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buscó con la mirada al mozo: el segundo pocillo de café no llegaba. Tenía los pies fríos, de la cintura para arriba se le desprendía en cambio un vaho caliente, se desabrochó el botón del cuello. El mozo trajo el café. El picor de la garganta recrudeció. Juan Carlos rápidamente quitó el envoltorio a los terrones de azúcar y sin esperar que se disolvieran apuró el pocillo entero. Con disimulo se tocó la frente, caliente pero todavía seca, pensó que la culpa de todo la debía tener el portón frío de la casa de Nené. Recién entonces recordó que ella ya habría pasado por la vereda. A las 20:15 después de haber perdido pocos centavos volvió a su casa y fue directamente al baño. Se afeitó con jabón especial, brocha y un jarro de agua hirviente que su madre le alcanzó. A las 20:40 se sentaron a la mesa. Celina contó que la madre de Mabel estaba desesperada porque la ausencia de la mucama la obligaba a trabajar sin descanso, justamente en época de remates de hacienda, con el novio de Mabel de paso por Vallejos y constantemente de visita en la casa. Terminada la cena Celina tocó una pieza del álbum nuevo que le había llegado de Buenos Aires, titulado «Éxitos melodiosos de José Mojica y Alfonso Ortiz Tirado». Juan Carlos les recordó que era el momento de fumar el único cigarrillo diario permitido por el médico. Entonces su madre tratando de no dar importancia al tema le preguntó qué había dicho el médico esa tarde. Juan Carlos respondió que por una emergencia el médico había debido abandonar el consultorio toda la tarde. A las 22:00 salió de su casa, caminó dos cuadras por calles de tierra y se encontró con Nélida. Cuando estuvieron seguros de que los padres dormían, se besaron y abrazaron en el jardín. Juan Carlos como de costumbre pidió a Nélida que le cediera sus favores. Ella se negó como de costumbre. Juan Carlos pensó que Nélida era la Reina de la Primavera 1936, la besó por segunda vez ciñéndola con fuerza y pensó en las maniobras que infaliblemente la seducirían como habían seducido a muchas otras. Pero Juan Carlos no dejó que sus manos descendieran más allá de la cintura de Nené. Estuvo por decirle que no era un tonto, que solamente hacía el papel de tonto: «che pibe, vos estás delicado, no te pasés de hembras porque vas a sonar, trata de reducir la cuota, yo no te lo digo más, la próxima voy y como médico de la familia se lo digo a tu vieja». Dominado por un impulso Juan Carlos repentinamente tomó una mano de ella y suavemente la llevó hacia abajo, frente a su bragueta, sin alcanzar a apoyarla. Era la primera maniobra de su estrategia habitual. La mano de Nené oponía una resistencia relativa. Juan Carlos titubeó, pensó que en el jardín de Nené no crecían flores silvestres de manzanilla, según algunos eran venenosas ¿sería cierto?, ese invierno haría mucho frío en el portón ¿se cumpliría su plan secreto antes de empezar los fríos? ¿todas las noches de invierno en ese portón? pensó en un picaflor que deja una corola para ir a otra, y de todas liba el néctar, ¿había gotas de néctar en las flores de manzanilla? parecían secas. Pensó que tenía veintidós años y debía conducirse como un viejo. Soltó bruscamente a Nélida y dio un paso hacia el cerco de ligustro. Con rabia arrancó una rama. A las 23:20 consideró necesario acariciarle los senos pasando su mano por debajo de la blusa y corpiño, porque debía mantenerla interesada en él. A las 23:30 se despidieron. A las 23:46 Juan Carlos pasó por la construcción de la Comisaría. En las casas de la cuadra no había ventanas encendidas, no había gente en las veredas. A una cuadra de distancia se veía una pareja caminar en dirección a él. Tardaron cinco minutos en pasar, en la esquina doblaron y desaparecieron. Juan Carlos miró nuevamente en todas direcciones, no se divisaba ningún ser viviente. Ya era medianoche, la hora de la cita. El corazón empezó a latirle más fuerte, cruzó la calle y entró en la construcción. Se abrió paso más fácilmente que la noche anterior, recordando los detalles del patio vistos a la luz del día. Pensó que para subir al tapial de casi tres metros de altura un viejo necesitaría una escalera, no podría treparse como él por los andamios. Ya en lo alto del tapial pensó que un viejo no podría pasar de un salto al patio contiguo. Sin saber por qué recordó a la niña casi adolescente que lo había mirado esa tarde, provocándolo. Decidió seguirla algún día, la niña vivía en una chacra de las afueras. Juan Carlos se refregó las manos sucias de polvo contra la campera de estanciero y se preparó para dar el salto.