Iturralde volvió a hacer otra pausa, se sirvió más whisky y comenzó a beberlo lentamente, como tratando de demorar el momento, quizá dudando si debía seguir. Es un pobre hombre, se dijo Olsen; nada más que un pobre hombre.
– Como en los últimos tiempos Victoria se había mostrado más alterada que de costumbre, contraté a una mujer para que cuidara de nuestro hijo: éste ya tenía unos cinco años. Una tarde esa mujer me llamó al despacho para decirme que Victoria acababa de tener una terrible crisis de nervios, ella mantuvo alejado al niño para evitar que viera a la madre en tal estado, pero la pobre mujer ya no sabía cómo manejar la situación. Le dije que no hiciera nada, que esperara hasta que yo llegara, de modo que dejé pendientes los trabajos del día y partí para casa.
Al llegar encontré a mi esposa en un estado lamentable, de modo que le di a tomar un Valium para que durmiera un poco. El niño, por suerte, y gracias a la buena mujer que lo cuidaba, no se había enterado de nada. Ella fue quien me propuso llevarlo a su propia casa por unos días, con su marido y sus hijos, al menos hasta que la madre se recuperara. Me pareció una buena idea, de modo que le dejé algún dinero para gastos y telefoneé para que viniera un taxi a buscarlos. En aquel entonces no teníamos sirvientes en casa, por lo cual Victoria y yo quedamos solos. Horas más tarde, cuando ella se despertó y no encontró a nuestro hijo en ícasa, por poco se puso más loca de lo que ya estaba. Yo traté de apaciguarla diciéndole que estaría muy seguro en casa de su cuidadora, con la familia de ésta.
»Lo que mi mujer temía era un atentado. Ella estaba al tanto de que tenía enemigos y le aterrorizaba que ellos pudieran desquitarse con el niño. Traté de convencerla de que esos pensamientos eran absurdos (al menos eso era lo que yo creía en aquel entonces), y así estuvimos, dale que te dale, un par de horas. En algún momento me pasó por la cabeza la idea de que lo que Victoria necesitaba era salir y distraerse. Lo cierto es que no salíamos desde hacía mucho tiempo, de modo que le propuse que fuésemos a cenar y a ver algún espectáculo de revista. Como no dijo ni que si ni que no, me pareció que estaba de acuerdo, así que le sugerí que se vistiera para salir, como cuando erarnos novios. Por mi parte me quité la ropa para entrar al baño… cometí la imprudencia de dejar la pistola a su alcance… Pero ¡quién se lo hubiera imaginado!
Aníbal Iturralde se sirvió otro vaso de whisky. Olsen permaneció en absoluta quietud, presintiendo lo que vendría. Iturralde acabó de beber el contenido del vaso, después continuó hablando como si lo estuviera haciendo para si mismo.
– Yo estaba en la bañera cuando oí la detonación, me levanté de un salto y corrí al dormitorio. Como comprenderás, no iba a preocuparme en tal momento porque el suelo quedara totalmente mojado. Victoria se había colocado la pistola en la boca antes de disparar. La colcha, la almohada y la ropa que ella llevaba eran una inmundicia de sangre. La sangre también había salpicado las paredes. ¡Ella se había reventado la cabeza, Olsen! Y a mí casi se me revienta el corazón, fin el primer instante me ganó el desaliento. En un momento tuve el impulso de coger la pistola y hacer lo mismo que ella, pero después pensé en mi hijo. Yo debía continuar viviendo, aunque sólo fuera por él…
En ese punto Iturralde volvió a detenerse y se llevó las manos a la cara, inmediatamente rompió a llorar con frenética desesperación. Olsen le sirvió un whisky, se sirvió otro para él, y esperó hasta que su interlocutor se calmara; al cabo de un rato éste logró sobreponerse, bebió un trago y continuó con su relato:
– Cuando me sentí un poco más tranquilo me puse a pensar qué debía hacer. Al principio me pasó por la cabeza la idea de llamar a la policía, pero comprendí que si lo hacía me metería en complicaciones imposibles de resolver. Yo no estaba limpio entonces. Años más tarde fui ganando poder e influencia y conseguí hacer desaparecer mis prontuarios, pero por aquella época mi nombre todavía figuraba en los ficheros de la policía de al menos un par de países. Los Medina me habían embarrado, en su día, y en Argentina quizá también pudiera haber algo en contra de mí. ¿Cómo haría para convencer a los jueces de que yo no la había matado? ¿Y qué sería de mi hijo si yo iba a parar a la cárcel? En ese momento no me quedaba otra solución que la de hacer desaparecer el cuerpo. Diría que ella me había abandonado y no sabía dónde se había ido. L>e modo que me puse a trabajar como un loco. Antes que nada la envolví en la misma ropa de cama sobre la que estaba tendida y la cargué en el maletero del coche, después estuve conduciendo durante casi toda la noche, hasta llegar a un lugar descampado, en medio de la sierra. Un lugar que sólo yo conozco. No llevaba conmigo pico ni pala ni herramienta alguna, así que me limité a dejarla en el fondo de un barranco y a cubriría con un montículo de piedras. Debí de haber pasado una mañana completa apilando piedra sobre piedra. Las manos me sangraban.
Por último volví a meterme en el coche y regresé a mi casa. Antes que nada telefoneé al despacho para anunciar que ese día no me presentaría por allí, después me dediqué a limpiar la habitación, hasta que me pareció que aquello quedaba tan decente como si nadie se hubiese reventado el cráneo de un balazo… ¡Coño!
»Al día siguiente volví a circular. Dije que Victoria me había abandonado, lo que de alguna manera era verdad. Dije que no sabía dónde había ido ni quería saberlo, y una semana más tarde fui a buscar a Víctor y a su niñera, y cuando el niño me preguntó por su madre también a él le conté que ella nos había abandonado. Quizás hice mal, pero ya no me quedaban ideas en la cabeza y no supe qué decirle. Tal vez experimentaba algún rencor por ella, por lo que sentía que me había hecho, como si se hubiera suicidado contra mí. No olvidaba el amor que le había tenido y que aún le tenía pero debo confesarte, Olsen, que en aquellos momentos también sentía rabia.
»Así que Víctor fue creciendo con la idea de que su madre lo había abandonado. Alguna vez tuve la tentación de contarle otra cosa, pero ya era tarde. Por mi parte me fui resignando y acostumbrándome a la viudez y a la idea de que ella yace bajo un montículo de piedras, en un lugar de la sierra que nadie más que yo conoce y nadie más debe conocer. Cada canto la visito, al menos lo hago un par de veces al año…Salgo solo, de madrugada, con el coche, y me acerco hasta allí. Dejo flores encima del montículo y me quedo un par de horas sentado en una roca. Me suele dar por hablarle, como si se tratara de una enferma postrada en el hospital. Le cuento de nuestro hijo, de la casa… ¡qué sé yo! También la recrimino por lo que ha hecho. No puedo evitarlo, siempre termino haciéndole algún reproche. Pero al final le pido disculpas por todo lo que pude hacerla sufrir, aun sin quererlo, y le digo que la amo.
»Te diré una cosa, Olsen: yo sé que no soy un buen hombre. Tú también lo sabes… Ayer mismo me alegré por la muerte de un semejante… de Domingo Medina. Sí, era un enemigo, de acuerdo, pero también era un ser humano. No, no soy un buen hombre… Calla, no digas nada. Tú sabes tanto como yo que he hecho muchas fechorías, y para ganar algún dinerillo he perjudicado a más de uno. Si, no soy un buen hombre… Pero ten en cuenta esto: la vida es larga. siempre se está a tiempo de cambiar. Y algo más: no es fácil ser bueno cuando se está en la lucha. Quienes ya tienen todo resucito pueden ser buenos, pero los que estamos en mitad de camino muchas veces no tenemos más remedio que ser malos. A veces muy, pero que muy malos. Pero ya ce he dicho que siempre se está a tiempo de cambiar, y por eso yo estoy seguro de que algún día seré bueno. Ése es mí propósito, terminar mi vida siendo bueno. Todavía no, todavía tengo muchas cosas que hacer, ten en consideración que aún me falta bastante para llegar a los diez mil millones de dólares, pero cuando alcance ese nivel ya verás lo bueno que seré capaz de ser. Mientras tanto, no tengo más remedio que continuar siendo malo. Pero, eso sí, hay que considerar que quien es muy malo con el propósito de llegar a ser muy bueno, entonces no es tan malo. En cierta medida, cada acto de maldad es un poco también un acto de bondad, pues tales acciones están para servir a una buena causa final, y ése es el pensamiento que me consuela cada vez que jodo o reviento a alguien, ya que el que es jodido o reventado lo está siendo al servicio de un fin último, el cual es justo y bueno. ¿Verdad que me entiendes? Pues verás, esto mismo es lo que le explico a Victorita cada vez que voy a visitarla, y yo creo que ella me comprende, y que, desde el lugar en donde está su alma, sonríe con alegría al saber que no seré nulo siempre.