14S
Debajo de esas mismas líneas fueron puestos ocios versos, pero eran de Olsen, ya que ni siquiera mantenían la privacidad de sus diarios, como si al visitar la escritura del otro entrase cada cual en su propia casa.
Víctor Iturralde replicaba:
Invadiste las hospitalarias páginas de mi libro para llenarlas de pisadas con el barro que traes de lejanos lodazales.
Como si se tratara de un tablón de anuncios, los papeles compartidos se llenaban de todos los mensajes. «Esta noche follaré con Ana», ponía Olsen. «Te entregué mi corazón», anotaba Víctor. «Haré un guiso con él», contestaba Olsen.
Víctor Iturralde alternaba los textos amorosos con otros que daban cuenta de sus ideales, sueños y proyectos. En esos párrafos atacaba el sistema social imperante, anatemizaba el autoritarismo de los gobiernos mundiales y se quejaba de la injusticia y la falta de sensibilidad de los ricos ante la miseria y el hambre de los pueblos. Proclamaba también el advenimiento de una era igualitaria que repartiría la felicidad a los cuatro vientos. En ese nuevo mundo los seres humanos escarian a salvo de la desgracia, el aburrimiento, el hastío y el abuso de los fuertes; todos podrían realizar sus más profundas inclinaciones gracias a la ausencia de prejuicios morales, lo que permitiría una sexualidad libre y variopinta. Pero antes ¿e que todo eso sucediera, su padre habría muerto. La libertad y la fortuna que heredaría no la guardaría sólo para sí: la repartiría entre los necesitados, salvo una pequeña parte que emplearía en la compra de un barco. Después, él y Víctor Olsen -que por fin se habría despojado de su cinismo- navegarían por todos los mares. Visitarían las costas donde hubiera poblaciones necesitadas de ayuda moral y material, y asimismo de su palabra de poeta. En todas partes serian recibidos por los nativos con la esperanzada bienvenida que se dispensa a los profetas y a los santos. Víctor Olsen sería el capitán del barco, y la tripulación estaría compuesta por hombres recios y puros de corazón. Quizá muchos se amarían entre ellos. A bordo se tocaría buena música, algunos pintarían o escribirían, y remaría un ambiente creativo y un trato fraterno. No habría mujeres, pues se trataría de lograr un espíritu de masculinidad sin contaminación.
Aníbal Iturralde no sospechaba de la relación entre su hijo y Olsen. Para él, éste guardaba las espaldas del muchacho y se empeñaba en hacer de Víctor un hombre duro. En función de ese cometido comprendía sus frecuentes salidas nocturnas: se suponía que iban juntos de putas, y hacían bien, ¡qué joder!, se decía iturralde. El chaval tiene que disfrutar de la vida, ya tendrá tiempo de sentar cabeza cuando deba ocuparse de los negocios. Igualmente se entendía que pasaran muchas horas encerrados en el pabellón, que era donde, en apariencia, practicaban las técnicas de la defensa personal y se fatigaban con gimnasias destinadas a fortalecer el cuerpo. En parte era cierto: Olsen obligaba a Víctor a acompañarlo en sus ejercicios físicos, de modo que el joven paulatinamente iba ganando en fuerza y lozanía y ya no parecía el mismo de antes. Le habían desaparecido las espinillas de la cara, había adoptado una postura erguida, y en sus brazos y tronco comenzaban a dibujarse gallardas formas musculares. Olsen no había dejado de advertir que en la calle las miradas de las mujeres solían detenerse en Víctor.
Para satisfacer la voluntad de su padre, Víctor Iturralde se había inscrito en la carrera de derecho, pero en raras ocasiones pisaba esa facultad. En secreto estudiaba literatura e historia del arte, y Olsen muchas veces entraba en el aula para seguir, como oyente, el desarrollo de las clases.
Además de ser utilizado como dormitorio alternativo de Olsen, y también como sala de gimnasia, ocasionalmente el pabellón servía de nido de amor. Pero allí nunca podían bajar la guardia, siempre temerosos de ser descubiertos. Si bien el peligro latente añadía condimento a las efusiones, las más de las veces preferían recluirse -sólo por las tardes, sólo en horas de echar la siesta- en el apartamento de Olseu.
Tres o cuatro noches por semana salían a cenar, iban al cine, o ambas cosas. En ocasiones visitaban a Gaspar Bodoni -Olsen hacía tiempo que le había presentado a Víctor-. Durante esas veladas pasaban las horas hablando de literatura, y en una o dos oportunidades Víctor se atrevió a martirizarlos leyéndoles sus poemas. Eran ésas las salidas en las que don Aníbal suponía que iban de putas. Por las mañanas, al verlos soñolientos, el viejo carcamal hacía los adecuados comentarios picarescos.
Pero esa vida era para Olsen una bruma que le impedía vislumbrar cualquier otro futuro posible. Dedicaba su tiempo libre a la lectura, pero cuando el hartazgo agrietaba su paciencia salía solo, a deambular por los bares y a procurarse j la compañía de una mujer. Tales encuentros, salvo cuando visitaba a Ana, solían dejarlo más desolado que antes.
Los encuentros sexuales con Ana eran otra variante de la rutina, pero lo aplacaban las maneras laxas de la muchacha. Eran mejor que una sauna o una sesión de gimnasia, se decía Olsen.
Se veían un par de veces al mes. Salían a cenar, iban al cine o al teatro, o permanecían en casa de ella frente a la pantalla del televisor, antes de ir a la cama. A veces Ana le refería algún hecho trivial relacionado con su empleo, y en ningún caso mencionaba a Iturralde. En ocasiones, con tono despreocupado, interrogaba a Olsen sobre su propio trabajo. El le brindaba una información escueta, siempre atento a que ella no pudiera sospechar la intimidad de su relación con Víctor Iturralde.
– Mi trabajo no es demasiado divertido -comentaba Olsen- Voy a buscar al chico para llevarlo a la facultad y a la salida lo transporto de nuevo a su casa. Así cada día.
– Bueno, pero al menos, después de tantos años os habréis hecho más amigos, ¿no es así?
– Más o menos -se evadía Olsen.
En ocasiones Ana insistía:
– He oído que le enseñas boxeo, o lucha, o algo parecido.
– ¿Quién te lo ha contado? -Olsen se ponía en guardia.
– No recuerdo si ha sido Godoy, o Claudio Iglesias, o Aguirre… en todo caso oí que lo comentaba alguno de los hombres de segundad que siempre están dando vueltas por las oficinas. ¿He hecho alguna pregunta indiscreta?