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– Hola…
– ¡Es la Raba! ¿sos vos?
– Sí ¿cómo estás?…ay Raba, cuánto te agradezco lo que me trajiste, sentí tanto no haber estado esa tarde, de casualidad había salido, mirá que salgo poco. Pero yo te lo había dicho que me llamaras antes de venir.
– Yo para darte una sorpresa. ¿Te gustó el gajo?
– Sí, cuando entré enseguida lo vi. Después la portera me contó que te había abierto la puerta ella.
– Ella no me quería abrir la puerta, no quería por nada, pero yo le dije que era un gajo delicado, y si no lo sabés plantar se seca seguro. ¿Te gusta donde lo puse?
– Sí, y me parece que prendió bien.
– Yo me voy para Vallejos. Me voy mañana.
– ¿Por qué? ¿qué pasó? ¡no le vayas a decir a mamá que me viste la casa!
– Ya junté para el pasaje y hoy fue el último día que trabajé en la fábrica.
– ¿Y por allá qué vas a hacer? ¿de nuevo a lavar?
– No, que la niña Mabel habló con mi tía que si yo quería volver me tomaba de nuevo, que ahora no pueden tener mucama y cocinera, yo y la madre vamos a hacer todo. Y me dan permiso para ir a ver al Panchito todas las tardes.
– ¿Y acá no te habías conseguido ningún novio?
– No, me da miedo meterme con hombres que no conozco.
– ¿A mamá le vas a contar que viniste a mi casa?
– Si vos no querés no le cuento nada.
– ¿A qué hora sale el tren mañana? Porque si querés te llevo alguna ropa mía usada.
– A las diez de la mañana sale. Pero mejor si tenés algo nuevo para el Panchito. Que necesita más que yo.
– Y, mucho tiempo no voy a tener, si encuentro algo se lo compro. Pero mañana sin falta te veo en la estación. A las nueve y media ya voy a estar ahí. Vos andá temprano así te encontrás un asiento bueno.
– No dejes de venir, y si tenés algo viejo para mí no te olvides tampoco.
– Raba, prometéme que a Mabel tampoco le vas a contar que me viste la casa.
– Te prometo, ¿y no tendrás una pañoleta para el Panchito que ahora hace frío?
– Voy a ver. Chau, Raba, tengo que hacer.
– Bueno, hasta mañana.
– Chau, y llegá temprano.
– Chau.
Vuelve a arrepentirse de haber pedido teléfono blanco, siempre marcado por huellas de dedos sucios. Además necesita una silla en ese cuarto para no sentarse obligadamente en la cama cada vez que atiende el teléfono. Decide lustrar los herrajes del juego de dormitorio ese mismo día. Yendo hacia la cocina atraviesa un cuarto destinado a comedor donde sólo hay una caja de cartón conteniendo un velador con pantalla de tul blanco. En el pequeño vestíbulo de entrada, destinado a living, tampoco hay muebles: mira el espacio vacío preguntándose si jamás reunirá el dinero para comprar todo al contado, pues ha resuelto evitar el pago adicional de intereses implícito en una compra a plazos.
– Ya que está ahí ¿no me cortaría unos higos? cáscara aterciopelada verde, adentro la pulpa de granitos rojos dulces los reviento con los dientes
– Buenas tardes, no la había visto, el pie las uñas pintadas asoman de la chancleta, piernas flacas, ancas grandes
– Buenas tardes
– Perdone que ande por este tapial, que si no ponemos una antena no oímos la radio, y los presos se me van a andar quejando, los presos no ven nunca a una mujer
– Y usted también querrá escuchar, no diga que no… negro barato, le brillan el cuello y las orejas, se lava para blanquearse
– Para qué voy a decir que no… ¿Le saco los más maduros, nomás, o medio verdes también? mi uniforme de gabardina y botas que brillan
– No, maduritos nomás, otro día yo vengo con un palo y volteo los que se hayan puesto más morados, me los como, uno por uno, y me tiro en el jardín, no me importa que me piquen los bicharracos del pasto
– Llámeme a mí, pongo la escalera del otro lado y ya estoy subido al tapial, me trepo, salto, subo, bajo, la toco
– ¿Y si tiene que hacer algo? ¿o lo único que hace es escuchar la radio? una sirvienta tuvo un hijo natural
– Eso no tengo yo la culpa, que no haya ningún robo por ahí. un balazo, para hacerme saltar la tapa de los sesos
– Entonces voy a ir yo a denunciar que me roban los pollos, plumas largas blancas, plumas negras y amarillas y marrones arqueadas brillan las plumas de la cola, otras llenan el colchón, blandito, se hunde
– No le van a creer.
– ¿Por qué?
– Porque está pared por medio con la Comisaría, bien vigiladito el gallinero, una gallina blanca para el gallo, no hay un gallo en el corral, a la noche al gallinero se le va a meter un zorro
– Menos mal, verdad… Lástima que no me pueda meter presas a las hormigas, mire cómo me arruinan los rosales… Suavidad de terciopelo, pétalos frescos rosados, se abren, un hombre los acaricia, huele el perfume, corta la rosa
– ¿Qué le anda echando?
– Veneno para las hormigas, negras, chiquitas, malas, negro grandote, con los brazos de albañil ¿la habrá forzado a la Raba? ¿De Juan Carlos no sabe nada, usted que era amigo de él?
– Sí, me escribió una carta… Juan Carlos pregunta por una guacha
– Pero también nunca se quiso cuidar, y usted que le hacía buena compañía, si no me equivoco… ¿cuál de los dos más hombre? ¿cuál de los dos más forzudo?
– Juan Carlos era mi mejor amigo, y siempre va a ser igual para mí. El albañil tiene casa de material ¿y hembra maestra de escuela?
– ¿Dónde está? ¿en aquel sanatorio tan lujoso de antes? los ojos castaño claros los entornaba al besarme
– No, creo que en una pensión, y va al médico aparte.
– Ese otro sanatorio era carísimo.
– Sí, parece que sí… ¿Arranco éstos que están acá?
– Esos… sí, ya están bien maduros para comer, y sírvase usted también, los dientes marrón y amarillo
– Son difíciles de pelar, te pelo, cáscara verde, pulpa dulce colorada
– Me da miedo que se caiga.
– No me voy a caer, se los alcanzo de a uno, abaraje… Ahí va… muy bien… ¿se reventó? las gallinas se espantan, cacarean, aletean contra el tejido de alambre y se machucan las alas, los zorros se escapan por cualquier agujero del tapial
– Espere que me coma uno…Cuénteme de dónde se hizo amigo de Juan Carlos, un criollo negro, él era blanco, los brazos no tan morrudos, la espalda no tan ancha
– Un día cuando éramos pibes lo desafié a pelear, las zorras tienen la cueva que nunca se sabe dónde, la cueva de la zorra
– ¿Y hace mucho que está en la policía, usted?
– Entre que fui a la escuela en La Plata y que llegué acá como un año y medio.
– Y a las chicas les debe gustar el uniforme ¿no? la Raba vuelve de Buenos Aires ¿el negro salta el tapial para forzarla otra vez?