sorpresa.

Después, el conductor sonrió y dijo:

– ¿Quiere ir al picnic?

– Quiero conocer a la gente -dijo ella-. Y ésta es la manera más rápida de hacerlo. La escolta tendrá que acompañarnos. Pero no me gustaría ir sin llevar nada.

– La gente compartirá lo que tenga.

– Aun así. Quiero llevar algo. Y mi prometido también, ¿verdad, cariño? -Rose miró a Nick, que la contemplaba perplejo-. ¿Qué podemos hacer?

El conductor la miraba con la misma perplejidad que Nick.

– Se me ocurre… -dijo titubeante-. Un par de cajas de cerveza serían muy bien recibidas. La cerveza es muy cara y está racionada.

Rose sonrió encantada. Nick no podía sino admiraría.

– Mi prometido comprará la cerveza -dijo ella. Y para que sólo le oyera Nick, le dijo-: Erhard me ha dicho que eres muy rico. Supongo que no te importa. En cuanto gane mi primer sueldo de princesa te lo devolveré.

Nick no pudo contener la risa. Rose era increíble. Iban en una limusina, escoltados por el ejército, camino del palacio y ella estaba negociando un préstamo para comprar cerveza. Metió la mano en el bolsillo y sacó una tarjeta de crédito.