Выбрать главу

– Conocí a Max el segundo año de carrera. Acababa de cumplir veinte años y mi madre había muerto hacía poco. Max era mi segundo novio. El primero se llamaba Robert, y me gustaba porque tenía un coche deportivo. Ahí se acaba mi experiencia con los hombres. Como ves, es tan breve que cabría en un sello.

– Sigo sin comprender -dijo Nick.

Rose suspiró.

– No hay nada que entender. Sólo quiero dejar claro que no tengo ningún interés en mantener una relación, así que, aunque me ría contigo y por más atractivo que te encuentre, tienes que impedir que pase algo entre nosotros.

– Está bien -dijo Nick, perplejo.

– Puede que te parezca una excéntrica, pero por el momento no quiero ninguna relación. Quiero disfrutar de mi libertad.

– Está bien. Pero vamos a casarnos, ¿no?

– Sí, pero eso no tiene nada que ver con lo que estoy diciendo -Rose bajó la mirada-. Estoy segura de que no sientes ningún interés en mí y que debo parecerte engreída y pretenciosa, así que será mejor que me calle.

– Está bien -repitió Nick una vez más.

Aunque no conseguía comprender, intuía que Rose se refería a la increíble química que había entre ellos, a aquella poderosa sensación que casi lo dejaba sin aliento.

Quizá lo mejor era hablar de ello abiertamente, tal y como Rose acababa de hacer. Tampoco él quería ninguna complicación sentimental.

¿O sí?

Continuaron bailando y se unieron a ellos otras parejas. El fotógrafo había concluido su trabajo. El sol se había puesto, decenas de farolillos colgaban de los árboles, soplaba una cálida brisa primaveral, se oía el murmullo del agua y la luna se elevaba por encima de los acantilados. Nick no recordaba haber estado en un escenario tan romántico como aquél. Era consciente de que debía bailar con otras mujeres, pero tener a Rose en sus brazos era… una sensación maravillosa.

Se dijo que tampoco pasaba nada por bailar con ella. Rose no había sugerido cambiar de pareja. Además, puesto que tampoco ella quería una relación duradera, podía relajarse. Se casaría sin temor a que ella quisiera convertir el matrimonio en algo permanente. Y podía estrecharla en sus brazos, tal y como hacía en aquel momento, con la libertad de saber que para ella no significaba nada. Podía sentir la curva de su cintura bajo su mano, oler la fragancia cítrica de su cabello. Podía… ¿dejarse llevar?

Claro que no. No se trataba más que de un paréntesis en medio de la realidad.

Y la realidad los asaltó en aquel mismo momento en forma de sirenas y de decenas de potentes focos de coches y motocicletas que los rodearon.

La música y el baile cesaron bruscamente. Los hombres se acercaron a su caballo y las mujeres reunieron a los niños y los llevaron a los carromatos.

El conductor del coche principal, un magnífico Rolls Royce, bajó y abrió las puertas de atrás. Bajaron un hombre vestido de militar y una mujer.

Julianna. Tenían lo bastante en común como para que Nick la identificara como la hermanastra de Rose. Sus estilos, sin embargo, eran muy distintos. Mientras que Rose proyectaba una imagen sencilla y cercana, Julianna poseía una fría y distante belleza.

Rose se quedó paralizada en brazos de Nick, en medio de la zona de baile. Él la sintió tensarse en cuanto vio a Julianna.

– Es Julianna -confirmó en un susurró-. Y ése debe ser Jacques.

Nick le susurró contra el cabello.

– Actuemos amigablemente en lugar de asumir que habrá conflicto. Dile cuánto te alegras de verla.

Siguiendo su consejo, Rose avanzó hacia su hermanastra con una amplia sonrisa.

Julianna no sonrió. Estaba exquisitamente vestida en tonos crema y llevaba una chaqueta de piel. Al ver a Rose acercarse, alargó los brazos para indicarle que se detuviera.

– No eres bienvenida -dijo. Y Nick pensó que parecía angustiada, incluso asustada.

– Erhard pensaba lo contrario -dijo Rose, esforzándose por mantener un tono animado-. Según él, el país pasa por dificultades y Nick y yo podemos ayudar.

– No tenéis por qué inmiscuiros -replicó Julianna-. Nuestro padre no te quería aquí, y yo tampoco. Según Jacques, habéis entrado en el país ilegalmente.

– Hemos venido en el avión real.

– Del que se han apropiado personas que no tienen el derecho a usarlo -dijo Julianna-. Jacques dice que debes volver a tu país.

– ¿Y yo? -dijo Nick, tomando a Rose del brazo.

Jacques imitó su movimiento. Pero mientras Nick sujetaba a Rose con delicadeza, él asió el brazo de Julianna con fuerza. Era un hombre corpulento con aspecto de salirse siempre con la suya.

– Ya basta -dijo con fiereza-. La sucesión está resuelta, y vuestra amenaza de venir se interpreta come un ataque a la corona. Hemos intentado impedir que llegarais, pero Erhard… -se encogió de hombros-. Di lo mismo. Ya no tiene autoridad. Os mantendremos custodiados hasta que podamos deportaros.

Se produjo un sofocado murmullo y la multitud se aproximó unos pasos como si quisieran ver qué ocurría. No podían ser dos parejas más dispares. Un hombre uniformado y en actitud intimidatorio junto a una hermosa y sofisticada mujer. Y Nick, sin corbata, con la humilde cazadora del chofer y Rose, con vaqueros gastados, una holgada camiseta de algodón y el cabello recogido en una trenza. ¿La princesa?

– No tienes derecho a mantenernos custodiados -dijo Nick tranquilo-. Mis documentos y los de Rose están en orden. No puedes retenernos.

– Quizá es así como mi hermanastra quiere damos la bienvenida -bromeó Rose, apoyándose en él como si temiera que le flaquearan las piernas-. Julianna -dijo, obligándose a mantener el tono alegre-, qué contenta estoy de verte -se volvió hacia la gente y como si se sintiera orgullosa, añadió-: Julianna es mi hermanastra. ¿«Custodia protegida» quiere decir que prometes cuidar de nosotros? -preguntó con fingida inocencia.

Julianna la miró desconcertada.

– Yo… Tú…

– ¿Nos llevas al palacio? -preguntó Rose.

– ¿Tú crees que nos van a custodiar en palacio? -preguntó Nick, imitando la inocencia de Rose.

– Supongo -dijo Rose-. ¡No pensarás que en el palacio hay mazmorras!

– Sí las hay -gritó alguien.

– Pero tu hermanastra no consentiría que nos encerraran en ellas -dijo Nick con sorna-. En una familia no se hacen cosas así. ¿Verdad, Julianna?

– Soy la princesa Julianna -dijo ella, nerviosa.

– Y yo voy a ser tu cuñado -dijo Nick-, así que no querrás que nos tratemos con tanta formalidad. ¿O quieres llamar a Rose, princesa Rose-Anitra? Después de todo, también ella es princesa. Quizá más que tú, puesto que es la heredera.

Evidentemente, Julianna y Jacques no habían contado con que aquella escena fuera presenciada por una multitud. Además, había cámaras y una periodista tomaba notas frenéticamente a la vez que iba retrocediendo entre la gente, que cerraba filas delante de ella para protegerla. Lo quisieran o no, el encuentro estaba siendo documentado. Y Jacques estaba furioso.

– Esto es un engaño -gritó, mirando a su alrededor iracundo.

– No, es un picnic -dijo Rose con sorna, al tiempo que tomaba la mano de Nick con firmeza-. Esta gente ha sido muy amable con nosotros, pero si tenéis otros planes…

– ¡Detenedlos! -ordenó Jacques a sus hombres, que se aproximaron en semicírculo.

– Ya vamos, Julianna -dijo Rose, manteniendo el tono de broma-. No hace falta que tus hombres se molesten. ¿Vamos, Nick? Esperan que subamos al coche.

Y antes de que pudieran detenerla, tiró de Nick y subió al Rolls Royce. Nick se sentó a su lado, divertido y admirado de la inteligencia de Rose. Al tomar la iniciativa, había dejado a Jacques y Julianna una incómoda decisión. O les obligaban a salir del coche y les exigían ocupar uno de los coches que les seguían, tal y como obviamente era su plan inicial; o subían con ellos en el Rolls y proyectaban así la imagen de una familia unida.