Te voy a contar del hospital para pobres, te lo cuento así sabés lo que es, y después prometéme que nunca me vas a sacar el tema, vos que estás sana no te podés imaginar el ruido que hacen con la tos. En el Hostal se oye un poco de tos en el comedor, pero por suerte hay altoparlantes con discos o la radio, mientras comemos.
Yo el primer día que fui al hospital había salido para darme un baño en el río. Pero soplaba un viento fresco, entonces empecé a dar vueltas para no caer a dormir la siesta y cuando me quise acordar estaba en la sierra alta, frente al hospital. El enfermo de la cama que está al lado de la puerta, en la sala brava, no tenía visita y nos pusimos a conversar. Me contó de él, y como andan levantados, con el piyama y una salida de baño que le dan ahí, se vinieron dos más a hablar. Me tomaron por médico practicante y yo les seguí la corriente.
Yo ya no quiero ir más pero voy de lástima para charlarle un poco al pobre diablo este de la primera cama, y vos no me vas a creer pero cada vez que voy hay alguno nuevo ¿te das cuenta de lo que te estoy diciendo? y curar no se cura nadie, vida, cuando se desocupa una cama es porque alguno se murió, si, no te asustes, ahí van nada más que los enfermos muy graves, por eso se mueren.
Vos ahora olvidate de todo esto, que a vos no te toca, vos sos sana, no te entran ni las balas, dura sos como el diamantito que tienen en la ferretería para cortar los vidrios, aunque los diamantes son sin color como un vaso sin vino, mejor llenita de vino, coloradita entonces, como un rubí, mi vida. Escribime pronto, sé buena, y no tardés como esta vez en hechar la carta al busón.
Te espera impasiente y te besa mucho
tu Juan Carlos
Vale: me olvidaba decirte que en el Hostal tengo un buen amigo, en la próxima te contaré de él.
Bajo el sol del balcón junta sus borradores, hace a un lado la manta y deja la reposera. Se dirige a la habitación número catorce. En el pasillo cambia una casi imperceptible mirada de complicidad con una joven enfermera. El enfermo de la habitación catorce lo recibe con agrado. Enseguida se dispone a corregir la ortografía de las tres cartas: la primera -de media carilla- dirigida a una señorita, la segunda -de dos carillas- dirigida a la hermana, y la tercera -de seis carillas- dirigida a otra señorita. Por último se desarrolla una larga conversación, en el curso de la cual el visitante narra casi completa la historia de su vida.
*
Cosquín, 10 de agosto de 1937
Vida:
El otro día llegaron juntitas tu segunda carta y la segunda de mi hermana. Claro que había una diferencia… y así fue que a tu carta la leí como ochenta veces y la de mi hermana dos veces y chau, si te he visto no me acuerdo. Uno se da cuenta cuando le escriben de compromiso. Pero vida, por lo menos que te escriban, no me vas a creer si te digo que estas cuatro cartas son las únicas que he recibido desde que estoy acá ¿qué le pasa a la gente? ¿tienen miedo de contajiarse por correo? Te aseguro que me la van a pagar. Qué rasón tenía mi viejo, cuando estás en la mala todos te dan vuelta la cara. ¿Yo te conté alguna vez de mi viejo?
Mirá, el viejo tenía con otro hermano un campo grande a cuarenta kilómetros de Vallejos, que ya había sido de mi abuelo. Mi viejo era contador público, resibido en Buenos Aires, con título universitario ¿me entendés? no era un simple perito mercantil como yo. Bueno, el viejo fue a estudiar a la capital porque mi abuelo lo mandó, porque veía que el viejo era una luz para los números, y el otro hermano que era un animal, se quedó a pastar con las vacas. Bueno, se murió mi abuelo y el viejo siguió estudiando, y el otro mientras lo dejó en la vía, vendió el campo, se quedó con casi todo y desapareció de la superficie terrestre, hasta que supimos que está ahora por Tandil con una estancia de la gran flauta. Ya le va a llegar la hora.
Mi pobre viejo se la tuvo que aguantar y se instaló en Vallejos, no te digo que vivió mal, porque tenía trabajo a montones, y yo no me acuerdo de haberlo oído quejarse, pero la vieja cuando el se murió de un cíncope empezó a chiyar como loca. Por ahí me acuerdo que sonó el timbre a la mañana después de velarlo toda la noche, eran como las ocho de la mañana, y la vieja había oído el tren de Buenos Aires, que llegaba en esa época a las siete y media. Todos estábamos sentados sin decir nada, y se oyó el ruido de la locomotora, y los pitos del tren, que llegaba de la capital y seguía para la Pampa. Se ve que la vieja pensó que el hermano del viejo podía haber llegado en ese tren ¿cómo? si nadie le había abisado… Bueno, entonces resulta que al rato suena el timbre y la vieja corrió al galpón y agarró la escopeta: estaba segura de que era el atorrante ese y lo quería matar.
Pero eran los de las pompas fúnebres para cerrar el cajón. Ahí fue que a la vieja le dio por gritar y rebolcarse, pobre vieja, y a decir que el cíncope del viejo era de tanta mala sangre que se había hecho en su vida por culpa del hermano ladrón, y que ahora quedaban los dos hijos sin el campo que les habría correspondido, que el viejo había sido demasiado noble, y no había protestado ni hecho juicio contra esa estafa, pero que ahora los que se tenían que embromar eran la mujer y los hijos. Bueno, para qué te voy a contar más. A la noche cuando no me puedo dormir siempre me viene eso a la mente.
Que lejos esta todo ¿no? Y también vos estás lejos, rubí. Y ahora te tengo que explicar porque no te escribía vuelta de correo, porque dejé pasar varios días… Estuve pensando tanto en vos, y en otras cosas, pensar que recién ahora que estoy lejos me doy cuenta de una cosa… Te lo quiero decir pero es como si se me atrancara la mano ¿qué me pasa, rubia? ¿me dará vergüenza decir mentiras? yo no sé si antes sentía lo mismo, a lo mejor sentía lo mismo y no me daba cuenta, porque ahora siento que te quiero tanto.
Si pudiera tenerte más cerca, si pudiera verte entrar con el micro que llega de Córdoba, me parece que me curarías la tos de golpe, de la alegría nomás. ¿Y por qué no podría ser? todo por culpa de los malditos billetes, porque si tuviera billetes para tirar en seguida te mandaba un giro para que te vinieras con tu mamá a pasar unos días. Vida, yo te extraño, antes de resibir tu carta andaba raro, con miedo de enfermarme de veras, pero ahora cada vez que leo tu carta me vuelve la confianza. Qué felices vamos a ser, rubí, te voy a tomar todo el vinito que tenés adentro, y me voy a agarrar una curda de las buenas, una curda alegre, total después me dejás dormir una siesta al lado tuyo, a la vista de tu vieja, no te asustes, ella que nos vijile nomás ¿y el viejo, nadie le pisa los almásigos ahora que no estoy yo?
Bueno mi amor, escribime pronto una de esas cartas lindas tuyas, mandámela pronto, no la pienses como yo.
Te quiero de verdad,
Juan Carlos
Vale: otra vez me olvidaba de contarte que te manda saludos un señor muy bueno, internado aquí como yo. Me tomé el atrebimiento de mostrarle tus cartas, y le gustan mucho, fijáte que es una persona de mucha educación, ex-profesor de la Universidad. A mi sí me dice que soy un animal para escribir.
Bajo el sol del balcón junta sus borradores, hace a un lado la manta, deja la reposera y se dirige a la habitación número catorce. Es amablemente recibido y después de asistir a la corrección de la única carta existente, el visitante debe retirarse a su habitación a causa de una inesperada sudoración acompañada de tos fuerte. El ocupante de la habitación catorce piensa en la situación de su joven amigo y en las posibles derivaciones del caso.