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»-Marie, dime, ¿estoy curado?… ¿por qué no respondes?

»-Pierre…

»-Sí, dímelo ya ¿puedo ir a unirme a mis tropas?

»-Pierre… puedes partir, la herida se ha cerrado.

»-¡Partiré! he de luchar con los míos, después regresaré y si es preciso lucharé cuerpo a cuerpo con él… para libertarte.

»-No, eso nunca, él es brutal, una fiera vil, capaz de atacar por la espalda.»

– Mabel ¿por qué se casó ella con ese marido tan malo?

– No sé, yo perdí muchos capítulos, será que no quería quedarse soltera y sola.

– ¿Era una chica huérfana?

– Aunque tuviera los padres, ella querría formar su hogar ¿no? y dejame escuchar.

«-¿Cómo puedes estar tan seguro de que has de volver?»

Tras una cadenciosa y moderna cortina melódica se oyó el anuncio comercial, correspondiente a un jabón de tocador fabricado por la misma firma anunciadora de la crema dentífrica ya elogiada.

– Te mato, Nené, no me dejaste entender, no… te digo en broma ¡yo me como este cañoncito de crema! me voy a poner como un barril.

– ¿Y la Raba? ¿cómo anda?

– Lo más bien, no quiso volver a trabajar a casa, a mí ni me miró más, después de todo lo que hice por ella…

– ¿Y de qué vive?

– Lava para afuera, en el rancho de ella, con la tía. Y al vecino se le murió la mujer, que es un quintero con terreno propio, y ellas le cocinan y le cuidan los hijos, se defienden. Pero es una desagradecida la Raba, esa gente más hacés por ellos peor es…

El relator describió a continuación el estado de las tropas francesas. Estaban sitiadas, poco a poco se debilitarían. Si Pierre llegaba a ellas no haría más que engrosar el número de muertos. Pero el astuto capitán concibió una maniobra extremadamente osada: vestiría el uniforme del enemigo y sembraría la confusión entre las líneas alemanas. Marie entretanto se enfrentaba con su marido.

– ¿Vos serías capaz de un sacrificio así, Mabel?

– No sé, yo creo que le hubiese abierto la herida, así él no volvía a pelear.

– Claro que si él se daba cuenta la empezaba a odiar para siempre. Hay veces que una está entre la espada y la pared ¿no?

– Mirá, Nené, yo creo que todo está escrito, soy fatalista, te podés romper la cabeza pensando y planeando cosas y después todo te sale al revés.

– ¿Te parece? Yo creo que una tiene que jugarse el todo por el todo, aunque sea una vez en la vida. Me arrepentiré siempre de no haber sabido jugarme.

– ¿Qué, Nené? ¿de casarte con un enfermo?

– ¿Por qué decís eso? ¿por qué sacas ese tema si yo estaba hablando de otra cosa?

– No te enojes, Nené ¿pero quién iba a pensar que Juan Carlos terminaría así?

– ¿Ahora se cuida más?

– Estás loca. Se pasa la vida buscando mujeres. Lo que yo no me explico es cómo ellas no tienen miedo de contagiarse.

– Y… algunas no sabrán. Como Juan Carlos es tan lindo…

– Porque son todas unas viciosas.

– ¿Qué querés decir?

– Vos tendrías que saber.

– ¿Qué cosa? -Nené presintió que un abismo pronto se abriría a pocos pasos de allí, el vértigo la hizo tambalear.

– Nada, se ve que vos…

– Ay, Mabel ¿qué querés decir?

– Vos no tuviste con Juan Carlos… bueno, lo que sabés.

– Sos terrible, Mabel, me vas a hacer poner colorada, claro que no hubo nada. Pero que yo lo quería no te lo niego, como novio quiero decir.

– Che, no te pongas así, qué nerviosa sos.

– Pero vos me querías decir algo. -El vértigo la dominaba, quería saber qué había en lo hondo de aquellas profundidades abismales.

– Y, que las mujeres parece que cuando tienen algo con Juan Carlos ya no lo quieren dejar más.

– Es que él es muy buen mozo, Mabel. Y muy comprador.

– Ay, vos no querés entender.

«-Si las tropas francesas avanzan, conviene que nos vayamos de aquí, mujer. Y más rápido con esos atados de heno y esas hormas de quesillo. Cada día estás más torpe, y hasta tiemblas de miedo, ¡tonta de capirote!

»-¿Hacia dónde iremos?

»-A casa de mi hermano, no comprendo por qué no ha vuelto por aquí.

»-No, a casa de él, no.

»-No me contradigas, o te descargaré esta mano sobre el rostro, que ya sabes cuán pesada es.»

– ¿Pero ésta se deja pegar? ¡qué estúpida!

– Y… Mabel, lo hará por los hijos ¿tiene hijos?

– Creo que sí. Yo lo mato al que se anime a pegarme.

– Qué porquería son los hombres, Mabel…

– No todos, querida.

– Los hombres que pegan, quiero decir.

El relator se despidió de los oyentes hasta el día siguiente, después de interrumpir la escena llena de violentas amenazas entre Marie y su esposo. Siguió la cortina musical y por último otro elogio conjunto a la pasta dentífrica y al jabón ya aludidos.

– Pero, che Mabel ¿qué es lo que yo no quiero entender que vos decís de Juan Carlos? -Nené seguía jugando con su propia destrucción.

– Que las mujeres no lo querían dejar… por las cosas que pasan en la cama.

– Pero, Mabel, yo no estoy de acuerdo. Las mujeres se enamoran de él porque es muy buen mozo. Eso de la cama, como decís vos, no. Porque hablando la verdad, una vez que se apaga la luz no se ve si el marido es lindo o no, son todos iguales.

– ¿Todos iguales? Nené, vos no sabés entonces que no hay dos iguales -Nené pensó en el Dr. Aschero y en su marido, no pudo establecer comparaciones, los momentos de lujuria con el odiado médico habían sido fugaces y minados por las incomodidades.

– Mabel, vos qué sabés, una chica soltera…

– Ay, Nené, todas mis compañeras de cuando pupila ya están casadas, y con ellas m’hijita tenemos confianza total y me cuentan todo.

– Pero vos qué sabés de Juan Carlos, no sabés nada.

– Nené ¿vos no sabés la fama que tenía Juan Carlos?

– ¿Qué fama?

Mabel hizo un movimiento soez con sus manos indicando una distancia horizontal de aproximadamente treinta centímetros.

– ¡Mabel! me hacés poner colorada de veras -y Nené sintió todos sus temores violentamente confirmados. Temores que abrigaba desde su noche de bodas, ¡hubiese pagado por olvidar el ruin ademán que acababa de ver!

– Y eso parece que tiene mucha importancia, Nené, para que una mujer sea feliz.

– A mí me dijo mi marido que no.

– A lo mejor te hizo el cuento… Sonsa, te estoy cachando, no es eso lo que me contaron de Juan Carlos, eso te lo dije para cacharte no más. Lo que me contaron fue otra cosa.

– ¿Qué cosa?

– Perdoname Nené, pero cuando me lo contaron juré que nunca, pero nunca, lo iba a decir a nadie. Así que no te puedo contar, perdoname.

– Mabel, eso está muy mal. Ya que empezaste terminá.

Mabel miraba en otra dirección.

– Perdoname, pero cuando hago un juramento lo respeto.

Mabel dividía en dos una masa con el tenedor, Nené vio que el tenedor era un tridente, de la frente de Mabel crecían los dos cuernos del diablo y debajo de la mesa la cola sinuosa se enroscaba a una pata de la silla. Nené hizo un esfuerzo y sorbió un trago de té: la visión literalmente diabólica se desvaneció y la dueña de casa concibió repentinamente una forma de devolver en parte a su amiga los golpes asestados durante la reunión y, mirándola fijo en los ojos, sorpresivamente preguntó: