«No sé muy bien por qué te he contado todo esto, Olsen por qué te he hecho partícipe de mi ideología. Quizá porgue necesitaba confiarme a alguien, pero ya ves que te he hablado con el corazón. Ahora estoy en tus manos, pero tengo total confianza en ti, amigo. Tal vez te conté todo para hacerte ver lo importante que es mi hijo para mi. Ése es el tema, mi hijo. ¿Puedo confiar en que continuarás velando por él? Debo confesarte que al final Victoria acabó por contagiarme sus temores. No quisiera que le pasase nada. Es necesario protegerlo, es necesario evitar que ningún extraño se le aproxime ni tome contacto con él. ¿Lo cuidarás, Olsen, lo cuidarás?
Olsen dudó antes de responder, y al final dijo:
– Ya te he dicho que haré, lo que pueda, Iturralde.
– Eso espero, amigo. Aunque no quieras prepararte para hacerte cargo de esta empresa, al menos me ayudarás a prepararlo a Víctor, ¿verdad que me ayudarás?
– Sí, lo haré -dijo Olsen, resignado a asentir.
– Me alegro, me alegro mucho. Ya te he referido que Víctor se siente muy a gusto contigo. Seguramente os haréis muy amigos. Mira, tengo una idea, mandaré que te arreglen un cuarto para ti en el pabellón. Un dormitorio bien equipado para que te sientas cómodo. No tendrás ninguna obligación de utilizarlo, desde luego, pero lo tendrás a tu disposición cada vez que quieras quedarte a pernoctar en La Moraleja, y así dispondrás de intimidad sin necesidad de verte obligado a dormir en la casa grande. En lo sucesivo tu única tarea será ocuparte de Víctor. Y es una tarea importante, Olsen, créeme. Para mis intereses es la más importante de todas. Te pagaré bien, no lo dudes, te pagaré mejor que a cualquiera del mis hombres. Aunque no quiero que creas que quiero comprarte. Yo ya sé que a ti no te compra nadie. Tómalo como una prueba de mi amistad y agradecimiento.
»Bueno, amigo, por hoy te he dado demasiado la lata. Debes sentirte como si te hubiera cargado las espaldas con un fardo de cien kilos. Lo siento, pero aunque te parezca egoísta, debo decirte que yo me quité de las espaldas ese fardo de cien kilos. Me ha hecho muy bien hablar contigo, no sabes qué bien me ha hecho. Ahora tómate el resto del día |libre y después ve a buscar a Víctor a la salida del instituto, Os espero en casa, para cenar.
Olsen salió del despacho de Iturralde acompañado por una intensa sensación de malestar. Ya en la calle entró en un bar para beber un agua tónica y a continuación café, después se dirigió a la playa de estacionamiento subterráneo y salió al volante del Mercedes, sin saber adonde dirigirse.
Olsen vio salir del instituto el enjambre de adolescentes alborotados, pero no consiguió distinguir a Víctor entre ellos. El muchacho apareció después de la primera oleada. Venial solo y, como de costumbre, se mantenía alejado del montón. Víctor Iturralde no tenía amigos. Para sus compañero debe de parecer un chico raro, pensó Olsen. Quizá le hacían el vacío, tal vez se mofaban de él, puede que pasara desapercibido, quién sabe. Lo más probable era que lo consideraran un bicho estrafalario.
Cuando divisó a Olsen alzó la mano y la sacudió con energía. Antes de ese día jamás lo había saludado con entusiasmo. Al llegar junto a él dijo:
– Hola, Víctor, ¿hace mucho que me esperabas?
Poco faltó para que lo abrazara. ¡Vaya cambio!, pensó Olsen…
– Olsen, todo el mundo me llama Olsen. De Víctor, nada.-? Olsen. Nada más que Olsen, no lo olvides.
– Pero la otra vez me dijiste que te llamara Víctor, Víctor.
Este chico ahora se atreve a tomarme el pelo, está intentando jugar conmigo.
– La otra vez fue la otra vez.y cada vez es diferente. Anda, sube al coche. -Olsen puso en marcha el vehículo y enfiló hacia La Moraleja.
– ¿Estás enfadado conmigo? -dijo Víctor, con tono melifluo-. tengo caramelos de menta, ¿quieres uno?
– Pero ¿tú quieres quedarte conmigo o sólo me tomas paras el pitorreo'
– Nada de eso, Víctor… perdona, quiero decir, Olsen. Lo que pasa es que no entiendo por qué estás tan serio. Yocreí que nos habíamos hecho amigos.
– Vamos a conversar un poco tú y yo -anunció Olsen, y se desvió de la ruta a La Moraleja dirigiéndose a los parques de la Casa cíe Campo. Allí detuvo el coche al lado de un camino y encendió un cigarrillo-: Mira, Víctor, lo que ha sucedido entre nosotros ya ha sucedido, pero no lo volveremos a repetir, ¿entiendes? Yo seguiré trabajando para tu padre, es decir: me haré cargo de ti, como se lo he prometido. Lo haré siempre y cuando tú estés de acuerdo. En adelante voy a tratarte con más respeto y consideración, y sí quieres seremos amigos. Pero no confundamos los términos. Ser amigos no significa que volvamos a hacer cochinadas.
– ¿Te refieres a las cosas que hicimos el otro día? -preguntó Víctor. Los labios, curvados en una amplía sonrisa, prestaban un matiz de guasa a su voz.
– Lo del otro día fue sólo un momento, nada más que un momento de debilidad. Uno a veces pierde la cabeza y hace cosas inimaginables… Pero no debemos acostumbrarnos. A los demonios viciosos no hay que dejarlos escapar de la jaula. Ya es hora de que pongamos un poco de orden en nuestras relaciones.
Otro automóvil, con una pareja a bordo, pasó por el lado. Aminoró la marcha unos metros más adelante: al parecer el conductor dudaba s¡ estacionar allí o elegir otro sitio. Finalmente se alejó.
– Lo que tú digas, Olsen -dijo Víctor, mirándolo directamente a los ojos. La sonrisa seguía en sus labios.
Olsen aferró al muchacho por la corbata, y en ese momento reparó que su rostro formaba un óvalo bien trazado. Los labios sonrientes eran gruesos, como los de Victoria, su madre. También los ojos hacían recordar a los de aquella mujer. Con la mano libre lo tomó de los pelos y le acercó la cara a la suya. Inmediatamente comenzó a besarlo.
– ¡Víctor! -exclamó Víctor Iturralde.
– ¡Víctor! -exclamó Víctor Olsen,
Continuaron besándose un largo rato. Se mordisqueaban los labios, jugueteaban con las lenguas. Después Olsen tomó una de las manos del muchacho. Muchas veces había reparado en esas manos delicadas, con dedos tan finos y largos, que en más de una ocasión pensó que el chico serviría para pianista. Olsen se puso a besar esas manos suaves. Víctor inmediatamente se puso de rodillas y, con sorpresiva rapidez, desabotonó la bragueta de su amigo. Cuando tuvo ante sí la verga erecta y dura se la llevó a la boca y comenzó a chuparla hasta producirle una eyeculación. Tragó parte del semen, el resto se derramó sobre la alfombrilla de goma del coche.