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»Todo esto ocurría en un barrio de Alicante, en esos años inmediatos de posguerra. Ella era hija única de una familia modesta, vecinos de la casa en donde vivía. Era una época dura, Olsen. Yo había combatido en la Guerra Civil, del lado de Cristo, y por ese entonces me hallaba metido en negocios arriesgados que me tenían continuamente con los nervios de punta. Todavía estaba asociado con los Medina… no sé si sabes que en un tiempo fuimos socios… y ya empezábamos a llevarnos mal, ¡maldita sea! Pues bien, los momentos en que jugaba con Victorita eran para mí los únicos de verdadera paz.

»Después tuve que salir de España, como sabes. Anduve rodando por el mundo, y una de las pocas cosas que llevé conmigo fue la foto de aquella niña, de Vtctorita. Cuando me conociste en la Argentina me sentía solo y cansado de todo. Necesitaba una mujer, pero ninguna de las que conocí me demostraron que podían hacerme feliz. Entonces fue cuando me dije que lo que quería para mí era una mujer de mi tierra, una chica de mi propio mundo, Olsen. Esto quizá tú no lo entiendas, porque nunca te ha gustado echar raíces, que lo sé. Pero en eso yo soy diferente: aunque también he vagabundeado lo mío. siempre añoré las voces de mi pasado. Te extrañará oírme hablar asi, pero ya te he dicho que te hablaría con el corazón abierto. Yo quería que me hablara al oído una voz de mujer que se expresara con mi propio acento. El idioma no lo es todo, Olsen. Cuando añoras el terruño echas en falta el acento… el acento. ¿Me entiendes? ¿Verdad que me entiendes, Olsen? -Olsen asintió con la cabeza y bebió un sorbo de whisky-. Por el tiempo en que vivía en Buenos Aires mantenía correspondencia con un antiguo vecino de Alicante, un tal Antonio Ramírez… ¡pobre! Hace unos años me enteré de que lo habían cocido a balazos en plena calle. ¡No se lo merecía, lo mataron como a un perro!

»En fin, a lo que iba: por medio de Antonio Ramírez supe que los padres de Victoria habían fallecido. La chica, en ese entonces, vivía sola y en precarias condiciones. Trabajaba en una fábrica. Obtuve su dirección y le envié una carta. Fue un impulso, pero sentí la necesidad y el deber de protegería como si de verdad hubiera sido su padrino: le propuse enviarle un pasaje para que fuera a vivir a Buenos Aires. Realmente, no sé si entonces pensaba en otra cosa, te lo confieso. Tal vez alguna idea me pasaba por la cabeza, pero la diferencia de edad que había entre nosotros no me permitía hacerme ilusiones.

«Cuando fui a recibirla A puerto… en aquel entonces todavía se viajaba en barco. Olsen… Como te decía: cuando fui a recibirla al puerto, y la vi después de tantos años, la vi hecha toda una mujer, pero con la misma mirada candorosa de cuando era niña, y comprendí que me sería imposible no amarla. Creo que ella empezó a quererme un poco después; en su caso no fue un deslumbramiento repentino, como me pasó a mí. pero paulatinamente se fue encariñando, y así llegó el momento en el que el amor fue recíproco. -Dio un fuerte suspiro. Los ojos se le habían enrojecido-. Perdona que me emocione, Olsen, no puedo evitarlo.

»Seguro que te acuerdas de aquellos días, Olsen. Vosotros, los muchachos, nos veíais juntos todo el tiempo, como un par de tortolitos… bueno, que a fin de cuentas era lo que éramos. Reconozco que debía de parecer un poco imbécil, yo mismo me daba cuenta de que me mirabais como a un boludo: ¡un hombre tan grande haciendo semejante papel! Pero me importaba un comino. La verdad, me importaba un comino. Y la pasaba bien, ¡qué bien que la pasaba! Qué más puede pedir un hombre que estar rodeado por sus amigos y por la mujer que ama. Recuerdo aquellas noches, con ella a mi lado y también con vosotros. ¿Te acuerdas que íbamos a cenar al Tropezón? Y al Hispano, allá por el lado de la avenida de Mayo, y al Centro Asturiano, de la calle Solís, y a la Churrasquita… ¡Qué churrascos nos embuchábamos! ¿Y las parrilladas? ¿Te acuerdas, Olsen, de las parrilladas? Molleja, chinchulín, ubre, criadillas, asado de tira… ¡Dios, qué vida! ¡Y ese vino, ese tintorro! ¿Carcasone se llamaba? En fin. que no nos privábamos de nada… Por cierto, ¿nos tomamos otro whisky?

Olsen cubrió con su mano el vaso; había decidido moderarse con la bebida. Iturralde insinuó un gesto de desagrado, pero pasó por alto el rechazo y sirvió para sí un vaso bien lleno, bebió un par de tragos y de inmediato continuó:

– Yo era feliz, créeme. Al volver a casa, con la panza llena y el corazón contento, me echaba unos polvazos;.como no me los había echado en mi puñetera vida. Bueno, perdona la grosería. Victorita no se lo merece, pero es que me he dejado llevar por el entusiasmo de los recuerdos. Digamos que hacíamos el amor maravillosamente. Entonces fue cuando ella quedó embarazada, de Víctor, claro está, y entonces, también, fue cuando empezó a ponerse desequilibrada de los nervios. Nuestra situación en Argentina era inestable, ella estaba al tanto de nuestras fechorías, porque hay que llamar a las cosas por su nombre, y la verdad es que nosotros hacíamos auténticas fechorías, y cuando la situación empezó a volverse comprometida comenzó a sentir pánico; temía que me dieran la cana y que ella también acabara entre rejas con su hijo aún en el vientre. Así que cuando disolvimos la empresa, por llamarla de algún modo, decidí que nos volveríamos a España. ¿Te acuerdas de aquellos días, Olsen?

»Pues bien, al llegar a Madrid, al principio, las cosas no fueron fáciles tampoco. Entonces todavía me encontraba en una situación precaria y debía evitar a toda costa que los Medina supieran dónde estaba. Nos instalamos por un tiempo en una casa modesta, en el barrio de Leganés. Yo hacía toda clase de trabajos miserables; no te imaginas, Olsen: me veía obligado a vender cocaína al menudeo, como un miserable camello cualquiera; atracaba estancos, robaba coches usados. ¡Fue terrible, créeme, terrible! Tenía más de cincuenta años y me veía forzado a llevar a cabo los trabajos propios de un chaval. Procuraba a toda costa que Victorita no se enterara de mis actividades; Víctor acababa de nacer y me sentía obligado a mantenerla alejada de cualquier sobresalto. Pero, desgraciadamente, ella siempre fue una mujer muy intuitiva. Aunque yo nada le decía, ella lo imaginaba, e imaginaba las cosas aún peor de lo que eran. Pero ¿qué le iba a hacer? De algo temamos que vivir. Entonces fue cuando comenzó a empeorar de los nervios, cada vez que volvía a casa la encontraba con los ojos enrojecidos por el llanto. Sin embargo, ¡estúpido de mil, no alcanzaba a darme cuenta de lo mal que estaba. Pensaba que con el tiempo las cosas se irían arreglando. Lo cierto es que yo ahorraba e iba haciendo progresos. Con el Caribeño, y con otros que recluté, armé un buen equipo, después puse una oficina a pocos metros de la Puerta del Sol, y me las arreglé para darles más envergadura a los negocios. Empecé a trabajar en limpio, monté un par de bares con chicas, todo muy legal. Inicié las primeras transacciones inmobiliarias, después probé con el comercio de la importación y la exportación, y tampoco me fue mal, de modo que pedí un crédito y compré la casa de La Moraleja, en la que vivo actualmente. Supuse que al estrenar un nuevo hogar Victorita se sentiría mejor, pero no lograba imaginar hasta qué punto su mente se había deteriorado…

»Para entonces yo me hallaba todo el tiempo metido en el jaleo de los negocios, cada día hacía una nueva operación. de mes en mes se iba incrementando mi capital. El entusiasmo del progreso me puso ciego. Reconozco que fui torpe, que debí haberle prestado más atención, pero ¿cómo podía suponer hasta dónde la llevaría su locura?