»Si tan siquiera usted estuviera más cerca para poder desahogarnos juntas. Lo único que me consuela es que un día todo se va a terminar porque me voy a morir, porque de eso sí puedo estar segura ¿no? un buen día todo se va a terminar porque me voy a morir.»
Vuelve a doblar las dos cartas y junto con la escrita por ella misma las coloca en el sobre de tamaño oficio ya preparado. Toma otro sobre del mismo tamaño y escribe la dirección: Sra. Nélida Fernández de Massa, Olleros 4328 2do. B Capital Federal. Toma seis cartas con dedicatoria «Querida mía», etc. y firmadas «Juan Carlos». Las coloca en el segundo sobre y considera terminada su tarea. Sale del baño con ambos sobres escondidos entre su pecho y la salida de baño.
– ¿Por qué tardaste tanto?
– Me estaba depilando las cejas. ¿Te faltan las mangas nada más?
– Sí, prendé la estufa, nena. Tengo frío.
– Ya es primavera, mamá.
– ¡Qué me importa el almanaque! Yo tengo frío.
– Mamá, me dijeron una cosa… que me puso muy contenta.
– ¿Qué cosa?
– Me dijeron que aquella asquerosa de la Nené está en líos con el marido.
– ¿Quién te dijo?
– Se dice el pecado pero no el pecador.
– Nena, no seas así, contame.
– No, me hicieron jurar que no dijera nada, conformate con que te diga eso.
– ¿Y qué será de la vida de ella? ¿sabrá que falleció Juan Carlos?
– Sí mamá, debe saber.
– Podría haber escrito para darnos el pésame, Mabel escribió. Será que tiene mucho que hacer con los chicos ¿cuántos tiene? ¿dos?
– Sí mamá, dos varones.
– Nunca se va a quedar sola, entonces. Siempre va a tener un hombre en la casa… Yo no la entiendo a la madre de Nené quedarse acá en Vallejos teniendo esos dos nietos en Buenos Aires. Si vos te hubieses casado sería distinto…
– Mamá, no empieces de nuevo. Y te voy a contar una cosa, pero no te enojes.
– No me enojo, decime.
– Nené mandó el pésame, pero yo no te lo mostré, para que no te acordaras de esas cosas de antes.
– Así que se acordó, pobre.
– Sí mamá, se acordó.
– Ay… si yo tuviese nietos no estaría como estoy… Al hijo me lo llevó Dios y la hija no vaya a ser que se me quede sola, si yo me muero vos sabés bien cuál va a ser mi preocupación…
– Mamá…
– Sí, mamá, mamá, tenés que ser más despierta con los muchachos, tantos que conocés y todos nada más que amigos. Coqueteales un poco.
– Y si no gustan de mí qué le voy a hacer…
– ¿Y ese doctor Marengo? ¿no me dijiste que te sacaba mucho a bailar?
– Sí, pero como amigo.
– Nena, a mí me vinieron con el cuento de que te habían visto en el auto de él ¿por qué no me lo contaste?
– No, era una pavada, unos días antes de lo de Juan Carlos. Creo que llovía, y a la salida de la novena me acompañó.
– Yo tengo ganas de conocerlo, dicen que es muy simpático.
– Sí, mamá, pero está comprometido para casarse, la novia es de Buenos Aires…
– Nena ¿por qué te ponés así?
– Es que me sacás de quicio, mamá.
– Estás muy nerviosa, una chica tan joven y tan nerviosa.
– No soy tan joven ¡y terminala!
– Vení, nena, no te enojes conmigo… No te encierres en la pieza otra vez…
– Buenas tardes, a mí me mandan del «Hostal San Roque» ¿era acá donde vivía el señor Juan Carlos Etchepare?
– Sí, ¿qué deseaba?
– ¿Pero a usted yo no la conozco de alguna parte?
– No sé… ¿Usted quién es?
– La señora de Massa, y mis dos chicos.
– Usted es Nené. ¿No se acuerda de mí?
– No puede ser… Elsa Di Cario…
– Sí, soy yo la dueña de la pensión. ¿Se van a quedar unos días en Cosquín?
– No sabemos… me parece que no… dejamos las valijas en la estación de micros.
– Yo tengo una pieza con dos camas, pero tome asiento, señora. ¿Cómo encontraron la casa?
– Me mandaron del Hostal, fui ahí y pregunté dónde era que había vivido Juan Carlos estos últimos años.
– Mire, señora, si quiere le pongo otra camita en esa pieza y pueden estar cómodos los tres ¿su marido no viene con usted?
– No, se quedó en Buenos Aires. Pero me parece que seguimos viaje a La Falda, hoy mismo ¿hay micro?
– Sí, pero se van a tener que apurar. Es dentro de media hora.
– Sí, mejor que lo tome.
– Qué ricos los nenes, veo que a usted no le falta nada en la vida ¿pero no van al colegio? ¿están por muchos días de paseo?
– Nenes, vayan un poquito al patio, que tengo que hablar con la señora.
– Usted sabrá que Juan Carlos murió en Vallejos. Él se fue de acá a fines de marzo a pasar unos días con la familia, y no volvió más…
– Sí, ya sé, ya medio año que está muerto. ¿Y usted hace mucho que está acá?
– Sí, unos años, puse esta pensión y él se vino para acá. La familia le mandaba muy poco y si le alcanzaba para pagar una pensión no le alcanzaba para el tratamiento. Por eso puse pensión, pero yo no me imaginaba en la que me metía. Es algo de nunca terminar el trabajo de una pensión… Qué raro de vacaciones en octubre, hizo bien, porque hay poca gente, y no hace ni frío ni calor.
– ¿Juan Carlos se acordaba de mí?
– Sí, a veces la nombraba.
– …¿Y él a usted la quería?
– No me haga esas preguntas, Nené.
– Usted sabrá que yo lo quise con toda el alma ¿no?
– Sí, pero nadie tiene derecho a preguntarme nada, yo soy una mujer que se gana el pan y no le pide nada a nadie. Y usted es una señora casada que tiene todo, así que ya sabe. No quiero hablar de Juan Carlos, que en paz descanse.
– Yo no soy más una señora casada. Me separé de mi marido, por eso me vine para acá.
– No sabía… ¿y por qué vino para acá?
– Juan Carlos en las cartas me contaba siempre de Cosquín, quería conocer, y hablar con alguien que me contara cosas de él.
– Estaba muy delgado, Nené. Y era siempre el mismo, siempre iba al bar, y al final a mí me dio muchos dolores de cabeza, aunque esté mal decirlo… Jugaba mucho, al final era lo único que lo distraía, pero yo no sabe usted lo que tengo que cinchar acá en la pensión, tengo que estar en todas, Nené, porque si no la cocinera me gasta demasiado, y yo hago la limpieza y las compras y tengo que estar lo que se dice en todas. El único modo de que una pensión le dé un poco de ganancia es que la dueña esté en todas. Me encontrará muy avejentada ¿no es cierto?
– Y, pasaron muchos años.
– Pero cuánto lo siento lo de su marido… ¿qué pasó? ¿no me puede contar?
– Son cosas que pasan… Fue hace dos semanas, hace poquito, por eso me vine para acá. Pero el abandono de hogar lo hizo él, así que yo no tengo por qué preocuparme.