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Ornelli escupe por la comisura de la boca.

– De todos modos ya no te dan un mango por él. Con esto de la inflación todo pierde valor -dice Pompei-. En fin, volvamos a lo nuestro: te doy mil setecientos por el cachivache, y no se hable más…

Así, al parecer, la tormenta ha amainado. ¿Quién sabe? De todas maneras él no baja la guardia, ni deja de llevar la pistola. Pero al sentirse un poco más confiado se desplaza con mayor frecuencia al centro. Recorre las librerías y los bares. A veces se cruza con algún conocido, pero al cabo de tantos años ya no lo reconocen. Por fin va al Correo Central. Allí lo esperaba la carta de Bodoni.

Bodoni sabe escribir sin rodeos:

… y en cuanto a la madre de Víctor, hice algunas averiguaciones. La mujer, desde luego, se enteró de lo que había pasado, pero pronto tuvo otras preocupaciones, y es que la infeliz estaba muy enferma. Ya lo estaba cuando hablaste con ella, pero su enfermedad, entonces, todavía no se había manifestado. Ya te imaginarás cuál era la enfermedad, la terrible enfermedad de esta década, a la que estaba expuesta por su profesión, y que fue la causa de su muerte.

Olsen ahora tiene la certeza de que una nueva pesadilla se sumará al repertorio de sus malos sueños. Pero no adivina que ella lo acompañará durante décadas y que incluso estará presente la noche anterior a su suicidio. Sí, se hará las pruebas pertinentes que certificarán la salud de su sangre, pero las pesadillas no comulgan con los hechos y en ellas volverá a matar a Marcelino Medina, intentarán liquidarlo en los lavabos de la cárcel, continuará disparando sobre Nemesio Elizalde y seguirán disparando sobre él. En sus pesadillas una y otra vez copulará con Victoria y con su hijo. En sus pesadillas nunca se habrá curado de la peste.

En fin con esto de la visita de la señora Parca sólo es cuestión de ponerse en la cola, antes o después a todos nos tocará en el reparto. Y por fortuna también le ha tocado (¡alfin!) a Aníbal Iturralde. El viejo cabronazo estaba muy enfermo del corazón, y antes de morir alcanzó a testamentar a favor de su hijo; al parecer se hallaba convencido de que el muchacho se había enmendado, sobre todo después de que tú te hiciste humo. Dicen que en su lecho de. muerte tuvo tiempo de hacerle toda clase de recomendaciones, pero otros rumores insinúan que cuando le llegó la hora se encontraban solos él y Víctor en la casa, y al parecer le sobrevino un ataque súbito. Reclamó la coramina, o no sé qué sustancia que solía sacarlo del apuro, pero el muchacho se la habría escondido y habría permanecido contemplando cómo el viejo estiraba la pata, tal como sucede en una película de Buñuel. Sin embargo, según otras versiones, dos semanas antes de su muerte le sobrevino una parálisis total que le privó hasta del habla, aunque no de la vista y el oído. De acuerdo con estás habladurías, el chico se dedicaba a insultarlo y decirle de todo mientras su padre se hallaba impedido de contestar y de hacer cosa alguna (igual que en otra película de Buñuel). Víctor le habría prometido, dicen, que su cuerpo, en el ataúd, reposaría sumergido en mierda, y, después del entierro, y antes de dedicarse al ballet clásico o a la profesión de modista, él se abocaría alegremente a llevar a sus empresas a la ruina. En fin. ya te dije que eran rumores y habladurías. El hecho es que antes de diñarla, o de quedarse paralítico, Iturralde se hallaba convencido de que no había olvidado ningún cabo suelto y de que había dejado todo bien amarrado para el futuro… el tiempo lo dirá, aunque parece que será de otro modo. Por lo pronto Víctor sólo piensa en volver a verte. Verás: día sí y día no, me da la lata para que le cuente dónde estás, para que te escriba (como lo hago ahora) diciéndote que ya no hay ningún peligro y por lo tanto puedes volver tranquilo, que te espera como tu gran amigo.

Debo decirte que los Medina también han reventado (nunca mejor dicho). Iban los dos que todavía quedaban con vida en un coche que acababan de adquirir, un Bentley recién estrenado, y ¡patapuni! Una bomba debajo del motor… ¡Lástima de Bentley!

Así que ya ves, parece que Víctor Iturralde tiene razón cuando dice que el peligro ha pasado. Yo por mi parte me limito a hacer de mensajero, pero igualmente quisiera decirte que te andes con cuidado, pues nunca se sabe. Y al respecto: el chico también ha heredado a ¡os guardaespaldas de su padre; Godoy, Aguirre e Iglesias al parecer le sirven con la misma perruna lealtad con la que habían servido a don Aníbal, lo cual no significa que se hayan olvidado de ti, sobre todo los dos primeros, a quienes has dejado tullidos de por vida. Debo reconocer que fue por esa causa que demoré tanto en transmitirte el mensaje de Víctor, pero reconozco que no tengo derecho a atribuirme el papel de ángel guardián de nadie. De todos modos deja que te lo repita: si vuelves por aquí, ve con cuidado…

A¡ llegar a la última línea Olsen vuelve a comenzar por el encabezamiento: «Querido amigo, bandolero y poeta», y recorre nuevamente cada palabra hasta la última frase: «… y me despido de ti, grandísimo truhán, con un fuerte abrazo».

Olsen conduce a velocidad moderada. Esta vez no ha robado el vehículo; lo alquiló en una agencia de Lisboa con su pasaporte a nombre de Herman Melville, ciudadano canadiense.

Después de cruzar la frontera se detuvo en Badajoz; allí paró media hora para cargar gasolina y almorzar. En Talavera de la Reina tomó café y volvió ü llenar el tanque. Ahora se encuentra próximo a Navalcarnero y seguirá rumbo a Madrid. En la estación de Atocha lo esperarán sus viejos conocidos: Godoy, Aguirre e Iglesias. Ellos suponen que llegará desde Lisboa con el tren de las ocho. Ignoran que viaja por carretera. De no sentirse tan tenso el monótono runrún del motor lo habría adormecido. Pero se encuentra del todo despierto, y muy ansioso. Y eso que en las últimas veinticuatro horas casi no pegó ojo. Aún no han transcurrido dos días desde que salió de Buenos Aires. Veinte días antes, lo había telefoneado a Víctor. Lo hizo desde un locutorio, alrededor de las ocho de la mañana. Había calculado que en Madrid sería el mediodía. La chica que atendió la llamada preguntó que quién quería hablarle a don Víctor y por qué asunto era.

– Dile que es de parte de Gustavo Adolfo Bécquer.

– ¿Quién dice que le habla?

– Ya te lo he dicho, bonita: Gustavo Adolfo Bécquer. Tú dile eso, dile que Gustavo Adolfo quiere saber cómo se encuentra Rimbaud.

Antes de un minuto escuchó la voz de Víctor lturralde:

– ¡Víctor, eres tú! -Le disparó una pregunta tras otra: quería saber cómo se encontraba, si necesitaba algo, si iría a encontrarse con él y cuándo lo haría.

Olsen le prometió que viajaría muy pronto. Antes de llegar a Madrid volvería a telefonearle.

Después se dirigió a una agencia de viajes y adquirió un pasaje aéreo a Lisboa para él y otro a Santiago de Chile, para Matilde.

Cuando se lo dijo, esa misma noche, hizo lo que pudo para no aflojar mientras contemplaba cómo a la muchacha se le escapaban las lágrimas. El día de la partida fueron juntos a Ezeiza, el avión de ella salía tres horas antes. Matilde volvió a llorar a la hora de la despedida, en ese momento él le pasó un sobre con dinero y le pidió que hiciese su propia vida y procurara ser feliz. Ella!o besó en los labios y le dijo: