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– Por favor, señor. Les esperan en la galería. Si necesitan algo… Cualquier cosa…

– Tenemos todo lo que necesitamos -dijo Nick con firmeza.

Y la joven ya no pudo contener una risita sofocada.

– Eso me parecía -dijo con una sonrisa de complicidad…

– ¿Te das cuenta de que la disciplina está haciéndose añicos en este palacio? -dijo Nick al cerrar la puerta.

– Sí -dijo Rose, riendo y abrazando a Hoppy al tiempo que salía de detrás del sofá-. Creo que está pisando mis bragas, señor.

Nick se agachó para recogerlas.

– ¿Cómo no me di cuenta anoche de cómo eran? -dijo, mirándolas con admiración-. ¿Son un modelo especial para la boda?

– Claro -dijo ella. Luego rió y añadió-: No. Siempre uso bragas como ésas.

– Bromeas -dijo él, mirándolas al trasluz como si fueran una pieza de porcelana. Eran de encaje rosa y blanco, con mariposas bordadas-. ¡Dios mío, las he pisado! ¿Llevas esto siendo veterinaria? -preguntó con una sonrisa de picardía.

– Visto pantalones de peto y siempre estoy cubierta de barro, así necesito que alguna parte de mí sea un poco femenina -dijo ella, echándose a reír. Pero de pronto se puso seria al recordar algo que la sirvienta había dicho-. ¿Julianna está aquí?

– Y Ruby -dijo Nick en el mismo tono de inquietud.

– ¿La invitaste a la boda?

– Le dije que no era más que una maniobra política, un asunto práctico, y que no hacía falta que viniera. ¿Y tú a tus suegros?

– Sí -dijo Rose-, pero Gladys me colgó el teléfono. ¿Por qué te preocupa que Ruby haya venido?

– Porque sí.

Rose sonrió.

– Suenas como si tuvieras diez años. ¿Por qué?

– Porque va a implicarse.

– Ah -tras una pausa, Rose añadió-: ¿Y cuál es el problema?

– Que le horrorizará la idea de que no sea un matrimonio de verdad, que sea un fraude.

Rose recibió aquellas palabras como una bofetada.

– Un fraude -susurró, abatida-. Yo… Sí, claro. Lo siento.

– Ella siempre ha querido que sus muchachos se casaran -dijo él, que estaba tan concentrado en adivinar las implicaciones de la visita de Ruby como para notar el cambio de humor de Rose-. Ella se casó por amor y su sueño es que nosotros hagamos lo mismo. Nunca entenderá que nosotros hayamos actuado como lo hemos hecho. Que haya venido…

– Y Julianna… -susurró Rose, concentrándose en sus propios problemas-. ¿Por qué habrá venido? La invitamos a la boda, pero no quiso venir. No la he vuelto a ver desde aquella espantosa noche.

– Y ahora nos esperan en la galería -dijo Nick, pensativo-. ¿Crees que deberíamos escapar por la ventana?

– No creo que sean peligrosos.

– Si Ruby está enfadada, puede llegar a serlo.

– Si está enfadada, será porque te lo mereces.

– Gracias por ponerte de mi parte.

– Mira quién fue a hablar. ¿Te importa pasarme mis bragas?

– ¿Te las vas a poner?

– Hoy prefiero golondrinas -dijo ella con dignidad-. Le recuerdo, señor, que éste es mi dormitorio, que mi ropa está aquí mientras que la suya está en su dormitorio. En consecuencia, debería marcharse.

– De acuerdo -dijo él, desconcertado-. Golondrinas… -tragó-. Pero Rose…

– ¿Sí?

– Te esperaré en lo alto de la escalera. Creo que deberíamos bajar juntos.

– ¿Prefieres presentar un frente común?

– Así es.

Nick volvió a su dormitorio para ducharse y vestirse. Para cuando llegó al rellano de la escalera, Rose lo estaba esperando.

– Se ve que tardas más que yo en ponerte el maquillaje -bromeó ella. Y comenzó a bajar las escaleras. Llevaba unos vaqueros viejos y una camiseta holgada. No tenía ni una gota de maquillaje ni quedaba rastro de la elegante novia de la noche anterior. Pero Nick no podía dejar de pensar que, debajo, llevaba golondrinas.

Rose se detuvo a mitad de la escalera y giró la cabeza. Al ver que Nick no se había movido, preguntó.

– ¿Vienes o no?

– Claro -dijo él, saliendo de su ensimismamiento.

Y Rose sonrió.

– No he encontrado golondrinas, así que me he puesto abejorros.

Nick estuvo a punto de tropezar, pero consiguió seguir a Rose por el laberinto de corredores hacia la galería. «Abejorros». De camino, se cruzaron con varios miembros del servicio que les sonrieron con complicidad. Era evidente que aprobaban lo que estaba sucediendo entre sus señores. Quizá ya había corrido el rumor de las mariposas. Pero nadie más que él sabía de la existencia de los abejorros. Y no pensaba contárselo a nadie.

No conseguía concentrarse en el asunto que más debía preocuparle en aquel momento y casi le alivió llegar finalmente al invernadero. Cuando Rose abrió la puerta descubrió varias filas de naranjos bajo una magnífica bóveda de cristal. Las baldosas del suelo eran espectaculares y formaban, como un puzzle, el escudo real.

Pero Nick apenas percibió nada de todo eso. Al final de la nave central, había una mesa a la que se sentaban tres personas. Erhard, Julianna y Ruby.

Ruby era una mujer menuda, de cabello blanco. Vestía uno de sus habituales conjuntos de suéter y rebeca, con falda de tweed y zapatos planos. La única señal de que consideraba aquélla una ocasión especial, era que lucía el collar de perlas que le habían regalado sus hijos adoptivos en su sesenta cumpleaños. Parecía seria y preocupada.

Al verlos entrar se puso en pie y Nick tuvo las mismas ganas de huir que había experimentado a los diez años cuando Ruby lo pilló comiendo azucarillos y mantequilla hasta empacharse.

– Nikolai Jean Louis de Montez -dijo ella en el mismo tono que había usado entonces-, ¿se puede saber qué estás haciendo?

Nick tuvo que reprimir el impulso de sostener a Rose delante de sí a modo de escudo. Por su parte, ella miraba a Julianna como si fuera un fantasma.

– Te dije que si querías te compraría un billete de avión -dijo él como excusa. Y Ruby caminó hacia él con tal determinación que temió que fuera a tirarle de las orejas. Estaba realmente enfadada.

– Me dijiste -dijo ella con frialdad- que ibas a casarte con una princesa europea para que pudiera recuperar el trono, que no era más que un trámite, un contrato, dos firmas en un papel. ¿Por qué iba a querer venir a veros firmar?

– Y eso iba a ser -dijo él, Y sin saber qué añadir, dijo-. ¿Cómo has venido?

– ¡Qué más da! -replicó ella-. Sam me pidió que no se lo dijera a nadie. Unos soldados muy amables me han traído.

Nick pensó que debía haber recordado que Ruby siempre conseguía lo que quería. Y que todavía no se había librado de una buena reprimenda.

– Hubiera venido antes -continuó Ruby-, pero estaba cuidando de los niños de Pierce. Fue allí cuando abrí una revista y vi a Rose inclinada sobre una carnada de cerditos. Al instante supe que no se trataba de un mero trámite, así que pedí a Sam que organizara el viaje -lanzó una mirada a Nick con la que le indicó que se ocuparía de él más tarde y se volvió hacia Rose. Pero ésta se estaba enfrentando a sus propios fantasmas.

Sabía que la mujer que tenía ante sí era Julianna, pero apenas podía reconocerla. No quedaba nada de la elegante mujer a la que habían visto la noche que llegaron. Tenía un ojo morado, el cabello despeinado y el rostro manchado de rime!. Parecía exhausta, desesperada.

– Rose, nunca hubiera imaginado…

– ¿El qué? -interrumpió Rose. -Lo de anoche. Lo juro, no lo sabía. Pensé que… -¿De qué estás hablando? -preguntó Rose.

Su hermanastra hizo ademán de tomarle la mano, pero cambió de idea y se apoyó en la mesa como si temiera perder el equilibrio.

– Creía que Jacques se había dado por vencido -susurró-. Dijo que se iba a París, que sabía que el consejo nunca se pondría de nuestro lado. Rose, me casé con Jacques a los diecisiete años. Sé que no es excusa y que debía haberle dejado, pero siempre conservé la esperanza de que las cosas mejoraran. Creía que lo amaba. Nunca…