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Pero el día previo a su partida, cuando salió de su despacho y encontró las oficinas decoradas para una fiesta de despedida, tuvo que enfrentarse a la realidad. Era sábado y normalmente las oficinas habrían estado vacías, pero sus compañeros de trabajo le habían organizado una fiesta. Blake y sus socios debían haber decidido que la discreción ya no era necesaria. El champán corría a raudales, las secretarias repartían tarta nupcial, Blake había encontrado en la prensa una fotografía de Rose el día de su boda y la había ampliado a tamaño natural, colgando copias de ella por toda la oficina.

– Es preciosa -comentaba todo el mundo. E incluso Rose, que los miraba sonriente desde las paredes, parecía estar de acuerdo.

Aquella imagen de Rose perturbó a Nick. Era una Rose sin líneas de preocupación alrededor de los ojos, una Rose antes de… ¿la vida?

Era extraño saber que había accedido a casarse con ella, pero ya no podía echarse atrás, así que participó en la celebración con el mejor ánimo posible. Al final, bajo una lluvia de confeti, logró escapar.

– Allá va el príncipe tras su princesa -le gritaron. Y tuvo que sonreír.

– Eres el segundo hijo de Ruby al que echan el lazo -dijo Blake mientras lo acompañaba al aparcamiento.

Nick y Blake tenían mucho en común. Los dos procedían de familias desestructuradas, eran ambiciosos y habían estudiado Derecho. Blake había entrado en el bufete un año después que Nick y mantenían una estrecha relación de hermanos.

– No pareces contento -comentó-. ¿Es por los nervios de la boda?

– Sabes que no es una boda verdadera -dijo Nick entre dientes. Blake sonrió.

– Pero es lo más cerca de casarte que vas a estar. ¿Qué le has contado a Ruby?

– Que he accedido a casarme con Rose para que consiga el trono; que es un asunto práctico, y que en cuanto vuelva iré a visitarla.

– ¿Y qué te ha dicho?

– Sonaba un poco enfada. ¿No te ha llamado?

– ¿Cuándo habéis hablado?

– Esta mañana.

– ¡Bromeas! -Blake y Nick estaba abriéndose paso entre un enjambre de periodistas que ocupaban la acera. La prensa había surgido de la nada. La noticia debía haberse filtrado y parecían decididos a documentar cada paso del acontecimiento-. Entonces habrá estado llamándome todo este rato.

– Tranquilízale. Dile que no es más que un asunto de negocios -dijo Nick-. No quiero que se preocupe. No es nada,

– Nada -Blake se paró en seco con expresión de incredulidad-. ¿Pretendes que le explique a Ruby que vas a casarte con una princesa y que no es nada? ¿Quieres que me mate?

– Pues no se lo expliques. Va a cuidar del hijo de Pierce un par de semanas, así que no tendrá tiempo de pensar en nada.

– Las noticias llegan a Dolphin Bay -dijo Blake-. Y por si no lo sabes, en Australia se publican periódicos. ¿Va a haber invitados a la boda?

– Algunos dignatarios. Puedes decirle a Ruby que he intentado explicárselo, pero que no me ha dejado hablar.

– ¿De verdad piensas casarte sin implicar a nadie de la familia?

– Sabes que ése es mi estilo.

– Sí, pero no es el de Ruby. Si por ella fuera, Rose entraría a formar parte de la familia al instante. Seguro que le tejería un jersey y haría una manta para el lecho nupcial.

– Eso es precisamente lo que quiero evitar -dijo Nick-. Si dejo que Ruby se acerque a Rose, ésta saldrá huyendo. Esto es pura política.

– Un matrimonio perfecto -dijo Blake con sarcasmo.

– El único que le interesa a Rose.

En ese momento llegaron al coche seguidos por los fotógrafos. Nick estrechó la mano de Blake.

– Adiós, amigo -dijo-. Guárdame el sitio.

– Quizá deje de interesarte -dijo Blake con una mirada escrutadora.

– De eso nada. Estaré de vuelta en unas cuantas semanas.

– Ya veremos. Ten cuidado con los lazos matrimoniales y los políticos.

¿Por qué Blake sonaba tan escéptico? ¿Y de dónde habían salido todos aquellos fotógrafos? Había cometido un error al no haberle dado más detalles a Ruby, incluso debía haberla invitado a la boda. Sin embargo, de haberlo hecho, Ruby habría aceptado, se habría emocionado en la ceremonia y habría dado una credibilidad al enlace que estaba lejos de tener. Además de haber asustado a Rose. Y a él.

En la privacidad de su BMW, de camino a su apartamento para recoger el equipaje, Nick tuvo tiempo para pensar, y cuanto más pensaba, más preocupante le parecía su futuro inmediato.

Sonó el teléfono y el sistema de manos libres saltó automáticamente.

– ¿Nick?

– Rose -su voz reflejó lo alterado que se sentía-. ¿Cómo estás?

– Esto está lleno de fotógrafos -dijo ella-. Mi suegra no para de llorar. El teléfono no deja de sonar. Tal vez… ¿y si hemos cometido un gran error?

A Nick le alivió comprobar que no era el único desbordado por las circunstancias.

– Supongo que era de esperar -dijo, transmitiéndole una calma que estaba lejos de sentir.

– No había pensado…

– Yo tampoco.

– Todavía podemos echarnos atrás -susurró ella.

– ¿Es eso lo que quieres?

– No lo sé -dijo Rose-. Parecía tan sencillo mientras sólo era una idea…

– ¿Qué harías si canceláramos el plan?

Rose hizo una pausa antes de contestar.

– Supongo que quedarme aquí -dijo, dubitativa.

– ¿Quieres quedarte ahí?

– No -dijo Rose con firmeza. Luego, añadió-: Queríamos hacer esto por buenas razones, ¿verdad, Nick?

– Sí -dijo él, obligándose a ser honesto.

– Durante un mes.

– Y después, seguiré contigo al otro lado del teléfono. No te dejaré sola.

– ¿Seguirás comprometido con el plan? Nick tomó aire.

– Sí -¿quién le había dictado aquella afirmación? El lema de Nikolai de Montez era «nunca te comprometas». Pero las circunstancias eran excepcionales. Se trataba de todo un país. Se trataba de Rose.

– Sí -dijo una vez más-. Permaneceré tan implicado como tú quieras.

– Entonces, podré soportar a la prensa -dijo ella con voz temblorosa-. El avión me recogerá en Newcastle a las dos. ¿Me juras que estarás en él?

¿Cómo podía contestar un hombre una pregunta como aquélla? A pesar de todas sus dudas. A pesar de Ruby.

– Sí -dijo.

Y con aquel sí, Nick acababa de adquirir el compromiso más trascendente de toda su vida.

Capítulo 4

El avión estaba equipado lujosamente. Nick se había comprometido y por más deseos de huir que sintiera, ya no lo haría. Se ató el cinturón de seguridad con decisión.

Durante la primera parte del viaje estaría solo, excepto por un maduro ayudante de vuelo uniformado que sólo hablaba con monosílabos. Erhard se había ocupado de todo y Nick confiaba en él, aunque le inquietaba que los días precedentes no hubiera devuelto sus llamadas. ¿Estaría enfermo?

¿Habría cometido una locura accediendo a participar en aquel plan?

Rose, la mujer con la iba a casarse, subiría al avión en Newcastle. Sí. A casarse, por muy extraña que la palabra le resultara.

Se acomodó en el lujoso asiento de cuero y dejó vagar sus pensamientos. En su mente se articulaban distintas preguntas para las que no tenía respuestas. ¿Se arrepentiría Rose? ¿Y si el distanciamiento de Erhard no tenía nada que ver con la enfermedad? ¿Qué harían Rose y él si se quedaban solos?

Para tranquilizarse, tuvo que recordar que iban a un país civilizado y que lo peor que podía pasar era que les obligaran a abandonarlo. O que no les dejaran aterrizar.

– ¿Quiere tomar algo? -preguntó el auxiliar de vuelo que, según se leía en una chapa que llevaba en el pecho, se llamaba Griswold-. ¿Una cerveza?