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– ¡Qué has hecho, puerco! ¡Te has tragado la leche! -exclamó Olsen con voz desfallecida.

– Es lo que quería, Víctor. Ahora tengo lo mejor de ti en i mi interior. ¡Me dará tu fuerza y tu hombría, amor!

– Hablas como un loco, Víctor.. -Tú me vuelves loco, ¿no lo ves?

– Mira, bajemos del coche y demos un paseo. Tengo que aclararme la cabeza. Allí hay una fuente, ve a enjuagarte la boca, anda, cochino, anda.

Caminaron hasta el surtidor, donde Víctor hizo lo que Olsen le mandaba, después continuaron a través de la hierba. Anduvieron durante un tiempo en silencio, y de pronto Víctor Iturralde comenzó a recitar en alta voz, no sin resonancia teatraclass="underline"

De quejumbrosos ríos encajonados, De aquello de mí, sin lo que yo nada sería, De lo que he decidido hacer insigne, aunque solo me quede entre los nombres, De mi propia sonora voz cantando al órgano viril… Cantando el muscular hervor y la unión, Cantando la canción del compañero de cama. ¡Oh, irresistible apetencia! ¡Oh, para todos y para cada uno, la atracción del cuerpo adecuado! ¡Oh, para ti, quienquiera que seas, tu cuerpo adecuado, ese cuerpo deleitándose más que cualquier cosa!

Preparo la divina lista para mi mismo, para ti o para

cualquiera, El rostro, los miembros, el índice de pies a cabeza y lo que

origina,

El delirio místico, la amorosa locura, la total entrega (No hables, acércate, escucha lo que estoy diciéndote al oído, le quiero, me posees completamente, Oh, huir tú y yo de los demás, irnos de una vez, sin ley y

libres, En. el aire dos gavilanes, en el mar dos peces, no son más

libres que nosotros)…

Olsen había detenido su paso y se quedó observando a Víctor con una mirada fija y atónita.

– Pero ¿qué estás diciendo, Víctor?

– Es Walt Whitman que habla por mi boca. Son versos de su poema «De quejumbrosos ríos encajonados!. Me los aprendí de memoria para que tú los escucharas de mis labios. Víctor.

– Tú estás loco, Víctor. Loco de remate. Mira, vámonos para casa, y démonos prisa. Tu padre puede empezar a alarmarse.

– ¡El muy cerdo!

– No hables así. El hombre tiene sus problemas. Es tu padre, deberías comprenderlo.

– ¡Problemas de cerdos! ¡Ésos son los problemas que tiene! -respondió Víctor, y ya en el interior del automóvil continuó-: ¡Que lo comprenda! ¿Acaso él me comprende a mí?

Con el coche en marcha Olsen dijo:

– Tú no sabes realmente cómo son las cosas. Eres un niño todavía. No te das cuenta de que lo que tu padrequiere es que te hagas un hombre,

– ¡Tú me harás un hombre! -exclamó Víctor Irurralde.

Olsen sonrió con sonrisa amarga.

– Me parece que es lo contrario. No es precisamente un hombre lo que te estás haciendo conmigo.

– Sí, Víctor. Me estoy haciendo un hombre. Nunca antes he sido tan hombre como lo soy ahora. Un hombre se hace en contacto con otro hombre.

Nunca me sentí tan hombre como me siento ahora -escribiría más tarde en su diario Víctor Iturralde. Buscó argumentos que apoyaran esa idea, indagó en las costumbres de los antiguos griegos y los antiguos romanos-:… ellos ya hacían las cosas que Víctor Olsen y yo hacemos hoy, ¿eran por eso menos hombres? Yo creo que ellos eran los mejores hombres quehubo en toda la historia del género humano. Eran heroicos guerreros, artistas geniales y grandes filósofos. Nosotros podemos ser como ellos. Sí, podemos ser como eran ellos: sensibles, fuertes, valerosos. Los mejores. Seremos tos mejores.

– Tú deliras, Víctor. Eres rarísimo; no hablas como un chico de tu edad.

– ¡Claro que no! ¡Hablo como un hombre! ¿No lo ves? Antes de la otra noche jamás hubiera hablado asi. Tú has sacado de mi interior sentimientos que jamás creí que podría encontrar. ¡Tú me has despertado, Víctor!

– Sí, ya lo veo. Como a la bella durmiente.

– No, como a la bella durmiente no. Me has despertado como al genio encerrado en la botella… ¡Y deja ya de tratarme como a una mujer!

– ¡Y tú deja de comportarte como una mujer!

A partir de ese momento, enfurruñados, se sumieron en el silencio durante el resto del viaje. Al llegar a La Moraleja se dirigieron juntos a la casa grande. Aníbal Iturralde taba aguardando.

– ¡Cómo habéis tardado! -dijo dijo don Anibal con suave tono dereproche-. Ya estaba empezando a asustarme.

– Es que fuimos a dar un paseo -explicó Olsen.;:.-Eso es bueno. Está bien que os hagáis compinches.; Y tú,.Víctor? ¿Cómo van esos estudios, hijo?

A Víctor Iturralde la pregunta le resultó extraña. Nunca antes su padre había dado muestras de interesarse por sus-estudios.

– Bien. papá. Van bien. Casi siempre saco buenas notas.

– Ah, me alegro de oírlo. Es bueno que estés preparado. He pensado que sería bueno que hicieras la carrera de abogacía cuando acabes con el instituto, o quizá ciencias económicas. La empresa moderna requiere gente con mucha preparación. Si. ya sé que a ti te da por el arte, pero una cosa no excluye la otra. Tener un pasatiempo no quita nada, y la cultura nunca está de más, pero de ningún modo hay que descuidar los aspectos prácticos de la vida, Víctor. Ésa es la regla de oro. No lo olvides.

Otra vez se ha puesto a hablar como un charlatán de tena, pensó Víctor Iturralde. Y Olsen pensó más o menos lo mismo. -

– Bueno, tomaremos un aperitivo antes de la cena.

A Olsen le costaba creer que ese hombre, ahora tan ani-mosoy locuaz, pudiera ser el mismo que unas horas antes se hundía en la desesperación del recuerdo. Sacó en conclusión que sólo un grado muy elevado de locura era capaz de producir tales veleidades en la conducta.