»Mi madre murió cuando yo tenía quince años, desde entonces me quedé mucho tiempo sola en casa. Papá iba a trabajar cada día al establecimiento de Ramírez; sólo cuando papá murió, cuatro años después que mamá, supe que se trataba de un prostíbulo situado en un suburbio de Alicante. Papá hacía de portero y recaudador. Al quedarme sola en el mundo también me quedé sin ninguna fuente de ingresos. Comenzaron las penurias: antes de tres meses dejé de pagar el alquiler y la luz; tampoco tenía para comprar comida, de modo que cuando Ramírez me propuso encargarme de las tareas de limpieza en "la casa de las chicas", me vi obligada a aceptar. Menos de una semana después empecé a recibir hombres en la cama: Ramírez el primero.
»Yo, al igual que las otras chicas, suponía que Ramírez era el dueño de todo porque Aníbal Iturralde le había vendido sus dominios al marcharse. Pero tanto Iturralde como nosotras ignorábamos que ese hombre había pasado a estar bajo e¡ control de unos hermanos de apellido Medina. Mientras tanto me daba noticias de don Aníbal, con quien mantenía correspondencia. Un día me hizo saber que mí "tío" vivía en Buenos Aires y en todas sus cartas preguntaba por mí. Yo le rogué que no le dijera a qué me dedicaba. El me tranquilizó; le diría que trabajaba en una fábrica.
«Finalmente me dijo que Aníbal Iturralde le había escrito para decirle que me echaba de menos y para saber si estaría dispuesta a viajar a Buenos Aires. Como de pasada me comentó que el hombre se sentía solo y le había confiado que buscaba esposa. Yo ni siquiera sabía bien dónde estaba Buenos Aires y qué clase de sitio era, pero cuando "tío Aníbal" me preguntó por carta si quería que me enviara un pasaje, yo recordé los buenos momentos pasados en su compañía y los comparé con la miseria de vida que llevaba.
»No sospechaba que Ramírez mantenía informados a los hermanos Medina. Cuando éstos supieron que Iturralde, su antiguo socio y actual enemigo, quería conseguir una esposa, encontraron la manera de vengarse: harían que tuviera una puta por esposa.
«Ramírez había maniobrado todo el tiempo de acuerdo con las instrucciones de los Medina, pero yo llegué a creer que no era un mal hombre, sobre todo cuando me llevó personalmente hasta Barcelona, gestionó mi documentación, y me acompañó al puerto quedándose conmigo hasta el momento en que embarqué. Al zarpar el barco todavía él estaba en el muelle, despidiéndome con el agitar de un pañuelo y deseándome buena suerte.
_. «Durante los primeros días en Buenos Aires no estuve ni una hora sola. Aníbal Iturralde no se despegaba de mí, y yo me sentía protegida. De no haber sido así me hubiera sentido perdida en esa gran ciudad. Para guardar las apariencias dejé pasar una semana antes de aceptarlo en mi cama. Por supuesto, se mostró muy disgustado al descubrir que no era virgen. Le conté el cuento del arrebato de un amor juvenil con un chico que había terminado defraudándome. Aun así mantuvo su enojo durante algunos días, pero finalmente dijo que me perdonaba.
«Después empezó a llevarme con él a todas partes. Entonces fue cuando te conocí. Olsen, y también a los otros muchachos que siempre lo acompañaban. Como recordarás, él no dejaba de alardear, con sus propias palabras, de tener una novia tan joven y tanguapa: una buena yegua, decía a veces, y a mí eso me dejaba avergonzada y me hacía sentir como un objeto de su propiedad, que es lo que en verdad era. Un objeto con el que se lucía. Me decía que revelara lo menos posible acerca de nuestra relación y acerca de mí misma, así que para no meter la pata me mantenía la mayor parte del tiempo callada.
»Cuando quedé embarazada resolvió que nos casaríamos; confieso que sentirme "señora" me dio una seguridad que nunca había experimentado, pese a saber que mi marido se dedicaba a toda clase de truhanerías y delitos. A los pocos meses fue él quien perdió la seguridad. Sintió que no estaba pisando terreno firme. "Esto en cualquier momento se vendrá abajo", me dijo un día, y me confió que le habían denunciado por estafa y que la policía podría andar detrás de él. Entonces fue cuando decidió deshacer la banda, antes de que los pescaran a todos, y retornar a España.
»Al oírle decir que volveríamos a España me sentí aterrorizada. Temí que acabara descubriendo la parte de mi vida que le había ocultado… como de hecho ocurrió. Quizá Ramírez me guardaría el secreto, pero cualquier día podríamos cruzarnos con alguien que me conociera de aquel tiempo, y todo se echaría a perder.
»Por primera vez intenté influir en éclass="underline" le dije que estábamos siendo muy dichosos en el país donde vivíamos y que no era bueno alejarse de los lugares donde se encuentra la felicidad, para no tentar al destino. Aníbal volvió a reiterar-1 me los riesgos de prolongar nuestra permanencia en Buenos Aires. Traté de convencerlo de que nos fuésemos a vivir a alguna provincia alejada, pero a él no le pareció buena idea. ¿Y a cualquier otro país? ¿Por qué no podíamos irnos a vivir a cualquier país de Sudamérica? ¿Por qué precisamente a España?
»Al final se enfadó. ¿Qué tenía de malo España? ¿Es que me había sucedido alguna cosa en España de la cual él no estaba enterado?
»Comprendí que ya no podía decir nada más. No había más remedio que acatar su resolución y mantener la esperanza de que todo saliera bien.
«Para colmo, Aníbal dijo que deseaba volver a España más que nada por nuestro hijo: "Quiero que nazca en la tierra de sus padres, quiero que' tenga una infancia segura. En España vamos a rehacer nuestras vidas".
»Al oír esas palabras rogué a Dios para que en España nuestras vidas no se hundieran en la desgracia.
«Muy temprano, una mañana, nos embarcamos en una lancha que zarpaba del puerto fluvial de Tigre con destino a Colonia, en Uruguay, desde donde seguiríamos por tierra hasta Montevideo. Con nosotros venia su hombre incondicional, el Caribeño, un sujeto que nunca me ha caído bien. En Montevideo permanecimos un día y medio antes de coger el avión a Madrid. Cuando el aparato levantó vuelo, Aníbal Iturralde pasó su mano por encima de mi hombro y me dijo: "Éste es el momento que da inicio a nuestra fortuna, Victoria". Nunca olvidé tales palabras, sobre todo después de que ocurrió lo que ocurrió, y cada vez que las recordaba decía para mí: Ese fue el momento que dio inicio a mi desgracia. También me dijo Aníbaclass="underline" "Victoria, Victoria… ¡cómo me gusta tu nombre! Es un nombre que me traerá suerte. Te la ha de traer también a tí, cielo, no pongas esa cara".
«¡Cómo hablaba ese hombre, cómo hablaba! ¡No se cansaba nunca de decir necedades! Hoy día me acuerdo de aquello y me digo que a mí debieron haberme puesto por nombre Derrota.
Hizo una pausa para beber un trago y encender un cigarrillo. Durante unos minutos guardó silencio, como si necesitara un respiro, o tal vez para reunir fuerzas. Desde la ralle llegaron, apagados, los sonidos del rodar de automóviles; desde los apartamentos contiguos las voces de la televisión. Tañeron las campanadas de una iglesia. Olsen no las contó, y no quiso mirar la hora en su reloj para no parecer urgido, pero calculó que era la medianoche. Después se sorprendió con la atención capturada por el clap clap del gotear de un grifo, en la cocina o en el cuarto de baño, y cuando Victoria retomó el relato lo sobresaltó el sonido de la primera palabra.