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En su escondite de la villa miseria, recuerda esa gris velada de tantos años antes. Es curioso el funcionamiento del recuerdo, se dice. Tantas experiencias intensas y violentas como vivió en su vida y, sin embargo, venir a recordar, con harta frecuencia, aquella alicaída noche. Matilde, la mujer con quien vive ahora, no se parece a Ana. Pero también en vida que lleva con ella está ausente la pasión.

– ¿Cómo va el trabajo? -dijo Olsen.

– Pues bien. El trabajo de una secretaria no es demasiado estimulante.

– En todo caso, Iturralde te tiene en buena consideración, ¿no es verdad?

– Ah, era eso. ¿Has venido para recriminarme? Tú y yo nunca habíamos formalizado nada, Olsen.

– No, Ana, si no pensaba recriminarte nada. Preguntaba por preguntar, nada más. Como decíamos en la cárceclass="underline" cada cual es dueño de su culo.

– Ya veo que estás muy ino. Deja que te explique algo… -Pero si no tienes por qué explicarme nada.. -Pero yo quiero hacerlo. Mira, Olsen. re diré algo de mí: J yo casi nunca me opongo a que un hombre disponga de mi cuerpo mientras no quiera hacerme daño. -¿De qué clase de daño hablas?

– Daño físico. Es muy difícil que a mí puedan dañarme deotra manera. Aprendí a aflojar, me encanta vivir sin sobresaltos, de modo que siempre me rindo desde el principio.

– Una curiosa manera de ser.

– Así es. Soy como una rama; cuando viene un viento fuerte me doblo hasta tocar el suelo. Cuando el viento es flojo me doblo un poquito. Después el viento pasa y yo vuelvo a estar como antes.

– Y si no te doblaras, ¿qué pasaría? -No quiero intentarlo. Conocí algunos árboles recios que fueron quebrados.

– En eso de los ejemplos forestales te pareces a tu jefe. Iturralde siempre habla de bosques, árboles grandes y árboles pequeños.

– Es que me adapto a todo -dijo ella con una sonrisa. -¿Y estás muy segura de que las cosas son siempre así?

– No, ¡qué va! Estar muy segura es ponerse en una postura demasiado rígida. Si tú quisieras demostrarme que las cosas son de otro modo, acabaré por darte la razón.

– ¡Qué picara eres, Ana! -dijo Olsen riendo. Y Ana rió con él-. ¿Y aceptarás que esta noche te doblegue el viento? -propuso, señalándose a sí mismo.

Fue un viento para nada borrascoso, sólo un poco de placer manso, lo justo para que Olsen pudiese comprobar que todavía funcionaba. Se durmió pensando en la mujer que tenía a su lado, sin adivinar que ella sería el puente por cuyo intermedio se le aparecería un fantasma. Pero eso ocurrió años más tarde.

Por la mañana ella se levantó antes de la cama y preparó el desayuno, después salieron juntos del apartamento para dirigirse cada cual a su puesto de trabajo.

Olsen llegó a La Moraleja un poco más temprano que de costumbre, cuando Víctor todavía estaba bajo la ducha. Decidió esperarlo en el pabellón, y para matar el tiempo se dedicó a leer el último cuadernillo del diario del muchacho. Encontró un montón de cursilerías: lamentos por el amor desdichado y malos poemas. No dudó ni por un instante de que todo eso estaba escrito para que él lo leyera.

Por fin Víctor llegó hasta el pabellón, ya listo para que Olsen lo llevara al instituto.

– Esta noche no has dormido aquí, ¿verdad? -dijo el muchacho.

~Hum.

– Ya veo que hoy no estás muy conversador.

– Démonos prisa o llegarás tarde.

Ya en camino, Víctor insistió:

– ¿Pasaste la noche en tu casa?

Olsen adelantó con el Mercedes a otro coche que le cerraba el paso y después volvió al carril anterior. De inmediato aceleró de nuevo, dio un golpe de volante y se deslizó entre dos vehículos que circulaban a velocidad moderada. Debieron apartarse bruscamente y sus conductores protestaron con destemplados bocinazos. Olsen adelantó a otros tres automóviles zigzagueando entre ellos a gran velocidad y otra vez tomó la delantera. La aguja del velocímetro marcaba ciento noventa y un semirremolque lo obligó a aplicar el freno. Las ruedas se quejaron, pero de pronto apareció un claro entre el semirremolque y un camión de menor envergadura. Olsen aprovechó para introducirse mediante otra brusca acelerada.

– ¡Moriremos los dos ¡untos, qué maravilla! ¡Me encanta! -exclamó Víctor con tono zumbón.

– ¡Es que me sacas de mis casillas, Víctor! -protestó Olsen, aminorando la velocidad.

– ;Y todo esto porque te pregunté dónde habías pasado la noche?

– Está claro. Nada más que por eso. Lo que falta ahora es que tenga que darte cuenta de mi vida. -Fue sólo una pregunta, Víctor.

– Pues preguntas demasiado. Pareces una esposa celosa. -A lo mejor es lo que soy -dijo Víctor ¡turralde, acompañando el comentario con una sonrisa burlona.

– ¡Qué asco, Víctor! ¡Si no estuviera conduciendo, con gusto te daría un guantazo!

El muchacho no respondió, pero en cambio puso la mano en la zona de los genitales de Olsen.

– ¡Déjalo ya. Víctor, que nos vamos a estrellar!

– Te dejaré si me prometes que esta noche vendrás a dormir al pabellón.

– Como sigamos así tu padre acabará dándose cuenta. -¡Qué va! El cerdo ni se lo podría imaginar. Él cree que practicamos defensa personal y todo eso.

– Que es lo que deberíamos hacer.

– También eso, ¿por qué no? ¿Vendrás esta noche, Víctor?

– Lo pensaré.

– ¡Anda! ¡No seas malito! No me hagas sufrir así.

– Eres increíble, Víctor. ¡Increíble! -Como quieras, peto ¿vendrás?

– La noche pasada estuve con Ana, ¿sabes? No lo pasé del todo mal.

– ¿Ves como eres malo? Te agrada hacerme sufrir. Bien, esta noche me contarás los detalles. Sé que te gustará hacerlo, ¿verdad que sí?

Apenas muy poco antes de llegar al instituto Víctor retiró su mano de los genitales de Olsen.

Olsen permaneció sentado frente al volante, con una inconsciente y tenue sonrisa en los labios, después encendió un cigarrillo. Antes de acabar de fumarlo salió del coche. Comprobó que había aparcado correctamente, junto al bordillo. Cerró la puerta con llave y comenzó a caminar con pasos lentos en dirección a un parque cercano, allí se detuvo a contemplar los juegos de los niños y le dio por preguntarse cómo serían de adultos. Al poco rato se sorprendió divagando sobre la incógnita del futuro. Un pensamiento se encadenaba al otro y éste a un tercero y así fue hilvanándose en su mente la cadena de las azarosas imágenes; siguiéndola llegó al recuerdo de Ana y su afirmación de que ella era como una rama que doblegaba el viento. Él siempre pretendió lo opuesto, sin embargo, no conseguía mantener el rumbo. Todo le ocurría. Todo le ocurría en contra de su empeño por darle dirección a la vida. Todo le ocurría en contra de su voluntad, pensó; o tal vez a favor de una voluntad misteriosa: una voluntad surgida del sueño. Así cavilaba Olsen, y también se decía que acaso debería aprender de Ana. Con una mezcla de resignación e impaciencia admitió que esa noche se encontraría con Víctor, en el pabellón.