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Se levantó y, sonriente, fue al cuarto de baño.

Rose durmió como un tronco. Nick no salía de su asombro. Para él, poder cerrar los ojos y dormir era una bendición de la que sólo disfrutaba excepcionalmente.

Ya de pequeño le costaba dormir. Quizá porque durante las noches su madre a veces desaparecía.

– La pobre no era más que una niña asustada -solía decirle Ruby-. Ella también tenía pesadillas, como tú.

No le dejaron crecer. Pero tú y yo vamos a encontré una manera de superar tus malos sueños.

Ruby era una mujer muy sabia. Lo mejor que le había pasado en la vida. A él y a sus seis hermanastros.

Era lo bastante inteligente como para saber que nunca escaparía de sus pesadillas, pero que podía aprender a ignorarlas.

Así que, recordando alguno de los consejos de Ruby, Nick no se empeñó en dormir, sino que permaneció echado, mirando al techo, dejando vagar sus pensamientos.

Por la ranura que había debajo de la puerta se colaba suficiente luz como para poder vislumbrar a Rose.

Era una mujer valiente. Y solitaria. Además de extremadamente práctica, acostumbrada a seguir adelante a pesar del dolor.

Acababa de perder a su perro. Nick sabía cuánto significaba para ella y, sin embargo, ni había derramado una sola lágrima ni se había desesperado. Él la había observado cuando hablaba de Hoppy, había percibido cuánto sufría, cuánto deseaba salir a buscarle Pero en medio de su tristeza, era capaz de aceptar la realidad y darse cuenta de que desesperarse no condecía a nada. Por eso había decidido dormir.

Era una mujer única, excepcional. Como Ruby.

Ruby la adoraría. Y a ese pensamiento se unió el de que quizá debía haberle contado lo que iba a hacer en lugar de limitarse a decir que se casaba por cuestiones políticas. Ruby había reaccionado espantada porque para ella era fundamental que sus hijos encontraran el amor.

Quizá, como de costumbre, Ruby era más lista que él, porque lo que sentía por Rose no tenía nada de «político».

Pasó una hora. Dos. Hacía frío. Sólo tenían una manta cada uno. Cada vez hacía más frío.

– Tengo frío -dijo Rose súbitamente.

Y Nick se incorporó de un salto.

– Creía que dormías.

– Y así era. Pero me he despertado. Una manta no es bastante.

– Tienes la trenca.

– Y gracias a ella tengo el cuerpo caliente. Pero tengo las piernas heladas. ¿Sólo tienes una manta?

– Sí.

– ¿Puedo confiar en ti si te pido que compartas mi cama?

Nick se quedó boquiabierto.

– ¿Quieres que durmamos juntos?

– En el sentido literal, sí.

– O sea que me invitas a dormir… dormir.

– Exactamente. O lo tomas o lo dejas. Sólo se recibe una oferta así en la vida.

– Sería una grosería rechazar a una dama -dijo Nick. Y unos segundos más tarde, extendía la manta sobre Rose y se metía debajo junto a ella.

– Tengo otra sugerencia -dijo Rose antes de que se acomodara.

– ¿Cuál?

– Si yo pongo mi trenca encima de nuestros pies, tú podrías poner la cazadora del chofer extendida sobre la parte de arriba -dijo Rose-. Como ves, soy extremadamente magnánima -añadió, bromeando con fingida solemnidad-. Podría no ofrecer la trenca.

Nick rió.

Tardaron un par de minutos en organizar la cama. Finalmente, se acostaron. La cama era tan estrecha que tenían que permanecer pegados el uno al otro. Sus hombros se rozaban y Nick se quedó inmóvil, en tensión.

– Esto es ridículo -dijo Rose al cabo de un rato. Así no vamos a pegar ojo.

– ¿Qué quieres que hagamos?

– Relajarnos. Si nos ponemos de costado hacia el mismo lado, tú podrías amoldarte a mi cuerpo y darme calor. Soy viuda y sé lo que me digo.

– Supongo que tienes razón -dijo Nick, titubeante, mientras intentaba convencerse de que a pesar de todo la relación podía mantenerse en un plano meramente platónico.

– Y aunque tú no seas viudo, estoy segura de que sabes que se puede compartir una cama sin mantener relaciones -dijo Rose-. Así que relájate.

– A sus órdenes, señora.

– Así me gusta -dijo Rose. Y Nick intuyó que sonreía.

Rose se giró de costado y Nick la imitó. Ella se deslizó hacia atrás, hasta que sus cuerpos se amoldaron. Automáticamente, Nick pasó el brazo sobre su cintura y Rose se tensó por un instante, antes de volver a relajarse.

– ¿Ves qué bien estamos? -dijo-. Y ahora, a dormir. A no ser que temas que nos fusilen al amanecer. Pero los dos sabemos que Blake lo impedirá, ¿verdad?

– Sí, claro -balbuceó Nick.

– Entonces no hay de qué preocuparse. Excepto de Hoppy, y no podemos buscarlo hasta que nos liberen Así que: a dormir.

– Sí, señora.

Y, asombrosamente, Nick durmió varias horas.

Cuando despertó, Rose seguía arrebujada contra él, y él mantenía el brazo sobre su cintura.

Miró el reloj procurando no despertarla. Era la primera vez en su vida que pasaba la noche así con una mujer. Con Rose todo era diferente. Era distinta, increíble, y tenía la extraña sensación de que… formaba parte de él.

Ese pensamiento lo sobresaltó. Todo había comenzado la primera noche, al conocerla. Y había alcanzado su punto álgido el día anterior, al verla relacionarse con la gente con una intuición y una empatía que no había visto jamás en nadie a lo largo de toda su experiencia profesional.

Además, había mostrado una valentía excepcional, obligándose a presentar una fachada animada y valerosa, riendo siempre que podía, negándose a ser intimidada, analizando las circunstancias sin perder el optimismo.

Rose se removió levemente y Nick estrechó su abrazo. Aquella mujer era su prometida… Y ese pensamiento lo llenaba de incredulidad. Sería su esposa, aunque sólo fuera sobre el papel.

Pero las cosas habían cambiado radicalmente respecto a los planes iniciales. O quizá era él quien había cambiado en su interior.

¿Se habría enamorado?

La mera sospecha de que ésos fueran sus sentimientos, lo sobrecogió. En ese momento, percibió que Rose se despertaba.

– ¿Qué hora es? -preguntó ella en un susurro.

– Las siete.

– ¿Crees que nos darán algo de comer?

Como si la hubieran oído, se abrió la puerta, alguien puso una bandeja en el suelo, la empujó, y cerró de nuevo.

– Se ve que sí -bromeó Nick al tiempo que, a su pesar, se separaba de Rose para sentarse.

– Quita esa cara -dijo Rose súbitamente, adoptando una actitud práctica a la vez que se levantaba.

– ¿Qué cara?

– No sé, pero estás pensando algo que prefiero no saber -dijo ella con brusquedad-. Me pido ser la primera en ir al baño. ¡No se te ocurra comer todas las tostadas!

No había tostadas. Sólo cereales, leche, agua templada y café instantáneo.

– Esto no tiene nada que ver con la imagen que me había hecho de ser princesa -masculló Rose-. Ha llegado el momento de que te diga que si no tomo un buen café me vuelvo un monstruo.

– A mí me pasa lo mismo -dijo Nick.

– ¿Y qué hacemos ahora? -preguntó Rose tras tomarse un café con una mueca de asco.

– Esperar.

– ¿Cuánto tiempo?

– ¿Veinte años?

– Pues espero que nos den una baraja de cartas -dijo Rose imperturbable-. Si no, escribiré una carta a las Naciones Unidas.

Nick sonrió. Se sentaron a esperar.

Si alguien le hubiera dicho a Rose que iba a contarle su vida a un hombre al que apenas conocía, le habría dicho que estaba loco. Completamente majareta. Era extremadamente reservada. Hasta a Max le había costado que le proporcionara información sobre su pasado. Y luego, se había arrepentido de hacerlo. Max había compartido su intimidad con su familia, y ésta con toda la comunidad. Y con ello, la resistencia de Rose a hablar de sí misma se había multiplicado exponencialmente.