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Nick se acomodó y vio la expresión de desconcierto de Jacques. Y de rabia.

No se trataba de un juego. Estaba a punto de dirimirse un asunto de estado. Jacques estaba obligado a presentar su caso en aquel instante. ¿Debía tratarles como a indignos prisioneros aunque Rose acaban de recordar a la gente que Julianna y ella eran hermanastras? ¿Debía tratarlos como iguales subiendo en su mismo coche? ¿O debía seguirlos en otro coche?

Parecía a punto de sufrir un ataque al corazón.

– Vamos -dijo Julianna titubeante, tendiéndole una mano al tiempo que indicaba el Rolls con la otra.

– No -dijo Jacques, rechazando la mano de Julianna con desdén-. Que vayan solos a palacio y disfruten de sus delirios de grandeza antes de marcharse para siempre -y cerró la puerta del Rolls con furia.

– Hoppy -exclamó Rose, dándose cuenta demasiado tarde de que el perro no estaba con ella-. Hoppy -gritó, asomándose por la ventanilla.

– Llévenselos -gritó Jacques. Y al ver a Hoppy acercarse, le dio una brutal patada-. ¡Arranque! -ordenó. Y el coche se puso en marcha.

– Supongo que eres consciente de que estamos en una situación delicada -dijo Nick tras varios minutos de silencio.

– Hoppy está en peligro -susurró Rose con lágrimas en los ojos-. Le ha dado una patada.

– Pero está bien -Nick se había vuelto cuando abandonaban la pradera-. He visto al niño del collie recogerlo.

– ¿Y estaba bien?

– Sí -dijo Nick, aunque no estaba seguro.

– Nos odia -dijo Rose con un hilo de voz teñido de tristeza-. Los dos nos odian.

– No estoy tan seguro de Julianna. Pero está claro que Jacques te odia porque representas una amenaza para su futuro.

– ¿Crees que deberíamos marcharnos?

Nick esbozó una sonrisa. En qué lío se habían metido… El chofer que los llevaba mantenía un gesto adusto y despectivo. Llevaba el mismo uniforme que Jacques aunque con menos galones. Los separaba de él una mampara fija, así que era imposible hablar con él.

Nick miró hacia atrás y vio que les seguían varios coches y motocicletas.

– Yorkshire empieza a resultar una opción atractiva -comentó. Pero Rose puso cara de determinación.

– No. En absoluto.

– ¿Tan horroroso es?

– ¿Alguna vez has ayudado a parir a una vaca durante una tormenta de granizo?

– La verdad es que no.

– Las mazmorras deben ser más confortables -dijo Rose, y suspiró profundamente-. Lo que no nos mata nos fortalece -concluyó.

– Mi madre adoptiva solía decir eso del dolor de muelas -masculló Nick-, pero me temo que lo que nos espera es mucho más grave que un dolor de muelas.

– Se supone que debes tranquilizarme, no asustarme -dijo Rose, haciendo un esfuerzo por bromear-. ¿No eres diplomático? Intenta convencerlos.

– Por ahora no creo que sea posible. Ya veremos qué puedo hacer una vez lleguemos a palacio.

Rose se acomodó en el asiento. Nick la miró de reojo. Su actuación en el río había sido magistral, pero la valentía de la que había hecho gala empezaba a pasarle factura. Estaba pálida y se restregaba las manos con nerviosismo. Nick dejó escapar un juramento y, deslizándose sobre el asiento, le pasó un brazo por los hombros y la estrechó contra su costado. Rose se tensó.

– Ahora no hace falta que actuemos -masculló.

– ¿Quieres decir que no tengo que comportarme como tu marido? Ya lo sé -dijo él quedamente-, pero tengo que actuar como si fuéramos dos personas metidas en un lío. Debía haber previsto que habría complicaciones.

– ¿Cómo podías adivinarlo?

– Por experiencia. Pero decidí creer en Erhard cuando dijo que no encontraríamos demasiados obstáculos,

– Es lógico que los haya -dijo ella, pensativa-. Después de todo, pretendemos hacernos con el trono -tras una pausa continuó-. Aunque creo que te refieres a problemas aún más serios. ¿Temes que nos arresten?

– Sí.

Aunque Rose no se relajó, se pegó más a él, como si encontrara consuelo en su proximidad.

– ¿Crees que alguien cuidará de Hoppy?

– Claro que sí. En el río había gente dispuesta a apoyar nuestra causa. Seguro que ellos cuidarán de Hoppy.

– Pero puede que la patada le haya herido.

– Seguro que se recuperará -masculló Nick. Pero cerró los puños con fuerza, indignado con que alguien fuera capaz de maltratar a un animal. Y le sorprendió descubrir que su afecto no fuera sólo dirigido a Rose, sino también a Hoppy.

Había aprendido a ser independiente desde muy pequeño. Sus hermanos adoptivos, como él, habían desarrollado pronto una naturaleza solitaria. Ruby, su madre adoptiva, había hecho todo lo posible por enseñarles a amar, y él había aprendido a amarla. Pero de ahí a extender su afecto a un…

No se había planteado nada igual hasta conocer a Rose. Y en cuestión de horas descubría que habría hecho lo que fuera por asegurarse de que Hoppy estuviera a salvo. Por el perro. Por cómo había agitado la cola cuando, equivocadamente, había creído que la comida de Rose y la suya le pertenecían, y luego se había encogido, cubriéndose los ojos con las zarpas, esperando educadamente a recibir lo que le dieran, demasiado bien educado como para exigir… Hasta que Griswold le había llevado su carne.

– Estás sonriendo -dijo Rose. Y Nick se sobresaltó. No sabía adonde los llevaban y se distraía pensando en un perro…

– Pensaba que Hoppy es capaz de sobrevivir en cualquier circunstancia.

– Sí -dijo ella con una sonrisa melancólica-. Seguro que sí. ¿Crees que nuestra situación es más delicada?

– Me temo que sí.

– ¿Crees que nos espera un batallón de fusilamiento al amanecer? -bromeó Rose.

– Eso es imposible -dijo él con firmeza, reprimiendo las ganas de besarla. Y ella debió intuir lo que pensaba porque, suavemente, se separó de él-. Esta gente está desquiciada, pero no cometerían el error de crear un conflicto internacional. Los miembros del consejo tienen residencias en Francia y en Italia, donde pueden ir a disfrutar del dinero que roban a su país. Si desapareciéramos se convertirían en criminales internacionales. Rose reflexionó,

– ¿Te has informado de todo eso?

– Sí -afirmó él-. Y mis averiguaciones me han llevado a la conclusión de que, en términos generales, estamos a salvo. Así que, relajémonos y veamos adonde nos conducen.

– ¿Al palacio? -preguntó ella, expectante.

– Eso espero. Vamos camino de un hotel de lujo.

Capítulo 7

El coche se detuvo en el patio del palacio.

– ¡Había olvidado lo grande que era! -exclamó Rose, alzando la mirada hacia los torreones y la gran escalinata de mármol que ascendía hasta la puerta principal-. De pequeña, apenas dejaba el palacio, pero do recordaba…

La puerta del coche se abrió bruscamente. Alguien gritó:

– ¡Fuera! -una mano le asió el brazo y tiró de ella con tanta fuerza que Rose cayó al suelo.

En cuestión de segundos, Nick estaba a su lado, la ayudó a levantarse y empujó a los oficiales que los rodeaban. Pasó un brazo por encima de su hombro y se encaró a Jacques, que acababa de bajar de su coche y se aproximaba a ellos, seguido por Julianna.

– Como pongas un dedo sobre la princesa Rose, tendrás que responder ante la comunidad internacional -dijo con la firmeza propia de un abogado en un juicio. Luego alzó la voz y continuó-: La princesa Rose-Anitra y yo, Nikolai de Montez hemos sido escoltados al castillo imperial de Alp de Montez en contra de nuestra voluntad -elevó el volumen de su voz como si se dirigiera a una amplia audiencia-. Jacques y Julianna de Montez nos retienen. Están presentes. Ellos han dado la orden de que nos detengan.

Todos lo miraban desconcertados. Nick continuó:

– En cualquier momento me retirarán el teléfono móvil, así que no podré seguir transmitiendo, pero este mensaje ha quedado grabado. Blake, ya sabes lo que tienes que hacer.