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– ¿Quieres hablar de ello?

– No.

– ¿Estás bien? -preguntó.

– Sí.

Me senté junto a Angele. Ella se inclinó hacia mí, yo le pasé el brazo por los hombros y juntos compartimos la fría quietud de la noche, el aullido ocasional de algún perro en la lejanía y el destello de las estrellas encima de nuestras cabezas. Pensé en la Harley mientras cruzábamos el Gois, en la espalda vibrante de Angele contra mi pecho mientras sus manos enguantadas sujetaban el manillar con confianza, y volví a sentirme protegido, como esa tarde, y supe que esa mujer, con quien tal vez pasase el resto de mis días, o tal vez no, esa mujer que tal vez al día siguiente por la mañana me dijera que hiciera las maletas o tal vez se quedase conmigo para siempre, esa extraordinaria mujer cuyo trabajo era la muerte me había dado el beso de la vida.

Agradecimientos

Doy las gracias a:

Nicolás, por su paciencia y su ayuda.

Sophia, por cumplir cuarenta en Dinard, en julio de 2005.

Laure, Catherine y Julia, mis primeras lectoras.

Abha, por el feedback y sus consejos.

Sarah, por tener ese ojo al que nada se le escapa.

Chantal, por cederme ese lugar en la calle Froidevaux.

Guillemete y Oliviar, por iniciarse en Noirmoutier.

Mélanie y Antoine Rey, por dejarme tomar prestados sus nombres.

Héloïse y Guilles, por volver a confiar en mí.

Tatiana de Rosnay

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