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Había leído folletines que daban cuenta de sofisticados métodos -casi siempre utilizados por los servicios secretos-mediante los cuales se conseguía eliminar a un sujeto con misteriosas sustancias -que no se detectaban en los análisis de las vísceras del cadáver-, cuya ingestión producía un paro cardiaco inmediato, (lomo no tenía datos sobre la fórmula de tales preparados, acabó renunciando a la idea y empezó a considerar las variantes de un accidente de automóvil. Cualquiera que fuese el-sistema, no encontraba la forma de librarse de sospechas, así que decidió dejar en suspenso el problema, en la confianza de que antes o después acabaría por hallar la solución, y en tanto esperaba la llegada de ese vislumbre, trasladó el pensamiento a lo que haría después de que el monstruo dejara de existir.

En ese punto no tenía en claro si seguiría junto a Víctor. No estaba seguro de que al chico le conviniera. Quizá lo más adecuado sería que habiéndolo liberado de su padre le mostrara las puertas de una nueva vida, una vida independiente, que en el futuro le permitiera elegir con amplitud y libertad de criterio quiénes y de qué sexo serían sus futuros compañeros sentimentales. No tenía dudas de que la ruptura resultaría al principio dolorosa, pero quizá sería lo mejor.

Pero, bueno, también podría suceder que siguieran juntos unos años, ¿quién sabe? ¡Qué raro le parecía ese pensamiento! No obstante, tal vez debería acostumbrarse a la idea. En ese caso ayudaría a que el muchacho pusiera en práctica algunos de sus extravagantes proyectos: aunque la ocurrencia de llevar la palabra profética a los pobres del mundo se le antojaba infantil y ridicula, no así la de hacerse con un barco velero y abandonarse a los vientos, cuyo empuje los llevaría por todos los mares. A fin de cuentas también había sido su fantasía juvenil, antes de que las circunstancias lo sumergieran en un universo sórdido, en los antípodas de la imagen del futuro que había construido cuando sus sueños aún no estaban contaminados.

En cualquier caso, lo primero sería poner a Víctor ante la presencia de su madre. No imaginaba qué pasaría entonces, pero tenía la convicción de que el hecho restañaría la profunda herida que por muchos años había dañado la vida de ambos. Seguramente se produciría un momento de sorpresa y confusión, como suele acontecer ante el impacto de un súbito e inesperado encontronazo, y la sorpresa se mezclaría con la alegría y el llanto, y después vendrían las explicaciones y las efusiones sin término, y entonces él se haría a un lado; se mantendría aparte todo el tiempo que fuera necesario, y sólo cuando pasara la conmoción y la novedad se hiciera rutina diaria volvería a acercarse a Víctor y sabría si seguir ^u propio camino o preparar en compañía del muchacho la travesía por los mares, y cuando así divagaba la presión de la pistola sobre el pecho, al apoyarse contra el canto de la mesa del bar, lo arrancó de sus ensueños de olas, espuma, viento y sal, y recordó que volvía a llevar el arma cargada, incluso con un proyectil en la recámara. Después de haber oído el relato de Victoria, la noche anterior, sentía con fuerza la impresión de bailarse hundido en un medio abominable y peligroso, en el que cualquier precaución era insuficiente.

Olsen se levantó de la mesa dispuesto a interrumpir e! flujo de las fantasías y se dirigió a la facultad para encontrarse con Víctor. Una hora después fueron al estudio de un fotógrafo.

Aquella misma noche, al regresar al centro de Madrid, desde La Moraleja, Olsen se desvió para enfilar hacía el barrio de Getafe. En un sobre, oculto bajo el asiento del Mercedes llevaba las fotos de Víctor.

– ¡Es guapo! ¡Es muy pero que muy guapo mi niño! -repetía Victoria, con tono arrobado, sin quitar la vista de las fotos. Los ojos le brillaban con la humedad alcohólica de las lágrimas contenidas, y tal vez en el brillo había algo de todo ese whisky que bebía y acaso partículas de la droga que se había metido mientras esperaba la llegada de Olsen-. ¡Que Dios y la Virgen me lo protejan! ¡Y tú también, Olsen! ¡Tú también, por lo que más quieras!

Olsen bebió un trago largo y volvió a jurar que haría todo lo que estuviese a su alcance para que a Víctor no le sucediera nada malo. Cada vez que miraba a los ojos de la mujer le rozaba la sospecha de que ésta no se encontraba del todo en sus cabales.

Victoria bebía y preguntaba: ¿Es listo? ¿Tiene buen carácter? ¿Come con apetito? ¿Es alegre? ¿Es movedizo o más bien tranquilo? ¿Tiene personalidad fuerte? ¿Le gusta más el invierno o el verano? ¿Duerme bien abrigado?

Olsen sentía una desesperada impotencia. Victoria pedía que le refiriera anécdotas de Víctor, que le hablara de sus gustos y tendencias, que completara con descripciones todo lo que las fotografías no lograban transmitir: cómo era su voz. su andar y su gesticulación cotidiana…

Él hacía lo que buenamente podía, y cuando no encontraba las palabras adecuadas para transmitir una imagen inventaba las historias que suponía que a ella le gustaría oír; acabó creando un Víctor quimérico:

– Es un chico muy fuerte y decidido -decía-. Le encanta nadar y andar por el campo, los perros lo enloquecen y los trata con mucho cariño; es frecuente que se lleve para la casa todos los que encuentra por la calle. Una vez se encontró un pajarito herido y lo estuvo curando durante tres meses, hasta que el bicho pudo volver a volar. Al ajedrez no hay quien le gane, y tampoco jugando al tenis. Es muy inteligente, pero a veces un poco vago para el estudio. A tas chicas las vuelve locas.

Al final Victoria le dio un descanso y fue a la nevera por hielo para el whisky. Mientras la mujer estaba en la cocina él recorrió con la mirada los detalles del apartamento. Era una vivienda convencional, con un aire no más triste que aquella en la que habitaba Ana: un lugar dispuesto para el uso de una sola persona, y todo allí parecía como ajeno y provisional.

– ¡Quién habría dicho, tantos años atrás, cuando estábamos en Buenos Aires, que acabaríamos reunidos en este lugar! -comentó Victoria al volver con el hielo. Había en su voz cierto entusiasmo: los ojos echaban chispas, y Olsen malició que estaba animándose con algo más que whisky.

Pero también él se sentía confortado. Le dijo que estaba de acuerdo, que en aquel tiempo jamás habría supuesto que coincidirían tantos años más tarde, nada menos que en Madrid.

– Las vueltas que da la vida -dijo.

– Déjame que te dé un beso. Olsen. -Le besó la mejilla y susurró-: Gracias, muchas gracias por todo.

El percibió el calor de su cuerpo maduro y generoso, la presión de sus pechos contra el esternón. Sin saber por qué, le confesó que en aquel tiempo ella le resultaba una mujer muy atractiva. Había llegado a tener fantasías.

– Sí, por entonces yo estaba en la flor de la vida -suspiró Victoria, y añadió-: Pero me sentía incómoda a vuestro lado. Erais un grupo de maleantes de mucho cuidado. Mi propio marido era quien más me amedrentaba… y tú, Olsen, el único que me inspiraba confianza. Dabas la impresión de ser un buen hombre, además, siempre has sido muy fuerte. Reconozco que yo también pensé alguna vez en ti con un poco de pecado. Pero estaba prometida para casarme… Debo decirte que me parecías un tanto raro: no he conocido a nadie que leyera tanto. Un día te vi en la oficina de Aníbal estabas desarmando una pistola y te dedicabas a limpiarla, y en la misma mesa tenías un libro gordo, abierto por la mitad. Entonces pensé que te faltaba un tornillo. ¡Vamos!, que todavía no sé si de verdad no estás loco. -Rompió a reír con una risa convulsa que contagió a Olsen. El también se puso a reír.