Выбрать главу

– Puedo desvestirme sola, mi señora.

– No lo bastante deprisa, mi señor -musitó ella. Y le bajó la cremallera.

Él acabó de quitarse los pantalones, pero Rose mantuvo la mano donde la tenía. No quería llevarla a ninguna otra parte. Había hecho sus votos aquella misma tarde y lo que estaban haciendo era lo correcto. ¿Cómo había podido llegar a creer que sólo sería una boda sobre el papel? ¿Cómo iba a negarse a sí misma aquella felicidad? Los dos sabían que era algo temporal. Nick no quería una esposa y ella ansiaba conservar su recién estrenada libertad. O al menos eso creía. Así que el verdadero pecado habría sido rechazar el placer que estaba experimentando, de sentir que estaba en el mejor lugar del mundo, de que al fin había encontrado su hogar…

– ¿Dónde has dicho que está el preservativo? -dijo él con voz ronca. Rose estuvo a punto de decirle que no hacía falta, pero el sentido común pudo a la insensatez y, tras darle las indicaciones oportunas, esperó anhelante.

Y en cuanto Nick volvió, se echó a su lado y la devoró con la mirada.

– Y ahora -dijo en un susurro sensual y acariciador-. Y ahora…

Se colocó sobre ella y fue agachándose con una atormentadora lentitud, dejando que sus cuerpos entraran en contacto centímetro a centímetro. Le besó el cuello y los senos a la vez que deslizaba sus poderosas manos hacia su ombligo, por su vientre y más abajo.

Era un hombre hermoso. Era… Nick.

El fuego crepitó y salpicó una lluvia de chispas.

– Nick -susurró ella.

– ¿Sí, amor mío?

– Te deseo.

– No tanto como yo a ti -susurró él. Se impulsó hacia arriba, y la atrapó entre sus muslos. Ella jadeó y se arqueó para sentirlo más cerca, para pegarse a él.

Iba demasiado despacio. Lo asió por las caderas y se las echó hacia adelante. Él se inclinó para besarla.

– Mi Rose -susurró-. Mi esposa.

– Te necesito -Rose ardía de deseo. Su cuerpo clamaba por sentir a Nick en su interior, pero él se resistía.

Sonrió provocativamente antes de besarla. Luego se deslizó hacia abajo con lentitud, acariciándola con la lengua, llegando a su entrepierna y haciéndola enloquecer hasta que, pulsante y ávida, Rose tuvo que morderse la lengua para no gritar de frustración.

Y cuando ya creía que no podía soportar más aquella dulce tortura, Nick se deslizó hacia arriba y ella, con manos decididas, lo condujo adonde más lo deseaba.

– Mi amor susurró -y lo ayudó a penetrarla. Nick se adentró en su interior lenta y profundamente, con delicadeza pero con decisión. Rose se movió sensualmente a su compás, arqueándose para sentirlo más dentro, dejando que la condujera adonde él quisiera, arrastrándolo adonde ella quería, recibiendo y dando placer.

Amaba a Nick, Al menos en aquel momento lo amaba. Estaba casada con él. Y que pudiera ser además de su esposo su compañero, la llenaba de asombro.

En aquel instante todo pensamiento quedó borrado por el más primitivo de los instintos. Su cuerpo se fundió en uno con el de Nick, se diluyó en él. La oscuridad, los terrores de su pasado inmediato y la tristeza de los últimos años, todo quedó arrasado por el fuego que la consumió, por la pasión que se apoderó de ella y que la sumergió en una ardiente neblina de amor.

Las sensaciones se prolongaron, reavivándose cuando parecían languidecer, prendiendo de nuevo cuando empezaban a extinguirse. Una y otra vez.

Y cuando llegaron a su fin, cuando finalmente yacieron, exhaustos, Nick mantuvo sus brazos alrededor de ella. Nick. Su Nick. ¿Qué importaba lo que él día de mañana pudiera suceder? Aquella noche, ella estaba donde debía: en brazos de su marido.

Giraron hasta yacer de costado. El fuego caldeaba la espalda de Rose. No supo de dónde saco fuerzas para separarse de Nick y poder besarlo, poder sonreírle y ver como él le sonreía. Rose adoraba su sonrisa y la manera en que sus ojos chispeaban. Amaba a Nick.

– Gracias -susurró ella.

– ¿Gracias? Rose, ¿tienes idea de lo hermosa que eres?

Rose sonrió.

– Deberíamos dormir.

– Hoppy ocupa la cama.

– Es verdad.

– ¿Tienes frío?

– ¿Lo preguntas en serio? -bromeó Rose. Y Nick rió.

– Supongo que no -la besó-. ¿De verdad quieres dormir?

– No sé…

– Me alegro -Nick la estrechó contra sí-. ¿Se te ocurre qué podemos hacer para ocupar el rato?

– ¿Jugamos a Veo, veo? -bromeó Rose-. Podríamos pedir una baraja de cartas.

– Yo tengo otra idea -dijo Nick. Y se incorporó sobre el codo para mirarla con ojos centelleantes.

– ¿Cuál?

– Se trata de que lo adivines -susurró él-. Tú relájate, mi amor, piensa en Inglaterra y deja que te lo demuestre.

Capítulo 10

La mañana llegó demasiado pronto. O quizá no era todavía la mañana siguiente. Rose se desperezó. El fuego se había reducido a un puñado de brasas. Durante la noche, Nick había llevado a su improvisado lecho unas almohadas y un edredón. Seguían tumbados de lado, con la espalda de Rose acoplada al pecho de Nick.

Llamaron suavemente a la puerta y Rose dedujo que eso era lo que la había despertado. Levantó el brazo de Nick para mirar la hora en su reloj y él, dejando escapar una risita, la sujetó con fuerza.

– ¿Adonde vas, esposa mía?

– La puerta, Nick… Son las dos de la tarde.

– ¡Vaya! -dijo él, y se limitó a estrecharla con fuerza y a besarle la nuca. Rose se removió y, aunque a desgana, se incorporó. El sol se filtraba a través de las cortinas. Hoppy los miraba expectante desde el sofá.

Llamaron de nuevo a la puerta. Resoplando de impaciencia, Nick alargó la mano hacia sus pantalones.

– Ocúltate mientras abro.

– ¿Por qué iba a ocultarme?

Nick sonrió.

– ¿Quieres que te vean desnuda? Rose sonrió. La noche anterior habían intentado asesinarla, pero en aquel momento se sentía libre y feliz.

– Vete -repitió Nick y envolviéndola en el edredón, la empujó suavemente.

Rose rodó hasta ocultarse tras el sofá. Por un extremo, espió a Nick. Vio que iba abrir con el torso desnudo. En el suelo, seguían las braguitas que se había quitado por la noche.

– Nick, espera…

Demasiado tarde. Nick había abierto la puerta. La sirvienta que estaba al otro lado se quedó muda al verlo semidesnudo.

– ¿Qué desea? -preguntó él. La sirvienta deslizó la mirada por la habitación con expresión de sorpresa-. ¿Sí? -insistió Nick.

– Yo… El señor Erhard desea verlos -balbuceó ella-. Dice… Dice que lo siente, pero que es urgente. Le hemos dicho que no han desayunado y ha pedido que sirvamos cruasanes y zumo en la galería.

– Preferimos desayunar en aquí -dijo Nick.

La sirvienta vio en aquel momento las bragas y apretó los labios sin que Nick supiese si se trataba de un gesto de desaprobación o de un intento de contener la risa.

– No… -balbuceó ella una vez más. Ante la mirada inquisitiva de Nick, se precipitó a añadir-: El señor Erhard dice que tienen compañía.

– ¿Qué compañía?

– La princesa Julianna y una mujer a la que no conozco, pero que dice llamarse Ruby.

– ¡Ruby! -repitió Nick, atónito.