– ¿Estoy filmándome un puro? ¿Me estoy bebiendo un whisky? ¿Estás tú tomando un café? ¿Estamos ahora en Barcelona? ¿Colón descubrió América? ¡Claro que estoy seguro, gilipollas! De lo contrario, ¿por qué crees que te lo diría?
– Pero tú, ¿cómo te has enterado?
– Pues porque me pasé la tarde haciendo averiguaciones, ¡joder! Debes saber que tengo contactos e informantes en todos lados, de lo contrario no hubiese llegado a estar en donde estoy.
– Bueno, está bien. Fueron los Medina. ¿Y qué? Ellos también hacen negocios, ¿no es cierto? También están en el asunto inmobiliario. ¿Por qué no iban a ir detrás de las mismas gangas tras las que tú vas? Es lógico.
– ¡Pero serás capullo, Olsen! ¡Y yo que te creía un tío listo!;No ves que buscan joderme? La información con respecto a esas ventas era muy reservada. Si se han enterado es porque estaban detrás de mí, ¡coño! ¡Esos cabrones ya no saben qué hacer para moverme el piso! ¡Buscan el modo de perjudicarme como sea! Y te diré más: no creo que se limiten a soplarme las gangas… están al acecho, en cuanto puedan darán un golpe. Claro que no les daré la oportunidad… De eso era de lo que quería hablar contigo, Olsen.
– Bien, ¿qué quieres que haga?
– Por ahora estarte al loro, no bajar la guardia, y otra cosa…
– Sí, dime.
– Debes prepararlo a Víctor, tienes que hacerlo un muchacho duro. Tal como es ahora parece un mariquita. Alguna vez podría encontrarse solo, aunque sea por un momento y en tal caso debería saber responder. Quiero que sea un nombre, Olsen, como nosotros. ¿Por qué mi hijo no ha de saber manejar un arma? ¿Por qué no puede aprender a defenderse con los puños?
– Tú lo has dicho antes: es demasiado joven.
– No es demasiado joven para hacerse macho. Olsen… ¿Puedo dejarlo en tus manos?
¡Esto ya es el colmo!, se dijo Olsen, ayer me sopló la novia y hoy está pidiéndome ayuda para educar al renacuajo de su hijo. Y también se dijo: Este tipo no es capaz de ver más allá de su propio egotismo. Para él los demás no existen como no sea en función de sus necesidades y deseos… ¡Ojalá hubiera dejado que lo liquidara Marcelino Medina! ¡Qué distinto sería todo ahora!
De pronto, el brote de una idea chisporroteó en su mente. Fue como una noción borrosa a la que debe dársele tiempo de definirse y tomar su forma finaclass="underline" Puede que de aquí salga mi venganza, pensó Olsen.
– Está bien, veré qué puedo hacer.
– ¡Eso es cojonudo, Olsen! Estoy seguro de que tú podrás enseñarle muchas cosas al chico. Me dejas muy contento. Celebrémoslo, ¿tomas un whisky conmigo?
– Pediré otro cate.
– ¡Vamos, amigo, no me hagas eso! No puedes dejarme bebiendo solo. Esto hay que celebrarlo.
Olsen dudó unos segundos y al fin dijo:
– Tienes razón, esto hay que celebrarlo. Que sean dos whiskys.
– ¡Bravo! ¡Te quiero, Olsen! Tú y yo hemos pasado muchas cosas juntos, tenemos muchas historias en común… sobre todo después de estos días -dijo Iturralde. y a continuación emitió una ruidosa risotada.
– No entiendo bien a qué te refieres.
– ¡Venga, chico! -exclamó Aníbal Iturralde con tono sobrador-. Seguro que sabes de qué hablo. Me refiero a que estamos más hermanados que nunca. ¡Hemos mojado en el mismo coño, joder! -Y volvió a reír estruendosamente-. Tú me llevas una ventaja de tres noches, pero está bien, yo soy más viejo y no tengo tu aguante. Pero esa «concha», como decís vosotros en Buenos Aires, estaba de maravilla. Debo recoñocer que la chica no está mal para cepillársela de vez en cuando.
– No le veo la gracia -susurró Olsen con voz áspera.
– ¿Que no le ves la gracia? Pero si es lo más gracioso del mundo. A mí nunca se me hubiera ocurrido hasta que me di cuenta de que tú te la tirabas. Fuiste tú quien me dio la idea. Me dije: Este Olsen es un tío listo, yo soy el que le paga el sueldo a la nena y él es quien se la beneficia. Pero, bueno, lo coñozco bien y sé que tiene buen gusto, así que vamos a ver qué sabor tiene la raja de la chica. Y ya está, la follé bien follada a la muy zorrona.
– Así que antes nunca se te había ocurrido.
– Pues no, nunca. Ya te dije que tú me diste la idea. Hasta ayer evité siempre tener líos con mis empleadas, me regía por el principio que dice que en el lugar donde se come no se caga. Pero, bueno, por una vez he roto la norma, y te aseguro que no estoy arrepentido. Como te he dicho hace un momento, tú fuiste quien me dio la idea, Olsen, de modo que te estoy agradecido también por eso.
– Y no pensaste que quizá la chica a mí me gustaba de verdad.
– ¡Venga, Víctor! -exclamó Iturralde (pocas veces llamaba a su hombre por el nombre de pila, sólo cuando estaba dispuesto a suprimir momentáneamente la distancia, sin saber que a Olsen el tratamiento no lo complacía)-. Supongo que no estarás hablando en serio. Pero, bueno, qué más da. Puedes seguir follándotela todas las veces que quieras, ¡hombre! Si viene al caso, tienes mi autorización para cepillarte a todas mis empleadas, yo seguiré pagándoles el sueldo, no te preocupes. Eres mi amigo y no te cobraré nada por el servicio. -Y nuevamente soltó una carcajada escandalosa.
– Oye, Aníbal -dijo Olsen llamando por primera vez a su patrón por el nombre de pila-. Tengo la sospecha de que lo hiciste para demostrarme alguna puta cosa.
– Pero ¿qué dices? ¡No digas gilipolleces, tío!
– Tal vez para hacerme saber que eres el patrón.
– ¡Pero…!
– O acaso para que nome creyera que eres menos hombre.
– ¡Te estás poniendo idiota, Olsen! Como sigas así vas a acabar por hacerme enfadar.
Olsen advirtió que estaba por echar a perder la posibilidad de la venganza. Debía maniobrar con mayor sutileza.
– Disculpa. Tienes razón, no me hagas caso. Es que estoy un poco dolido, ¿sabes?
– Vamos, Olsen, no te pongas así. No es nada más que una zorra, como todas las mujeres. No vale la pena que nos disgustemos por ella -dijo Iturralde.
– Claro, es verdad -mintió Olsen-. Es una zorra, como todas las mujeres.
– Eso mismo. Asi me gusta oírte hablar, ¡éste es mi Víctor Olsen! ¿Sabes?, todas las mujeres son unas grandes putas; recoñozcámoslo. Mira, sólo he coñocido a una que no lo fuera, y murió hace muchos años, para mi gran dolor.
– ¿Tu madre?
– Pues sí -afirmó Iturralde con tono apenado y digno-. La única mujer honesta que he coñocido. No niego que puedan haber otras… Seguro que tu madre sería también una gran mujer, Víctor. Pero son pocas, por desgracia son pocas. La mayoría tienen alma de busconas.
– Puede ser -asintió Olsen-. Ya puede ser. Bueno, ¿pedimos otra copa?
– Eso mismo. Así me gusta oírte hablar, amigo.
De modo que Iturralde llamó al camarero y pidió otro par de vasos de whisky. Brindaron por la amistad y por las putas. Al final dijo: