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– Supongo que hacer de princesa durante un año puede resultar atractivo -bromeó Nick.

– Me estás insultando -dijo Rose, irritada. Y tenía motivos. «No se presentan muchas oportunidades en la vida de contribuir al bien público».

Rose miró a Nick con una fría indiferencia. Él estudió sus manos y vio que eran las manos de una mujer trabajadora, muy distintas a las suyas, propias de un abogado que sólo las utilizaba para firma documentos. Rose probablemente merecía un respiro.

Del otro lado del comedor llegaron los primeros acordes de una orquesta. Había una pequeña pista de baile y algunos comensales la ocuparon. Erhard se levantó.

– Disculpadme, pero no me siento muy bien. En seguida vengo -dijo. Y señalando a la pista, añadió-: Podrías bailar.

– Yo no… -dijo Nick, pero el anciano lo interrumpió.

– Mis fuentes dicen que sí. Y también Rose -dijo. Y fue hacia el servicio.

Rose lo miró con expresión preocupada.

– Es un hombre encantador. Espero que no…

– Creo que se ha marchado para dejarnos a solas. Rose sonrió, pero la inquietud no se borró de su mirada.

– No pareces una veterinaria de campo -dijo Nick observándola detenidamente.

– No me mires así. Puedo vestirme como quiera -dijo Rose, como si la hubiera mirado con desaprobación.

– Nadie lo niega.

– Mi marido me compró este vestido durante nuestra luna de miel -dijo ella en tono irritado.

Nick se tensó.

– Entonces, ponértelo significa algo.

– Así es.

– ¿Que estás disponible?

La mirada de Rose se endureció.

– No quiero casarme contigo -dijo, airada-. Eres…

Nick se arrepintió al instante de sus palabras y de haber herido a Rose con ellas.

– Lo siento -se disculpó-. No sé por qué lo he dicho. Creo que la situación es tan extraña que ya no sé que reglas rigen nuestro comportamiento, pero eso no es excusa. Lo siento.

El rostro de Rose se suavizó levemente.

– Sí, es todo muy extraño -bajó la mirada hacia el vestido y añadió en tono pensativo-. Este vestido ha estado guardado en un cajón en casa de mis suegros. Puede que en parte tengas razón, aunque lo que significa es que me siento libre, no que estoy disponible. No quiero lazos ni vínculos, ya he tenido bastantes. Quiero viajar, disfrutar de mi libertad.

– No creo que aceptar el trono de Alp de Montez sea muy liberador -dijo Nick, cauteloso.

– Todo depende de cómo sea la prisión de la que escape -dijo ella-. ¿Vas a sacarme a bailar?

– Yo… -¿Y por qué no?-. Sí.

Rose entrelazo su brazo con el de él y sonrió.

Era una excelente bailarina, ligera y fácil de llevar.

Nick había aprendido a bailar con Ruby. Con buena música y una buena pareja, era una embriagadora experiencia.

La música latina dio paso a un vals. Erhard no había vuelto y Nick estrechó a Rose contra sí, girando con ella sobre la pista, sintiendo como su cuerpo se amoldaba al de él mientras seguía a la perfección el ritmo de la música.

¿Qué estaba haciendo? Había metido aquel vestido en la maleta por un impulso, como si estuviera cometiendo una traición. Pero a medida que se incrementaba el llanto de su suegra y se multiplicaban los chantajes emocionales de su suegro usando el recuerdo de Max, la angustia había dado lugar al enfado, y la rabia le había dado fuerzas para tomar la decisión de marcharse.

Al llegar a su dormitorio, había abierto el cajón, había sacado el vestido y, sin pensarlo, había guardado en su lugar el retrato de Max que hasta ese momento ocupaba su mesilla de noche.

Después, había salido de la casa. Libre… aunque sintiéndose culpable.

Aun así no pensaba volver a Yorkshire. Nick estaba muy equivocado. No quería lazos, quería volar. De hecho, si alguien le hubiera dicho en aquel momento que la amaba, habría salido corriendo.

Pero estaba en brazos de aquel hombre. Y la sensación era maravillosa.

La carta de Erhard le había informado sobre Nick: un hombre solitario que se había hecho a sí mismo partiendo de una situación muy desfavorecida. Un hombre de extraordinaria inteligencia. Un exitoso abogado internacional, atractivo y encantador.

Casándose con él, no arriesgaba su independencia. Quizá era la mejor manera de conseguir la libertad. Quizá…

Cinco minutos más tarde, Erhard regresó a la mesa y los músicos hicieron un descanso.

– ¡Qué buenos bailarines! -comentó cuando la pareja llegó a la mesa-. ¿Habéis tomado una decisión?

Nick miró a Rose. Ella lo estaba observando fijamente. Había llegado el momento.

– Debemos confiar los unos en los otros -dijo Erhard.

– Yo estoy dispuesta a arriesgarme -dijo Rose súbitamente, como si ansiara salir del estancamiento al que habían llegado. Se volvió hacia Nick-. Si tú no participas, dilo ahora para que Erhard busque otra solución.

– No hay otra solución -dijo Erhard abatido.

Nick estaba desconcertado y sabía que no era sólo porque Rose acabara de acceder a casarse con él, sino por lo que le hacía sentir, por cómo se había sentido bailando con ella… Necesitaba darse una ducha fría y reflexionar.

– Me estáis poniendo entre la espada y la pared -dijo. Erhard negó con la cabeza.

– Eso es lo que queremos evitar; espadas.

– ¿Hablas en serio?

– Completamente -susurró Erhard.

– Estamos esperando, Nick -intervino Rose, mirando con preocupación a Erhard, que había palidecido-. ¿Contamos contigo o no?

– Tendría que informarme más.

– De acuerdo. Yo también he hecho mis averiguaciones -dijo ella-. Pero si llegas a la misma conclusión que yo, ¿estás dispuesto a intentarlo?

– ¿Estás pidiéndome en serio que me case contigo?

– Creía que era al revés.

– Es algo recíproco.

– Pero yo ya he dicho que sí y tú todavía no -dije Rose-. Venga, pídemelo, puede ser divertido.

– Yo no hago cosas por diversión.

– Yo tampoco -Rose pareció molestarse-, al menos desde hace varios años. Así que somos perfectamente compatibles. Yo estoy dispuesta a correr el riesgo. ¿Y tú? ¿Sí o no?

No era una espada lo que le hacía dudar, sino la posibilidad que se abría ante él de hacer algo importante por los demás.

Rose lo observaba con una expresión sosegada en su ojos grises. Esperaba su respuesta.

También esperaba Erhard. Dos personas en las que confiaba intuitivamente, querían embarcarse en una empresa conjunta por el bien común. ¿Qué otra cosa podía hacer?

– Sí -dijo al fin. Tras un tenso silencio, Erhard y Rose sonrieron.

– Pues ya está -dijo Rose-; propuesta aceptada. Estamos de enhorabuena… Y aquí llega el postre. ¿Podríamos beber un poco más de champán?

Capítulo 3

Al acabar el postre, Rose decidió marcharse sin esperar al café.

– Me he levantado de madrugada y quiero caminar un poco antes de meterme en la cama -dijo-. No quiero compañía, necesito pensar y planear. Entre otras cosas, tengo que encontrar alguien que quiera ocuparse de una granja.

– Si no hay problemas, podréis casaros en cuatro semanas -dijo Erhard-. Lo mejor será celebrar la boda en Alp de Montez.

– Muy bien -dijo ella, y aunque vacilante, se inclinó y besó al anciano en la frente-. Cuídate, por favor. Hazlo por mí.

Y se marchó.

Nick la observó marchar, sonriendo a todos los empleados con los que se cruzaba.

– Es una mujer extraordinaria -dijo Erhard, sobresaltando a Nick.

– No estaba…

– Supongo que no -dijo Erhard con sorna-. Según mis detectives tu relación mas larga ha sido de nueve semanas.

Nick lo miró sorprendido.

– Veo que lo sabes todo de mí.

– Tenía que descartar que fueras otro Jacques. Y en los círculos legales tienes fama de íntegro. Te implicas en casos por su interés moral y no sólo por el beneficie económico. Además, la mujer que te cuidó desde los ocho años, Ruby, dice que eres honesto, amable y que se puede confiar en ti.