…las horas que pasan ya no vuelven más.
Alfredo Le Pera
Era una tarde de otoño. En esa calle de Buenos Aires los árboles crecían inclinados. ¿Por qué? Altas casas de departamentos de ambos lados de la acera ocultaban los rayos del sol, y las ramas se tendían oblicuas, como suplicando, hacia el centro de la calzada… buscando la luz. Mabel iba a tomar el té a casa de una amiga, elevó su mirada a las copas añosas, vio que los troncos fuertes se inclinaban, se humillaban.
Tal vez un vago presagio asió su garganta con guante de seda, Mabel entre sus brazos estrechó un ramo de rosas y aspiró el dulce perfume, ¿por qué de repente pensaba que el otoño había llegado a la ciudad para nunca más dejarla? El frente del edificio de departamentos le pareció lujoso, mas la ausencia de una alfombra en la entrada la tranquilizó: el edificio donde ella muy pronto habría de vivir contaba en cambio con ese elemento decisivo para definir la categoría de una casa. Aunque el ascensor tenía espejo, sí, y examinó su maquillaje a través del fino velo del tocado en fieltro negro con garnitura de racimos de guindas, confeccionadas en papel celofán. Por último emparejó la pelambre de las colas de zorro colocadas en torno a su cuello.
Tercer piso, departamento «B», con peinado alto y tanta sombra en los ojos su amiga Nené le pareció algo avejentada al abrir la puerta.
– ¡Mabel, el gusto de verte! -y se dieron dos besos en cada mejilla.
– ¡Nené! ¡ay, qué angelito de Dios, ya caminando este tesoro! -besaba al niño y descubrió más allá en un corralito al hijo menor de su amiga- ¡y el chiquito qué carita!
– No… Mabel… no son nada lindos ¿no te parece que son feúchos? -habló sinceramente la madre.
– No, son ricos, tan gordos, tan ñatitos ¿qué tiempo tiene el más chico?
– El bichito tiene ocho meses, y el grandulón un año y medio pasados… pero por suerte son varoncitos ¿no?, no importa tanto que no sean lindos… -Nené se sintió pobre, no tenía para mostrar más que dos niños poco agraciados.
– Che, pero qué seguiditos son… no perdiste el tiempo ¿eh?
– Ay, vos sabés que yo tenía miedo que se te fueran los días sin poder visitarme ¿cómo van los preparativos?
– Mirá, lo que se dice enloquecida ¡y eso que ni me caso de largo ni hacemos fiesta!… Tenés muy linda la casa -la voz de Mabel se escuchaba encrespada por la hipocresía.
– ¿Te parece?
– ¿Cómo no me va a gustar?, ni bien vuelva de la luna de miel tenés que venir a verme el nidito, eso sí, muy muy chiquito el departamento mío.
– Será un chiche -replicó Nené colocando en un florero las fragantes rosas, las cuales admiró- ¿a que te olvidaste de traerme la foto de tu novio?
Ambas pensaron en el rostro perfecto de Juan Carlos y evitaron durante algunos segundos mirarse en los ojos.
– No, para qué, es un petiso mal hecho…
– Me muero por conocerlo, por algo te casarás con él, viva. Será un hombre muy interesante. Mostrame la foto del petiso… -antes de terminar la última frase Nené ya estaba arrepentida de haberla pronunciado.
– Son cómodos estos sillones ¡no, querido, las medias no me toques!
– ¡Luisito! mirá que te doy un chas-chas… quieto ahí que ahora te voy a dar una masita -y Nené se dirigió a la cocina para calentar el agua del té.
– Vos sos Luisito ¿y tu hermanito cómo se llama? -sonrió Mabel al niño buscando en su fisonomía algún parecido decisivo con el marido de Nené.
– Mabel, vení que te muestro la casa.
Al encontrarse las dos en la cocina no pudieron evitar la irrupción de los recuerdos. Tantas tardes pasadas en aquella otra cocina de Nené, mientras afuera soplaba el aire polvoriento de la pampa.
– ¿Sabés Nené una cosa? me gustaría un mate, como en los viejos tiempos… ¿cuánto tiempo hará que no tomamos un mate juntas?
– Añazos, Mabel. Más o menos de la época que salí Reina de la Primavera,… y estamos en abril del 41…
Ambas callaron.
– Nené, dicen que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Y no es la verdad?
Callaron nuevamente. Las dos encontraron para ese interrogante una respuesta. La misma: sí, el pasado había sido mejor porque entonces ambas creían en el amor. Al silencio siguió el silencio. La luz mortecina del atardecer entraba por la claraboya y teñía las paredes de violeta. Mabel no era la dueña de casa, pero no soportando más la melancolía, sin pedir permiso encendió la lamparita que pendía del techo. E inquirió:
– ¿Sos feliz?
Nené sintió que un contrincante más astuto la había atacado de sorpresa. No sabía qué responder, iba a decir «no puedo quejarme», o «siempre hay un pero», o «sí, tengo estos dos hijitos», mas prefirió encogerse de hombros y sonreír enigmáticamente.
– Se ve que sos feliz, tenés una familia que no cualquiera…
– Sí, no puedo quejarme. Lo que yo querría es un departamento más grande para tomar una sirvienta con cama, pero para hacerla dormir en el living es más lío que otra cosa. ¿Pero vos sabés el trabajo que me dan estos chicos? Ahora que se viene el invierno y empiezan con los resfríos… -Nené prefirió callar sus otras quejas: que no conocía ningún club nocturno, que no había nunca subido a un avión, que las caricias de su marido para ella no eran… caricias.
– Pero si son tan sanitos… ¿Salís mucho?
– No, ¿adónde voy a ir con estos dos que están siempre llorando? o se hacen pis o caca. Tené hijos, vas a ver lo que es.
– Si no los tuvieras los desearías, no te quejes -adujo Mabel engañosa, pues tampoco para ella era deseable esa vida rutinaria de madre y esposa ¿pero era acaso preferible quedarse soltera en un pueblo y continuar siendo el blanco de la maledicencia?
– Y vos, contame de vos… ¿querés tener muchos chicos?
– Con Gustavo hemos hecho el trato de no tener chicos hasta que él se reciba. Le faltan pocas materias pero nunca las da, también él…
– ¿Qué era lo que estudiaba?
– Doctorado en Ciencias Económicas.
Nené pensó en cuánto más importante que un martillero público sería un doctor en ciencias económicas.
– Contame algo de Vallejos, Mabel.
– Y, noticias frescas no tengo ninguna, si hace más de un mes que estoy en Buenos Aires, con estos preparativos.
– ¿Juan Carlos sigue en Córdoba? -Nené sintió que el rubor teñía sus mejillas.
– Sí, parece que está mejor -Mabel miró la llama azul de la hornalla a gas.
– ¿Y Celina?
– Más o menos, che. Para qué hablar de eso, ya te podés imaginar. Tomó un camino malo, sabés que meterse con los viajantes es fatal. ¿No escuchás ninguna novela a la tarde?
– No, ¿hay alguna linda?
– ¡Divina! a las cinco ¿no la escuchás?
– No, nunca -Nené recordó que su amiga siempre había descubierto antes que ella cuáles eran la mejor película, la mejor actriz, el mejor galán, la mejor radionovela, ¿por qué se dejaba siempre ganar?
– Yo me perdí muchos episodios pero cuando puedo la escucho.
– Qué lástima, hoy te la perdés también -Nené deseaba hablar largamente con Mabel, rememorar ¿se animaría a sacar nuevamente el tema de Juan Carlos?
– ¿No tenés radio?
– Sí, pero son más de las cinco.
– No, que son las cinco menos diez.
– Entonces la podemos escuchar, si querés. -Nené recordó que como dueña de casa debía agasajar a la visita.