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– ¿Cómo conseguisteis hablar con Ruby?

Erhard sonrió.

– Infiltramos un detective en su círculo de macramé. Por ella sabemos que querías a tu madre a pesar de todo lo que te hizo pasar y que has sido leal a tu familia adoptiva; que tenías un carácter solitario, pero que eras extremadamente generoso. Sabemos que financias una casa de adopción en Australia y que si cualquiera de tus hermanos adoptivos está en apuros acudes en su auxilio aun antes de que te lo pidan -Erhard sonrió-. Cuando leí el informe decidí que eras la persona adecuada.

– ¿Y qué descubriste de Rose? -preguntó Nick, para quien, desde que Rose se había ido, el restaurante había quedado sumido en la penumbra.

– Te he contado casi todo.

– Cuéntamelo otra vez -Nick no había prestado la suficiente atención porque hasta entonces no había estado verdaderamente interesado.

– También ella tiene un pasado difícil. Su madre padecía artritis reumatoide y no podía trabajar, así que Rose tuvo que trabajar desde muy joven para pagarse los estudios de veterinaria. Se casó con un compañero de universidad, Max McCray, quien se había retrasado en sus estudios porque había padecido cáncer. Max era el único hijo de un veterinario de Yorkshire. Rose fue acogida en su familia y cuando acabó la universidad se hizo responsable de la clínica veterinaria familiar. Entonces, Max volvió a caer enfermo y Rose, además de dirigir la clínica, se convirtió en su devota enfermera hasta su muerte, hace dos años. Ahora, dirige la granja y la clínica veterinaria.

– Pero está dispuesta a dejarlo todo.

– Tengo la sensación de que le resulta un alivio -explicó Erhard-. El pueblo es muy pequeño y Rose es, ante todo, la viuda de Max. Todo el mundo habla del gran trabajo que ha hecho al conservar la clínica en honor a su marido. En un pueblo próximo hay una gran clínica veterinaria que quiere comprarla, pero sus suegros se niegan a vender. Así que Rose tiene que ocuparse de la granja sola. Además, arrastra un serio problema económico. La familia de Max no tiene dinero, y su enfermedad le hizo sumar deudas a las que ya había adquirido para concluir sus estudios -Erhard tomó aire-. Como ves, he usado una agencia de detectives muy minuciosa. También hablaron con las enfermeras que atendieron a Max. En su opinión, Rose ha permanecido atrapada por el recuerdo de su marido.

– Pero está dispuesta a marcharse.

– Le hemos presentado un imperativo moral muy poderoso -dijo Erhard-: una nación, y no sólo un pueblo, depende de ella.

– ¿Y esperas que también yo deje mi trabajo?

– No -dijo Erhard-. Sólo te pedimos unas semanas de tu tiempo y que firmes un certificado de matrimonio. No es necesario que te quedes en Alp de Montez. Una vez se calmen las aguas y se resuelva el problema de la sucesión, podrás marcharte. Sólo te necesitamos para la ceremonia de la boda y de la coronación. Luego, podréis divorciaros. Rose parece dispuesta a hacer todo el trabajo.

– Por lo que dices, está acostumbrada a hacerle -dijo Nick, frunciendo el ceño.

– Yo cuidaré de ella. Al menos no tendrá que atender vacas parturientas en mitad de la noche.

– ¿Es eso lo que hace?

– Así es. Y encima, vive con unos suegros que no le dejan sobreponerse a la muerte de su marido.

Nick pensó una vez más que Rose era una mujer de muchas facetas: un pícaro diablillo, una hermosa y sofisticada mujer, una excepcional bailarina, y una incansable trabajadora.

– Haré lo que me pides -dijo finalmente. Y Erhard sonrió.

– Te aseguro que no te arrepentirás.

Ya no había marcha atrás. Para cuando Nick llegó al despacho a la mañana siguiente, Erhard ya había dado los primeros pasos para organizar la boda.

Nick se armó de valor y habló con sus socios. Todos ellos coincidieron en que la situación sólo podía representar beneficios para el bufete. Incluso su hermanastro, Blake, que trabajaba con él, le manifestó su entusiasmo. Cuando Nick le había hablado de ello, Blake inició sus propias averiguaciones y estaba convencido de que se trataba de un plan sólido.

– El país cuenta con la suficiente estabilidad como para que vuestra boda sea bien acogida. Debes ir y apoyar a Rose-Anitra con todas tus fuerzas.

– Pero casarme… -dijo Nick. Blake lo interrumpió:

– Quizá un matrimonio así es el único posible para hombres como nosotros. ¿Por qué no casarte sólo en papel? -bromeó.

Porque no era del todo verdad que eso fuera todo.

Para Nick, casarse era algo que sólo hacían los demás. En su experiencia, las familias felices no existían. Tenía seis hermanos adoptivos y todos procedían de matrimonios desastrosos. Incluso, Ruby, la madre adoptiva a la que adoraba, había vivido una tragedia.

Salir con mujeres era una cosa… pero jamás había sentido la tentación de comprometerse. Sin embargo, lo que estaba a punto de hacer…

– Sólo te has comprometido para un mes, ¿no? -preguntó Blake.

– Sí, o al menos, hasta que la posición de Rose sea estable.

– Además, la idea de ayudar al país te estimula…

– Desde luego -admitió Nick.

– ¿Y casarte con Rose?

Nick sonrió sin decir nada. Eso era lo que más le preocupaba, el hecho de que le atrajera la idea de estar casado con ella. Era preciosa y su sonrisa le dejaba sin habla. Sin embargo, ella había dicho que no quería crear lazos y que ya había tenido suficiente familia para el resto de su vida. Y eso, que debía tranquilizarlo, le creaba inseguridad. Hacerse con el poder en un país no le inquietaba ni la mitad de lo que lo hacían los sentimientos que Rose le inspiraba.

Pero ni Blake lo sabía ni él mismo era capaz de explicárselo, así que cuando pasó una semana sin ver a Rose se dijo que debía haber sufrido un ataque de romanticismo al conocerla en lugar de entender aquella boda como lo que era: una operación militar.

Erhard llamaba constantemente para ponerle al día sobre los planes. En cuanto se casaran, se reunirían con el comité y anunciarían sus aspiraciones al trono.

Entre tanto, Nick no tenía ni idea de qué estaba haciendo Rose.

– Tengo que organizar un montón de cosas antes de marcharme -le había dicho en la única conversación telefónica que habían mantenido-. La reacción aquí ha sido de histeria colectiva. Tú ocúpate del papeleo. Firmaré lo que me digas. Confío en ti y en Erhard.

Otro día, Nick había llamado y se había podido hacer una idea de la situación por la que pasaba Rose al hablar con su suegra.

– No tiene derecho a hacernos esto -gimoteó-. Todo el pueblo depende de ella. Dice que la clínica tendrá que integrarse en la cooperativa del distrito, que con el dinero que nos paguen viviremos bien. Pero no es eso lo que nos importa. Mí pobre hijo se revolvería en su tumba. ¿Cómo se atreve ese hombre a decirle que no hay otra opción? ¿Cómo osa…?

Sus comentarios habían sido tan virulentos que Nick acabó por colgar el teléfono. Desde entonces, había comprendido perfectamente por qué Rose había puesto la condición de que la prensa no fuera informada hasta que hubieran dejado el país.

Erhard había accedido a regañadientes. Los preparativos se sucedieron. Finalmente, cuando quedaban pocos días para que Nick y Rose volaran a Alp de Montez, Erhard había ido espaciando sus llamadas hasta que en la última, había anunciado en tono misterioso:

– Nikolai, a partir de aquí la situación queda en vuestras manos. Yo debo adoptar un papel secundario. Buena suerte a los dos.

Nick no necesitó explicaciones para entender que, quizá por razones de salud, Erhard, tras colocarlos en la posición de salida, le cedía la responsabilidad.

Buena suerte a los dos.

Por unos segundos Nick sintió un ataque de pánico que superó al instante recordándose que sólo se trataba de un matrimonio de conveniencia. Sólo así pudo seguir organizándose sin que el mundo se le cayera encima.