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Rose también lo sabía. Nick la notó estremecerse y la abrazó con fuerza.

– Julianna es mi hermanastra -susurró descorazonada-. Es toda la familia que tengo.

– Eso no es del todo cierto -Nick la apretó tanto contra su pecho que pudo sentir los latidos del corazón de Rose-. Tienes un marido. Ya es hora de que alguien cuide de ti.

– Pero tú sólo vas a quedarte conmigo cuatro semanas.

– Me quedaré mientras me necesites.

– No creo que… Prefiero no pensar que…

– No pienses. Déjalo hasta mañana, cariño -dijo él-. Estás exhausta.

– Tienes razón. Y Hoppy se ha quedado dormido en la cama.

– ¿Quieres que lo ponga en el sofá?

– No, me da pena despertarlo.

La habitación de Rose era como la de él. Constaba de un dormitorio con una enorme cama y un salón. En la cama había sitio como para que Rose durmiera sin molestar a Hoppy. Pero…

– ¿Nick?

– ¿Sí?

– ¿Te importaría compartir el sofá conmigo?

Se produjo un silencio durante el que Nick reflexionó. El corazón de Rose parecía haberse sincronizado con el suyo. Compartir el sofá. Para dormir. Pero con las emociones que Rose estaba despertando en él…

– Si compartimos el sofá -dijo, cauteloso-, es posible que…

– Sí -dijo ella en respuesta a la pregunta que no había llegado a articular.

– ¿Sí?

– Sí -dijo Rose de nuevo. Y sonrió.

Nick la separó el largo de los brazos y la observó expectante.

– ¿Estás segura?

– Sí.

– Pero antes estabas segura de que no debíamos hacerlo.

– Sí, pero todo ha cambiado -susurró Rose-. Esta noche quiero sentirme tu esposa.

– Lo eres.

– Sí.

– ¿Y estás convencida?

– Sí -dijo Rose. Y volvió a sonreír.

Entonces Nick la besó delicadamente, reverencialmente. Rose se estrechó contra él y le rodeó el cuello con los brazos.

– Sí -dijo de nuevo-. Te necesito, Nick. Eres mi marido y quiero ser tu mujer.

Y súbitamente, para eliminar cualquier duda, se quitó la enagua, bajo la cual sólo llevaba unas braguitas de encaje. Sin apartar la mirada de la de Nick, se las bajó y dio un paso para dejarlas en el suelo y quedarse completamente desnuda.

Nick la miró extasiado. Su esposa. Su cabello rojizo caía sobre sus hombros como llamaradas de fuego. Estaba muy pálida, pero sonreía con timidez, como si no estuviera segura de ser deseada.

Nick le tomó las manos y contempló su hermoso cuerpo, sintiéndose dichoso de que una mujer como aquélla lo deseara, de que aquella mujer fuera su esposa. Los votos que había hecho aquella tarde adquirieron todo su significado. Eso era el matrimonio: un hombre y una mujer fundiéndose en uno. Pero necesitaba tener la seguridad de que Rose comprendía.

– Rose, ¿y lo que has dicho de quedarte embarazada?

– Tengo preservativos en mi neceser -dijo ella. Y al ver la expresión de perplejidad de Nick, explicó con una sonrisa picara-: Sabiendo que me iba casar con el hombre más sexy del mundo, tenía que venir preparada para cualquier eventualidad.

– Aún así, hace un rato no hubieras…

– Antes me sentía diez años más joven que ahora. Nick, te necesito, ¿me estás rechazando?

– No quiero sólo sexo -dijo Nick, sorprendiéndose a sí mismo. Una voz en su interior le decía que no debía cometer ningún error, que lo que estaba sucediendo era trascendente.

Nunca había deseado a una mujer como a Rose y no quería correr el riesgo de perderla por pura impaciencia. No quería que Rose despertara a la mañana siguiente y se arrepintiera de lo que había hecho.

– Esto tiene que ser un acto de amor -concluyó con gesto solemne. Y en ese momento supo que ya nunca volvería a ser el mismo.

Rose sonrió y se puso de puntillas para besarlo al tiempo que él apoyaba las manos en sus caderas. La piel de Rose era tan suave y delicada… Si no lo frenaba en aquel mismo momento ya no habría marcha atrás. Le había dado la oportunidad de cambiar de idea, pero Nick era humano y si Rose pensaba rechazarlo…

Pero Rose le tomó una mano y se la llevó a la mejilla. Luego la guió hacia abajo hasta cubrir con ella su seno.

No parecía titubear. Aquella noche era su esposa. Los votos que habían hecho eran sinceros.

El horror que Nick había experimentado hacía unas horas se estaba diluyendo como si no hubiera sido más que una pesadilla. La realidad era lo que estaban viviendo en ese momento.

Rose tomó el rostro de Nick entre las manos.

– Nick -susurró, mirándolo fijamente.

Él se inclinó para besarla.

Y en ese instante su mundo adquirió sentido. Todas sus dudas y temores se transformaron en amor. Amor hacia Nick. Sus labios se cerraron sobre los de ella y su sabor la embriagó. Sus manos la atraían hacia él. Eran grandes y fuertes, pero la trataban con una conmovedora delicadeza. Acarició el rostro de Nick y sintió bajo los dedos la aspereza de su incipiente barba.

Hacía tanto tiempo que no estaba en brazos de un hombre… Había amado a Max, pero su enfermedad le había obligado a ser siempre muy cuidadosa. Y generosa.

Pero en aquel momento, Nick la abrazaba con fuerza y Rose se dio cuenta de que hasta entonces no había sido consciente de cuánto lo deseaba.

Sus labios se entreabrieron y Nick exploró su boca. Rose dejó de pensar y se entregó a las sensaciones. Ansiaba que Nick se desnudase, pero no quería romper la magia del momento pidiéndoselo o quitándole ella misma la ropa.

Fue Nick quien hizo una pausa, quien se separó de ella unos centímetros para mirarla con ojos ardientes y dirigirse a ella con la voz cargada de pasión:

– Estamos haciendo el amor, Rose. Es el amor lo que nos motiva. No olvides que…

Rose sabía lo que iba decir: que se trataba de un matrimonio de conveniencia, que sólo duraría un mes. Nick no quería compromisos y no quería que se engañara.

– Podemos estar enamorados por una noche -susurró ella, convencida de que eso era lo que él quería escuchar. También era lo que ella quería, aunque ya no estaba segura de nada. Ya lo pensaría al día siguiente-. Por ahora, te amo y quiero que me ames, por favor Nick. Ahora.

La última palabra quedó sofocada por la boca de Nick, que la besó apasionadamente al tiempo que la atraía hacia sí y la estrechaba con tanta fuerza que casi la levantó del suelo. Y con aquel abrazo, Rose olvidó al mundo, lo olvidó todo, excepto a Nick.

Cerró los ojos y la sensualidad se apoderó de su cuerpo. Sujetaba el rostro de Nick como si no quisiera que entre ellos quedara ni un resquicio. El la sujetaba por la parte baja de la espalda y se apretaba contra ella, haciéndole sentir su excitación.

Nick… Su hombre…

Rose deslizó las manos por debajo de su camisa al tiempo que se amoldaba a su cuerpo y le hacía sentir su peso, su deseo. Llevaba tanto tiempo siendo fuerte y responsable que, de pronto, entregarse a aquel hombre, cederle su voluntad, era un sueño convertido en realidad. Nick era su marido y tenía todo el derecho a pedirle que se rindiera a él. Pero lo más maravilloso era saber que se trataba de una rendición mutua. Nick gimió y a Rose le llenó de gozo darse cuenta de que los dos habían perdido el control.

Nick abandonó su boca para besarle los ojos, el cuello. Rose echó la cabeza hacía atrás para exponerse a él. Su mundo había quedado al trazo que la lengua de Nick dibujaba sobre su piel, a las sensaciones que le hacía sentir. Nick la ayudó a echarse en el suelo, sobre la alfombra, delante del fuego. Rose abrió los ojos. El fuego proyectaba sombras sobre el rostro de Nick, iluminaba sus ojos, que ardían de pasión. Ella le desabrochó lentamente la camisa bajo su atenta mirada; le oyó contener el aliento a medida que se acercaba a su cintura. No había prisa. Tenían toda la noche.

Cuando finalmente se la quitó, lo empujó con suavidad hasta que Nick rodó sobre su espalda y ella pudo apoyar la cabeza en su pecho. Él le acarició el cabello mientras ella lo besaba y dibujaba círculos con la lengua en sus pezones hasta hacerle gemir de placer. Nick estaba a su merced. Era su hombre. Rose se colocó encima de él, le levantó los brazos y se los sujetó por encima de la cabeza antes de inclinarse y besarlo allí donde él más lo deseaba. Entonces Nick atrapó sus brazos y le hizo elevarse para mordisquearle los pechos lenta y sensualmente, arrastrándola a una dimensión de placer que Rose no había experimentado nunca. Luego la hizo rodar hasta que quedaron de lado y él atrapó su boca. Rose notó que se llevaba la mano a la cintura de los pantalones y fue a ayudarlo. Nick dejó escapar una risita.