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El ya mencionado día jueves 15 de setiembre de 1968, a las 17 horas, los despojos de Francisco Catalino Páez yacían en la fosa común del cementerio de Coronel Vallejos. Sólo quedaba de él su esqueleto y se hallaba cubierto por otros cadáveres en diferentes grados de descomposición, el más reciente de los cuales conservaba aún el lienzo en que se los envolvía antes de arrojarlos al pozo por la boca de acceso. Ésta se encontraba cubierta por una tapa de madera que los visitantes del cementerio, especialmente los niños, solían quitar para observar el interior. El lienzo se quemaba poco a poco en contacto con la materia putrefacta y al cabo de un tiempo quedaban al descubierto los huesos pelados. La fosa común se hallaba al fondo del cementerio lindante con las más pobres sepulturas de tierra; un cartel de lata indicaba «Osario» y diferentes clases de yuyos crecían a su alrededor. El cementerio, muy alejado del pueblo, estaba trazado en forma de rectángulo y lo bordeaban apreses en todo su contorno. La higuera más próxima se encontraba en una chacra situada a poco más de un kilómetro, y dada la época del año se encontraba cargada de brotes color verde claro.

El ya mencionado día 15 de setiembre de 1968, a las 17 horas, Antonia Josefa Ramírez viuda de Lodiego se trasladaba en sulky desde su chacra hasta el centro comercial de Coronel Vallejos, distante catorce kilómetros. La acompañaba su hija Ana María Lodiego, de veintiún años de edad. Se dirigían a las tiendas para continuar con las compras del ajuar de la muchacha, próxima a casarse con un tambero vecino. Raba sentía mucha alegría de ir al pueblo, donde vivían sus cuatro hijastros, ya padres de once niños que la llamaban abuela. Pero su mayor satisfacción consistía en visitar a su hijo Pancho, instalado en un chalet de construcción reciente. Raba preguntó a Ana María si convendría más comprar las sábanas y toallas en «Casa Palomero» o en «Al Barato Argentino». Su hija contestó que no compraría lo más económico sino lo que más le gustase, en sábanas y toallas no quería ahorrar. Raba pensó en Nené la empaquetadora, a quien no veía desde hacía tanto tiempo, cuando la fue a despedir a la estación de tren, en Buenos Aires ¿treinta años atrás? Pensó en que si Nené hubiese estado en Vallejos la habría invitado para el casamiento de su hija. Después pensó en Panchito y en la bolsa de legumbres y el cajón de huevos que le llevaba de regalo. Panchito tenía una casa nueva y Ana María estaba por casarse, pensó con satisfacción Raba. Esa noche cenarían en casa de Panchito y no sería considerada una carga, porque llevaba buenos regalos. El sulky se sacudió debido a un pozo del camino. Raba miró el cajón de huevos, su hija le reprochó haber traído tanta cantidad. Raba pensó que Ana María tenía envidia de la casa de Panchito: todo había marchado bien desde la entrada del muchacho en ese taller mecánico. El dueño le había tomado aprecio y la hija del dueño se había enamorado de él. Claro que Panchito, considerado entre las chicas del pueblo como muy buen mozo por su físico atlético y sus grandes ojos negros, podría haber elegido como esposa a una muchacha más linda, pero la hija del dueño había resultado ser muy buena ama de casa. No era linda, y tenía ese defecto en la vista, pero ninguno de los tres hermosos niños había nacido bizco como la madre. La casa de Panchito había sido construida por su suegro en los fondos del solar donde se levantaba, junto a la acera, el taller mecánico. Como regalo de bodas había sido escriturada a nombre de la pareja.

De vuelta en su departamento después de la entrevista con el escribano, Donato José Massa se sentía muy cansado. La casa estaba a oscuras. La doméstica se había retirado a las tres de la tarde como de costumbre y su hijo menor no volvería hasta más tarde. Pese a insistírselo tanto, su hijo mayor no había aceptado permanecer con su esposa e hija en la casa, como durante los últimos meses de la enfermedad de Nené. Este primer año era el más difícil de sobrellevar -pensó el señor Massa-, después su hijo soltero se casaría y traería a su esposa a vivir a ese departamento demasiado grande para dos hombres solos. Prendió la luz de un viejo velador con pantalla de tul y se sentó en un sofá de la sala. El juego de sofás tapizado en raso francés no estaba protegido por las fundas de tela lisa color marrón. Para evitar el deterioro Nené quitaba las fundas solamente en ocasiones especiales. Su nuera las había quitado la noche del velorio y no había vuelto a colocarlas. El señor Massa tenía en la mano un sobre. Lo abrió, adentro había dos grupos de cartas: uno atado con cinta celeste y otro atado con cinta rosa. Notó en seguida que el de cinta rosa tenía letra de Nené… Desató el de cinta celeste y desplegó una de las cartas, pero sólo leyó unas pocas palabras. Pensó que Nené sin duda desaprobaría esa intromisión. Miró el raso de los sofás, parecía nuevo y eran casi imperceptibles las manchas de café y licores producidas la noche del velorio. La casa estaba en silencio. Pensó que Nené había dejado un vacío en la casa que nadie llenaría. Recordó los dos meses que habían estado separados a raíz de un incidente penoso, muchos años atrás. No se arrepentía de haber superado todo orgullo para ir a buscarla a Córdoba, donde ella se había refugiado con los dos hijos. Frente al incinerador del piso, instalado a un lado del ascensor, colocó las cartas en el sobre y las arrojó por el tubo negro.

Las cartas atadas con la cinta rosa cayeron al fuego y se quemaron sin desparramarse. En cambio el otro grupo de cartas, sin la cinta celeste que lo uniera, se encrespaba al quemarse y se desparramaba en el horno incineratorio. Se soltaban las hojas y la llama que había de ennegrecerlas y destruirlas antes las iluminaba fugazmente. «…ya mañana termina la semana…» «…que desconfiara de las rubias ¿qué le vas a consultar a la almohada?…» «…unas lagrimitas de cocodrilo…» «…¿al cine? ¿quién te va a comprar los chocolatines?…» «…nada de malas pasadas porque me voy a enterar…» «…te besa hasta que le digas basta, Juan Carlos» «…por ahí me voy a enfermar de veras, de mala sangre que me hago…» «…cuando se desocupa una cama es porque alguien se murió…» «…Te juro rubia que me voy a conformar con darte un beso…» «…no digas a nadie, ni en tu casa, que vuelvo sin completar la cura…» «…yo hoy hago una promesa, y es que me voy a portar bien de veras…» «…Muñeca, se me termina el papel…» «…porque ahora siento que te quiero tanto…» «…mirá, rubia, ya de charlar un poco con vos me siento mejor ¡cómo será cuando te vea…» «…te quiero como no he querido a nadie…» «…También hay un hospital en Cosquín…» «…ni bien tenga más noticias te vuelvo a escribir…» «…el agua del río es calentita…» «…vos también estás lejos…» «…pero cada vez que leo tu carta me vuelve la confianza…»