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Se produjo un tenso silencio que rompió Jacques con un grito de furia al darse cuenta de lo que Nick acababa de hacer. Dupeaux dio una orden y Nick fue cacheado hasta que encontraron su teléfono.

– Sigue transmitiendo -dijo Nick con sorna cuando Dupeaux se lo pasó a Jacques. Volvió a alzar la voz-: Acaban de usar la fuerza para quitármelo.

Jacques lo tiró al suelo y lo aplastó con el tacón.

– Supongo que ya no funciona -dijo Nick, sonriendo con sarcasmo al tiempo que estrechaba a Rose contra sí-. Pero todo lo que he dicho desde que llegamos al río, ha sido grabado por el bufete internacional Goodman, Stern y Haddock. Si Blake o mis numerosos amigos en las embajadas de Londres no tiene noticias mías pronto, sabrán dónde buscarme.

Jacques estaba furioso.

– Llevároslo -gritó, mirando al teléfono como si fuera un escorpión.

– ¿Julianna? -Rose se volvió hacia su hermanastra implorante. Julianna parecía paralizada por lo que estaba sucediendo. Rose quería creer que la grabación no era en realidad necesaria. Que su hermanastra nunca…

– Sois una amenaza para nosotros -susurró Julianna finalmente, pálida como un espectro.

– Y vosotros para este país -dijo Rose.

– Eso no es verdad. Jacques no haría nada malo.

– Deberías hacer algunas preguntas, Julia -dijo Rose girando la cabeza por encima del hombro para que su hermanastra la oyera mientras forcejeaba con unos soldados que la llevaban a rastras.

Después de atravesar varias puertas, los tiraron en una sala y cerraron la puerta a su espalda. El ruido del cerrojo reverberó en el corredor.

Rose miró a su alrededor con la respiración entrecortada por la ansiedad. Afortunadamente no era una mazmorra. Se trataba de una austera habitación encalada, con el suelo de cemento y sin ventanas. Había un par de camas pequeñas con mantas blancas, separadas por una alfombrilla. A través de una puerta que había en la pared opuesta, se veía un sencillo cuarto de baño.

Era un cuarto austero, pero al menos no era una cámara de tortura.

– ¡Y yo que creía que iba a ser una princesa! -bromeó Rose con voz temblorosa.

– Rose…

– No te preocupes. Sigue siendo mejor que Yorkshire.

Y no mentía. En cualquier caso, ya no podía volver. Había necesitado un imperativo moral para marcharse. Con aquel encierro, su retorno se hacía imposible debido a un imperativo físico.

Se acercó a la puerta y escuchó al tiempo que intentaba abrirla.

– Está cerrada con llave -dijo Nick, confirmando lo obvio.

– Era de esperar.

– Rose, ¿puedo abrazarte? -preguntó Nick súbitamente.

– Yo…

– Odio los espacios cerrados -confesó Nick-. Creo que sufro de claustrofobia.

– ¿De verdad? -preguntó ella con escepticismo.

– Necesito un abrazo -dijo Nick, y tomó a Rose en sus brazos.

Ella no creyó ni por un instante que fuera claustrofóbico, y asumió que era la excusa que había inventado porque creía que era ella quien necesitaba consuelo.

Y tenía razón. Sentía mucho miedo. Y, para colme temía por Hoppy.

Se dejó abrazar por Nick. Empezaba a resultar un hábito al que sabía que podría acostumbrarse sin ninguna dificultad. Los abrazos de Nick ahuyentaban el miedo. Trasmitía una fuerza y un poder que lo hacían irresistible. No era difícil imaginar por qué las mujeres se volvían locas por él. Y ella, por más que fingiera ser valiente, había sentido pánico al ver la expresión del rostro de Jacques.

Y porque estaba prisionera.

Y porque había perdido a Hoppy. Se apretó contra Nick y él le acarició el cabello.

– Tranquila, Rose, tranquila. Saldremos pronto de aquí, ya lo verás.

– Se supone que eres tú el que está asustado -dijo ella. Pero no se separó de él.

– Alguien cuidará de Hoppy -susurró él. Y Rose se tensó.

– Soy veterinaria -musitó contra el hombro de Nick -y no debería sentirme tan unida a un animal, pero no puedo evitarlo.

– Si no te importara tanto, no serías tú -dijo Nick-. ¿Tenías que quedarte tanto tiempo con tu familia política?

Rose frunció el ceño. Sin levantar la cabeza del hombro de Nick, dijo:

– ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? -y percibió que Nick sonreía.

– Nada. Pero ya que estamos encarcelados, ¿por qué no ocupar el tiempo charlando? -a continuación adoptó un tono más serio y añadió-. Además, estás salvándome de la claustrofobia.

– No es verdad que seas claustrofóbico.

– Suéltame y ya verás cómo me pongo. ¿Quieres ver a un adulto comportarse como un animal enjaulado? Rose sonrió y alzó la mirada. Un mechón de cabello caía sobre la frente de Nick. Parecía ansioso. Sin embargo, en el fondo de sus ojos se veía un brillo malicioso que no tenía nada que ver con la ansiedad. Nick era peligroso. Todavía más que la situación en la que se encontraban.

– Pues vas a tener que reaccionar -dijo. Y se separó de él para ir a sentarse en una de las camas. En lugar de colchón había una dura tabla de madera-. ¡Ay! -gritó de dolor-. No tienen colchón -al ver que Nick hacía ademán de sentarse a su lado, alargó el brazo para impedírselo-. Vete a tu cama.

– Eso no es divertido -dijo Nick, pero obedeció. Luego, mirándola con picardía, añadió-: Así no se me va a pasar la claustrofobia.

– Deja de decir que eres claustrofóbico -dijo Rose.

– Ése no es el mejor tratamiento para un enfermo. Distraerme, en cambio, siempre funciona.

– ¿Cuánto tiempo crees que nos retendrán? -preguntó Rose, cambiando de tema.

Nick se encogió de hombros.

– No tengo ni idea, Rose -dijo, poniéndose serio-. Pero hemos hecho lo que hemos podido. Hemos explicado nuestro propósito a la gente del pueblo. Puede que eso baste. Según Erhard, este país lleva tanto tiempo sometido, que es un polvorín a punto de estallar.

– Puede que con nosotros dentro.

– No. Nosotros somos la alternativa a la explosión. El pueblo no quiere la anarquía o se habría sublevado hace tiempo. Con nosotros, pueden conseguir una transición pacífica. Les bastaría con exigir que se aplicara la ley.

– ¿Y cómo van a conseguirlo? ¿Pidiéndole amablemente a Jacques y Julianna que nos entreguen el poder?

– No tengo ni idea.

– Te has metido en esto tan impulsivamente come yo.

– En parte sí. Pero con el apoyo de mis socios y de mi hermano.

– ¿Tu hermano? -preguntó Rose, desconcertada.

– Tengo seis hermanastros -explicó Nick-. Uno de ellos, Blake, es también mi socio en el bufete. Es él quien estaba grabando el mensaje. Cuando me marché dijo: «Si temes algo, llama y grabaré el mensaje». Y eso es lo que he hecho. Todo lo que hemos dicho desde que aterrizamos ha sido grabado.

– Así que Blake vendrá a rescatarnos con las fuerzas aéreas.

– No creo que sea necesario.

– ¿Estás seguro?

– No -admitió Nick.

– Y supongo que Blake no tiene un ejército.

– Me temo que no.

– Y mi perro está vagando por ahí, solo.

– Seguro que no.

– Voy a intentar dormirme -dijo Rose, abatida-. Esta conversación no conduce a nada.

– ¿Podrás dormir?

– Es casi medianoche -dijo Rose-. No creo que vayan a ser tan amables como para traer nuestro equipaje -bromeó.

– Lo dudo.

Rose suspiró resignada, pero de pronto se animó,

– ¡Qué suerte tengo!

– ¿Suerte? -Nick la miró sorprendido.

Rose rebuscó en el bolsillo de su trenca y con gesto triunfal sacó un viejo cepillo de dientes y un tubo medio gastado de dentífrico.

– Seguro que los grandes abogados no lleváis este material en el bolsillo -dijo con chulería.

– No. ¿Y tú por qué lo llevas?

– Porque a menudo tengo que pasar la noche en una granja perdida mientras espero que nazca un ternero, o porque estoy muy lejos de casa -Rose sonrió-. Te dejo la pasta, pero el cepillo no te lo dejaría ni aunque fueras mi marido, lo que, por otro lado, cada vez parece más improbable.