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– Deja de sonreír -dijo Rose.

Y Nick, tras colgar la espada, se volvió lentamente.

– ¿Mi sonrisa te afecta tanto como la tuya a mí?

– Yo… ¿Qué?

– ¿Sabes cuál es el problema? -dijo Nick-. Que te tengo delante, estás preciosa y sonríes, y luego te enfadas, y de pronto te asustas… Y cada una de tus expresiones hace que sienta ganas de besarte.

– Lo que… Lo que sería un error -balbuceó Rose.

– Ya lo sé. Pero no sé qué hacer para remediarlo.

– Será mejor que me vaya a mi dormitorio.

– Escucha -dijo Nick. Se oían voces y música-. Todavía quedan invitados y algunos de los diplomáticos se alojan en el palacio. ¿Qué vas a hacer? ¿Ir a gatas hasta tu dormitorio?

– Tienes razón -dijo Rose, sonriendo con resignación-. ¿Qué podemos hacer?

– Leer -dijo Nick-. Tengo que revisar un montón de documentos.

– Yo prefiero dormir. Estoy exhausta -Rose miró hacia la cama-. Escucha, tú acuéstate; yo dormiré en el sofá.

Nick suspiró.

– No. Yo dormiré en el sofá.

– Pero…

– No digas nada, sé que soy un héroe -bromeó Nick-. Déjame unas almohadas y uno de los edredones y sufriré en silencio mientras tú me despojas de mi cama.

Rose rió y Nick sonrió aliviado. Por fin le había hecho reír. Había tantas cosas de ella que quería saber… Ansiaba besarla, acercarse a ella, explorar los límites de aquella relación. Se había insinuado y Rose lo había rechazado, pero en lugar de sentirse herido, quería descubrir por qué. Y adoraba hacerla reír.

Intuía que Rose no había dicho del todo la verdad cuando habían hablado de tener hijos, pero confiaba en llegar a ganarse su confianza y a conocerla mejor. Pero, por el momento, había conseguido devolverle el brillo a los ojos, y eso le bastaba.

– Buenas noches, esposa mía -dijo. Y tomándole las manos, tiró de ella y le besó la punta de la nariz-, que duermas bien. Tu caballero andante velará tus sueños.

– ¿Mi caballero andante?

– No sé exactamente qué significa -confesó Nick-, pero soy yo y significa que tengo que dormir con la espada a mano para defenderte -concluyó, y sin que ella lo oyera, añadió-: En lugar de dormir junto a mi señora, que es lo que verdaderamente deseo.

Pero antes tendría que conquistarla y, por el momento, lo fundamental era que su dama siguiera sonriendo.

Capítulo 9

Rose yacía en la gran cama, con una suave enagua de seda como camisón, tapada con un lujoso edredón de plumas que le hacía sentirse en una nube.

No dejaba de pensar que estaba casada. Y se sentía sola y pequeña en la enormidad de aquella cama. Hoppy se había quedado a pasar la noche en las cocinas y por más que lo quisiera, no le pareció oportuno ir en su busca. Con toda seguridad se convertiría en titular de los periódicos al día siguiente: La princesa real, descalza…

Había sido una ingenua pensando que podría ser libre. Y más aún si creía que podía conservar la libertad y sucumbir a los encantos de Nick.

Porque lo cierto era que cada vez le costaba más mantenerse firme en sus decisiones. Y Nick estaba tan cerca que era difícil resistirse a la tentación de llamarlo.

Tenía que pensar en otras cosas. En el servicio que estaba prestando al país, por ejemplo. Aquella noche Erhard le había dicho que se sentía orgulloso de ella. Y esas palabras le habían dado fuerza. Por alguna razón que no lograba comprender, sentía al anciano como a un familiar. Erhard había tratado con su madre y había atendido solícitamente al viejo príncipe cuando enfermó. Quizá por todo ello, representaba un vínculo con el pasado.

A Julianna no la había visto en todo el día y eso la inquietaba. A pesar de que debía haberse acostumbrado al rechazo de su hermanastra, no lograba superar la idea de que la viera como a una enemiga. Había muchos factores de la situación en los que no había reparado y que debería considerar, pero no lo lograba. Lo único que le apetecía era… acercarse de puntillas a Nick y pedirle que le hiciera un sitio a su lado.

Pero no lo hizo. A pesar de una vocecita que le decía una y otra vez que el sexo no era malo, se limitó a sonreír para sí y a repetirse que por muy divertido que pudiera ser el sexo con Nick, el único anticonceptivo fiable era la separación por medio de una pared.

Suspiró profundamente, se dio media vuelta y hundió el rostro en la almohada.

Era una princesa en su noche de bodas, y ni siquiera contaba con la compañía de su perro.

Nick permaneció despierto más tiempo que Rose, así que todavía no se había dormido cuando oyó el picaporte de la puerta. Como sus pensamientos no se apartaban de Rose, por un instante pensó que soñaba con ella.

El sofá estaba en el extremo más alejado del salón, de frente a la chimenea. El fuego se había apagado y el suave resplandor de las brasas apenas iluminaba la habitación. Nick percibió que la puerta se abría y supuso que Rose se había levantado. Quizá iba a buscar a Hoppy, o volvía de recogerlo.

Pero al oír la puerta cerrarse, se dio cuenta de que, fuera quien fuera quien la había abierto, permanecía en la habitación y caminaba sigilosamente.

Súbitamente tuvo la certeza de que no era Rose. Pero si no era ella, ¿de quién se trataba?

Como el sofá tenía cojines de plumas pudo moverse sin temor a que hiciera ruido. Centímetro a centímetro, se deslizó hacia el extremo que quedaba más alejado del fuego para no bloquear la luz.

Uno de sus hermanos adoptivos, Sam, había crecido obsesionado con incorporarse a las fuerzas armadas y para cuando alcanzó la adolescencia, era un especialista en tácticas de asalto y defensa en las que había instruido a sus hermanos como parte de sus juegos. Nick nunca había pensado que algunas de las instrucciones que Sam le había dado pudieran llegar a servirle en una situación real. Por ejemplo, la de no ponerse nunca entre un enemigo y el foco de luz.

Pero lo que sólo habían sido juegos de niños, en aquel momento se acababa de convertir en armas de supervivencia. Porque el intruso no pretendía nada bueno y había llegado hasta la puerta del dormitorio. Nick se había habituado a la tenue luz y podía ver la sombra de un hombre que le daba la espalda y hacía girar el picaporte sigilosamente. La puerta se abrió muy lentamente. Nick miró a su alrededor en busca de un arma y asió el atizador del fuego. Luego, agazapado, esperó.

El hombre había abierto la puerta de par en par. Rose había dejado las cortinas abiertas y la luz de la luna inundaba el dormitorio. Nick pudo ver con claridad la silueta del hombre. Era alto y delgado y vestía de negro. Tenía una mano sobre el picaporte. Con la otra… Con la otra sostenía un arma.

Más tarde, Nick no recordaría cómo había salido de detrás del sofá, pero sí la visión del hombre alzando el arma y avanzando hacia su objetivo hasta que, al llegar lo bastante cerca, elevó un poco más la mano… Y Nick le golpeó en el hombro con todas sus fuerzas. El hombre se giró. Nick volvió a blandir el atizador y le dio en el brazo. El arma salió proyectada hacia el otro lado de la habitación. Entonces Nick se abalanzó sobre él, pero el intruso le lanzó un puñetazo. Nick perdió el atizador, pero embistió al hombre, que se tambaleó hacia atrás hasta chocar con la pared.

– ¡Rose! -gritó Nick-, ¡la pistola!

– ¿Qué…? -Rose se despertó y tardó unos segundos en reaccionar-. ¿Qué pistola?

– ¡Debajo de la cama! -gritó Nick, y golpeó al hombre una vez más. Sabía que tenía que aprovechar la pequeña ventaja que acababa de conseguir así que siguió golpeándole a ciegas.

– ¡Muévete y te disparo! -se oyó con claridad la voz de Rose en la penumbra al mismo tiempo que se encendía la luz de la lámpara de la mesilla. Nick pensó que también ella debía haber recibido lecciones de supervivencia pues se había separado de la luz para poder ver sin ser vista.

Nick cometió la imprudencia de dar un paso atrás. El hombre se abalanzó sobre él con algo brillante en la mano.