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– Querías ser reina -dijo Rose bruscamente. Y Julianna pareció hacerse aún más pequeña.

– Desde muy pequeña mi padre me dijo que ése era mi derecho, que era la elegida. Pero estaban Keifer y Konrad, así que la posibilidad de heredar la corona era muy remota. Sólo ahora me he enterado de que Jacques sabía que Konrad moriría joven, porque… -tomó aire y continuó con un hilo de voz, como si apenas pudiera pronunciar las palabras-: Juro que no lo sabía, pero quizá mi padre sí. Ahora creo que ésa fue la razón de que Jacques se casara conmigo.

– Oh, Jules -exclamó Rose con la voz quebrada por la emoción.

– Para cuando Konrad murió, yo ya sabía que Jacques no me amaba -continuó Julianna, su rostro reflejó un intenso sufrimiento-. Padecía tanto que dejé de… razonar. Cuando Erhard vino a verme tras la muerte de Konrad le dije que Jacques podía hacer lo que quisiera con el país, que me daba lo mismo.

Todos los presentes la miraban y Nick reconoció en Ruby la expresión que adoptaba siempre que llegaba un chico nuevo a la casa y se daba cuenta de que era un cachorro extraviado en busca de una madre. Sólo que Julianna casi tenía treinta años.

– Yo diría que estabas deprimida -dijo Ruby, compasiva-. A mí me sucedió lo mismo cuando murió mi marido. Me sentía sumida en una niebla tan densa que no podía atravesarla.

– Tienes razón, así me he sentido todo este tiempo -dijo Julianna, sollozando-. La semana pasada, después de aquel espantoso incidente en el río, fuimos a París. Pero ayer Jacques dijo que debíamos volver, que aunque no asistiríamos a la boda, debíamos estar cerca.

– ¿Por qué? -preguntó Erhard.

Y Julianna se cubrió el rostro como si no pudiera continuar.

– No me dio explicaciones -dijo en un susurro-. Hacía tiempo que no me las daba. Creo que pensaba que ni siquiera lo oía. Y toda la culpa es mía. Sólo obedeciéndole me dejaba en paz.

– Pero anoche… -dijo Erhard.

– Estaba muy inquieto -procedió Julianna-. Nos alojábamos en uno de los pabellones de caza, lo cual debería haber despertado mis sospechas. Pero no quise pensar. O quizá estaba pensando en ti, Rose, en que te ibas a casar y que yo no iba a estar en tu boda.

– ¿Tú tampoco? -preguntó Ruby, alzando la barbilla en un gesto de indignación.

– Me fui a la cama -siguió Julianna-, pero podía oír a Jacques en la planta baja, yendo de una habitación a otra, inquieto. Y de pronto la niebla empezó a disiparse y empecé a pensar. Le oí hablar por teléfono diciendo que podíamos llegar al palacio en una hora, que aunque alguien sospechara, era imposible rastrear el origen de la transferencia bancada y que nadie había sospechado de él cuando lo de Konrad. Todo el mundo había creído que conducía borracho, dijo muy satisfecho de sí mismo. Y también habló de Erhard… -Julianna miró al anciano como si le costara creer que estuviera allí-. Dijo: «pero con Erhard no has sido tan eficaz. Debías haberle pegado con la fuerza suficiente como para que no volviera a inmiscuirse en mis planes. Sin embargo, ayer apareció…» Intentó matarte.

– Pero no lo consiguió -explicó Erhard-. Cuando vinieron a mi casa hace un par de semanas, el perro de mi mujer dio la alarma. Al pobre le costó la vida, pero nosotros logramos escapar -cerró los ojos y recordó el pánico de aquella noche. Luego los abrió y miró a Nick y a Rose-. Lo siento, debía haberos puesto sobre aviso, pero no creí que se atrevería a atacaros. Está claro que me equivoqué.

– Todos nos equivocamos -musitó Julianna. Yo nunca pensé que Jacques fuera capaz de algo así, pero lo era. Le oí decir: «acabaremos con ellos». Entonces supe que estaba dando la orden de que mataran a Rose y a Nick.

Se produjo un profundo silencio durante el que Julianna miró a Rose fijamente.

– Eres mi hermanastra -dijo finalmente-, nada puede cambiar eso -tomó aire y continuó-: Bajé y me enfrenté a él. Entonces, me pegó.

– ¡Dios mío! -exclamó Ruby.

– Me arrastró hasta el dormitorio y me encerró. Luego arrancó la línea del teléfono y me amenazó con acusarme de ser su cómplice. Grité y peleé, pero él se rió y me dijo que me tomara un calmante. Entonces, sonó el teléfono de la planta baja. Le oí contestar. Y luego ni una palabra. Un silencio total.

Hizo una pausa y Nick vio reflejado el terror en su rostro.

– Pensé que todo había acabado -miró a Rose como si todavía no pudiera creer que siguiera viva-. Entonces oí abrirse la puerta principal y a continuación el coche de Jacques. Esta mañana, un guarda me ha liberado. He llamado y me han dicho que estabas a salvo, pero necesitaba comprobarlo por mí misma -sacudió la cabeza como si intentara despertar de una pesadilla-. Rose te juro que no sabía lo que había planeado, que yo jamás…

– Ya lo sé -dijo Rose con dulzura, tomando las manos de su hermanastra-. Incluso anoche, cuando Nick dijo que tenía que haber sido cosa de Jacques, yo sabía que tú no estabas implicada. Eres mi hermanastra.

Julianna se cubrió el rostro con las manos.

– ¡Dios mío! ¡Qué pensaréis de mí! Quiero escapar, ser una persona normal. Ser lavandera. No quiero ser princesa.

– Ser lavandera es un poco radical -bromeó Rose.

Y Julianna rió y lloró a un tiempo.

– Me da lo mismo. Pero Jacques no me dejará.

– No es tu dueño, así que puedes hacer lo que quieras -dijo Rose-. En cuanto a ser princesa, ¿no puedes renunciar a tus derechos? ¿No es eso posible, Erhard?

El anciano estaba pálido. Eran demasiadas emociones juntas. Nick fue hasta un mueble bar y le sirvió un brandy.

Erhard lo tomó mecánicamente.

– Debía haberos advertido de los peligros -musitó-, pero ansiaba tanto que se celebrara esta boda…

– Bebe un poco -lo animó Nick-, y deja de actuar como si acabaras de confesar un asesinato. Anoche ya atrapamos a un asesino y, comparado con eso, todo lo demás son insignificancias -sacudió la cabeza antes de añadir-. Además, has perdido a tu perro y estoy seguro de que, para Rose, eso sí es un verdadero drama.

Erhard alzó la mirada y Nick, sonriendo, posó una mano sobre su hombro.

– Ahora estamos todos juntos y vivos. Y no tardaremos en encontrar a Jacques.

– Así que ha llegado el momento de que me cuentes la verdad -dijo Ruby, quien había permanecido un tiempo récord callada, pero que en los últimos segundos había intercambiado en voz baja unas precipitadas palabras con Rose-, Rose me dice que esta boda es un fraude, un matrimonio de conveniencia.

– ¿Rose? -dijo él, mirándola desconcertado. Ella sonrió y se encogió de hombros.

– Ha llegado el momento de ser sinceros. Es un fraude. Así lo has dicho esta mañana.

Así era. Pero durante la noche… Las imágenes se sucedieron en su mente: Rose en enaguas, apuntando con el revólver, el rostro desencajado. Rose contra el mundo. Rose con abejorros. Rose en sus brazos.

Pero ella siguió hablando.

– Si Julianna cede sus derechos, yo podría hacer lo mismo -dijo en tono resolutivo-. Con ello, Nick se convertiría en el príncipe heredero. Es la mejor opción. Después de todo, mi padre no pertenecía a la realeza y a Nick le gusta la idea, ¿verdad, Nick?

Nick no estaba seguro. La pregunta quedó suspendida en el aire y todos lo miraron.

Quizá sí.

– Mi madre era princesa -dijo pensativo-. Y siempre sintió nostalgia por el país. A ella le gustaría que aceptara…

– ¿Ves? -dijo Rose-. Puedes hacerlo.

– Tendréis que hacerlo juntos -dijo Ruby, intuyendo que algo no iba bien-. Después de todo, estáis casados.

– Sí -Nick tomó aire-, pero quizá Rose preferiría no estarlo.

Ruby puso los brazos en jarras y los miró alternativamente.

– Empiezo a no entender anda. ¿No os casasteis ayer?

– Sí, pero Rose no quería casarse -explicó Nick-. Sólo lo hizo por sentido de la responsabilidad. Y ya es hora de que, como Julianna, se sienta liberada. Si lo desea, podemos anular la boda. Estoy dispuesto a asumir el liderazgo en solitario.