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Juan Manuel Puig nació en General Villegas, provincia de Buenos Aires, el 28 de diciembre de 1932, día de los Santos Inocentes. Su madre, María Elena Delledonne, farmacéutica de La Plata, lo inició en el rito diario del cine a los cuatro años. La infinita novela espectacular de Hollywood cubrió desde entonces el hastío de la vida pueblerina y el joven Puig quedó prendado para siempre de los plateados ídola de la pantalla. Cuenta una amiga suya de la infancia que después de ver El gran vals de Duvivier con final delirante de von Sternberg, bailaba por las calles del pueblo tarareando El vals del emperador, en la puerta del Club Social de Villegas, transportado todavía a la calles de Viena, se topó con la mirada severa de su padre.

Una beca de la Dante Alighieri lo llevó a Roma en 1956. Creía que su vocación era el cine, pero su sensibilidad y su libertad extraordinarias desbordaban el dogma neorrealista del Centro Sperimentale di Cinematografía, dirigido por Cesare Zavattini. Intentaba escribir un guión cuando se le impuso el recuerdo de la voz de una tía, un monólogo de treinta páginas lleno de habladurías de pueblo, rumores, frases hechas y minucias familiares, incapaz de someterse a la apretada síntesis de la escritura cinematográfica. Ese día, para felicidad de sus lectores, pasó del cine a la literatura. Nunca abandonó el rito diario de las películas y coleccionó sus preferidas en casi mil quinientas cintas de video que, como una última ironía, ocupan los estantes de la biblioteca en el departamento de su madre. Que el éxito de una película de Hollywood inspirada en El beso de la mujer araña haya significado su consagración literaria definitiva es una de las tantas paradojas de su relación pasional con el cine.

Murió en Cuernavaca el 22 de julio de 1990, a las cinco de la tarde. Dejó en la literatura argentina un legado leve y etéreo como el recuerdo de una buena película.

Graciela Speranza

I BOQUITAS PINTADAS DE ROJO CARMESÍ

PRIMERA ENTREGA

Era… para mí la vida entera…

Alfredo Le Pera

NOTA APARECIDA EN EL NÚMERO CORRESPONDIENTE A ABRIL DE 1947 DE LA REVISTA MENSUAL NUESTRA VECINDAD, PUBLICADA EN LA LOCALIDAD DE CORONEL VALLEJOS, PROVINCIA DE BUENOS AIRES

«Fallecimiento lamentado. La desaparición del señor Juan Carlos Etchepare, acaecida el 18 de abril último, a la temprana edad de 29 años, tras soportar las alternativas de una larga enfermedad, ha producido en esta población, de la que el extinto era querido hijo, general sentimiento de apesadumbrada sorpresa, no obstante conocer muchos allegados la seria afección que padecía.

»Con este deceso desaparece de nuestro medio un elemento que, por las excelencias de su espíritu y carácter, destacóse como ponderable valor, poseedor de un cúmulo de atributos o dones -su simpatía-, lo cual distingue o diferencia a los seres poseedores de ese inestimable caudal, granjeándose la admiración de propios o extraños.

»Los restos de Juan Carlos Etchepare fueron inhumados en la necrópolis local, lugar hasta donde fueron acompañados por numeroso y acongojado cortejo.»

*

Buenos Aires, 12 de mayo de 1947

Estimada Doña Leonor:

Me he enterado de la triste noticia por la revista Nuestra vecindad y después de muchas dudas me atrevo a mandarle mi más sentido pésame por la muerte de su hijo.

Yo soy Nélida Fernández de Massa, me decían Nené, ¿se acuerda de mí? Ya hace bastantes años que vivo en Buenos Aires, poco tiempo después de casarme nos vinimos para acá con mi marido, pero esta noticia tan mala me hizo decidirme a escribirle algunas líneas, a pesar de que ya antes de mi casamiento usted y su hija Celina me habían quitado el saludo. Pese a todo él siempre me siguió saludando, pobrecito Juan Carlos ¡que en paz descanse! La última vez que lo vi fue hace como nueve años.

Yo señora no sé si usted todavía me tendrá rencor, yo de todos modos le deseo que Nuestro Señor la ayude, debe ser muy difícil resignarse a una pérdida así, la de un hijo ya hombre.

Pese a los cuatrocientos setenta y cinco kilómetros que separan Buenos Aires de Coronel Vallejos, en este momento estoy a su lado. Aunque no me quiera déjeme rezar junto a usted.

Nélida Fernández de Massa

Iluminada por la nueva barra fluorescente de la cocina, después de tapar el frasco de tinta mira sus manos y al notar manchados los dedos que sostenían la lapicera, se dirige a la pileta de lavar los platos. Con una piedra quita la tinta y se seca con un repasador. Toma el sobre, humedece el borde engomado con saliva y mira durante algunos segundos los rombos multicolores del hule que cubre la mesa.

*

Buenos Aires, 24 de mayo de 1947

Querida Doña Leonor:

¡Qué consuelo fue recibir su carta de contestación! La verdad es que no me la esperaba, creía que usted no me iba a perdonar nunca. Su hija Celina en cambio veo que me sigue despreciando, y como usted me lo pide le escribiré a la Casilla de Correo, así no tiene discusiones con ella. ¿Sabe hasta lo que pensé cuando vi su sobre? Pensé que adentro estaría mi carta sin abrir.

Señora… yo estoy tan triste, no debería decírselo a usted justamente, en vez de tratar de consolarla. Pero no sé cómo explicarle, con nadie puedo hablar de Juan Carlos, y estoy todo el día pensando en que un muchacho tan joven y buen mozo haya tenido la desgracia de contraer esa enfermedad. A la noche me despierto muchas veces y sin querer me pongo a pensar en Juan Carlos.

Yo sabía que él estaba enfermo, que había ido de nuevo a las sierras de Córdoba para cuidarse, pero no sé por qué… no me daba lástima, o debe ser que yo no pensaba que él se estaba por morir. Ahora no hago más que pensar en una cosa ya que él no iba nunca a la iglesia, ¿se confesó antes de morir? Ojalá que sí, es una tranquilidad más para los que quedamos vivos, ¿no le parece? Yo hacía tiempo que no rezaba, desde hace tres años cuando mi nene más chico estuvo delicado, pero ahora he vuelto a rezar. Lo que también me da miedo es que él haya hecho cumplir lo que quería. ¿Usted se enteró alguna vez? ¡Ojalá que no! Ve, señora, eso también me viene a la cabeza cuando me despierto de noche: resulta que Juan Carlos me dijo más de una vez que a él cuando se muriese quería que lo cremaran. Yo creo que está mal visto por la religión católica, porque el catecismo dice que después del juicio final vendrá la resurrección del cuerpo y el alma. Yo como no voy a confesarme desde hace años ahora he perdido la costumbre de ir, pero voy a preguntarle a algún Padre Cura sobre eso. Sí, señora, seguro que Juan Carlos está descansando, de golpe me ha venido la seguridad de que por lo menos está descansando, si es que no está ya en la gloria del Cielo. Ay, sí, de eso tenemos que estar seguras, porque Juan Carlos nunca le hizo mal a nadie. Bueno, espero carta con muchos deseos. La abraza,