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Bueno, yo no debería hablarle como si usted tuviera la culpa, la culpable es quien le habrá ido con cuentos. Y ya que no le quieren dejar ver la verdad, se la muestro yo. Ésta es mi vida…

Mi padre no me pudo hacer estudiar, costaba mucho mandarme a Lincoln a estudiar de maestra, no era más que jardinero, y a mucha honra. Mamá planchaba para afuera y todo lo que ganaba iba a la libreta de ahorro para cuando yo me casara y tuviera mi casa con todo. La tengo, pero pobre mamá no por sus sacrificios, porque se le fue todo en médico y remedios cuando lo del finado papá. En fin, Celina estudió. Entonces era más que yo.

Muy bien, no hacía mucho que hablábamos con Juan Carlos cuando tuvo aquel catarro que no se le curaba. Ahora esto que lo sepa Celina: cuanto más lo entretenía yo a la noche charlando en la tranquerita… más tardaba él en irse a lo de la viuda Di Cario. A mí me lo decían todos, que Juan Carlos entraba por el alambrado del guardabarrera derecho a lo de la viuda mosca muerta. Era ella quien le chupaba la sangre y no yo. Hasta que dejó de ir, porque yo no lo quería ver más si él seguía en relación con esa, claro que yo lo hacía por celos de novia egoísta, qué sabía yo que las radiografías iban a dar esas sombras en los pulmones. Tome nota entonces: si Juan Carlos después de noviar conmigo se iba a lo de la viuda era porque conmigo se portaba a lo caballero.

Ahí vino el viaje a Córdoba. Se volvió precioso, a los tres meses. Y voy al grano: por más que la mujer de Aschero le haya gritado al marido delante de la sirvienta que él la engañaba conmigo eso no prueba nada. Pero usted creyó esos cuentos y se opuso al compromiso. ¿Y las pruebas de mi culpa? Nunca las tuvo.

¿Pero Juan Carlos seguía con la viuda? no. Para su información: yo siempre me quedé con una espina, porque un día, poco antes de distanciarnos para siempre, lo pesqué a Juan Carlos en una mentira… Tenía un pañuelito escondido en el bolsillo del saco, bien metido en el fondo, de mujer, perfumado, y no pude alcanzar a leer la inicial, bordada con muchos adornos, pero segura segura que no era «E», y la viuda Di Cario se llamaba Elsa. Me dijo que era de una chica que conoció en Córdoba, que él era hombre y tenía que vivir, pero cuando yo se lo pedí para quedármelo… me lo arrebató. Quiere decir que era una de Vallejos ¿no lo cree? Yo no sabía con quién agarrármela y le dije que la iba a degollar a esa viuda de porquería, y él se puso serio y me aseguró que la viuda no «corría» más, con esas palabras de los hombres que son tan hirientes para una mujer, aunque se tratase de Elsa Di Cario. Y me quedé con la espina para siempre.

Después ya vinieron los líos y nos distanciamos, pero es una lástima que usted no me haya escrito más, porque entre las dos a lo mejor podríamos arrancarle la careta a la verdadera asesina de Juan Carlos. Contra ésa se la tendría que agarrar su hija Celina, y no contra mí. Ya que Celina es soltera y tiene tiempo libre, sin casa propia ni marido ni hijos de que ocuparse, podría ser útil para algo y ayudar al triunfo de la verdad.

Volviendo al tema de las cartas de Juan Carlos, serenamente consulte su conciencia a ver si me pertenecen o no. La saluda atentamente,

Nélida

Postdata: Si no me contesta, ésta es la última carta que le escribo.

Frente a ella en la mesa, un niño llena prolijamente con lápiz cuatro renglones de su cuaderno con la palabra miau y cuatro renglones con la palabra guau. Entre las patas de la mesa y de las sillas otro niño busca un juguete pequeño conforma de auto de carrera.

*

TERCERA ENTREGA

Deliciosas criaturas perfumadas,

quiero el beso de sus boquitas pintadas…

Alfredo Le Pera

Álbum de fotografías

Las tapas están tapizadas con cuero de vaca color negro y blanco. Las páginas son de papel de pergamino. La primera carilla tiene una inscripción hecha en tinta: Juan Carlos Etchepare, 1934; la segunda carilla está en blanco y la tercera está ocupada por letras rústicas impresas entrelazadas con lanzas, boleadoras, espuelas y cinturones gauchos, formando las palabras MI PATRIA y YO. A continuación las carillas de la derecha están encabezadas por una inscripción impresa, las de la izquierda no. Inscripciones: «Aquí nací, pampa linda…», «Mis venerados tatas», «Crece la yerba mala», «A la escuela, como Sarmiento», «Cristianos sí, bárbaros no», «Mi primera rastra de hombre», «Noviando con las chinitas», «No hay primera sin segunda», «Sirviendo a mi bandera», «Compromiso del gaucho y su china», «Los confites del casorio» y «Mis cachorros». Estas tres últimas inscripciones están cubiertas deliberadamente por fotografías grandes que alcanzan a ocultar por completo las letras, y siguiendo este criterio las demás carillas de la derecha están todas dedicadas a las fotografías de tamaño mayor, mientras que las de la izquierda están ocupadas por grupos de fotografías de menor tamaño. Primer grupo de la izquierda: un anciano y una anciana sentados, busto de una anciana, busto de un anciano, calle de una aldea de las provincias vascongadas, niño de meses, familia en una volanta tirada por caballo blanco.

Primera fotografía grande de la derecha: niño de meses desnudo, rubio. Segundo grupo de la izquierda: un hombre y una mujer, él viste traje con chaleco y levita y ella ropa oscura larga hasta los pies, la misma pareja con dos niños en brazos, tres poses de la mujer del traje largo con dos ancianos y dos niños. Segunda fotografía grande de la derecha: entre un naranjo y una palmera aclimatada hay un aljibe con reja de línea simple, sentado en el aljibe un niño de tres años descalzo y vestido con sólo un pantalón blanco toma leche de un frasco con chupete agitando las piernas, a su lado una mujer con ropa blanca larga sostiene en brazos a una niña de meses desnuda que juega con las numerosas vueltas del collar de la mujer. Tercer grupo de la izquierda: diferentes poses de la familia junto al mar con ropas de ciudad y sombrilla japonesa. Tercera fotografía grande de la derecha: un jardín de pequeños canteros redondos bordeados por un cerquillo de alambre tejido contra el que se apoyan nardos y jacintos florecidos con una palmera enana en el centro de cada cantero, semicubiertos por la figura de un niño con saco de bordes redondeados, corbata de moño bohemio, pantalón que ciñe la rodilla seguido de polainas claras, y la figura de una niña con bucles y gran moño blanco trasparente alto en la cabeza, vestido blanco de pollera corta abultada por enaguas. Los siguientes grupos de la izquierda, hasta terminar el álbum, pertenecen a diferentes momentos de las décadas del veinte y el treinta, con la presencia frecuente de un joven de pelo castaño claro largo cubriéndole las orejas, figura atlética e invariable sonrisa. Las restantes carillas de la derecha están ocupadas como se ha apuntado por una única fotografía grande, en el siguiente orden: un terreno baldío con hamacas, trapecios, barras y argollas para atletismo, al fondo un cerco de alambre tejido y detrás algunas casas diseminadas en la llanura, yuyos achaparrados y un adolescente de pelo castaño claro apoyado en una barra mirando a la cámara, camisa con el cuello desabotonado, corbata y brazal de luto, pantalón semilargo hasta por debajo de la rodilla, medias negras largas hasta el muslo y alpargatas, a su lado otro adolescente con pelo negro rizado que escapa de la boina vasca, ropa raída y expresión de alegría salvaje al sostenerse en el aire tomándose de la argolla con un solo brazo, las piernas en ángulo recto con el tronco; el rostro de un joven Suboficial de Policía, aceitoso pelo negro rizado, ojos negros, nariz recta de aletas fuertes, bigote espeso y boca grande, con la dedicatoria «A Juan Carlos, más que un amigo un hermano, Pancho»; los dos jóvenes ya descriptos, sonriendo sentados junto a una mesa cubierta de botellas de cerveza y cuatro vasos, sobre los muslos de ellos sentadas dos mujeres jóvenes, con escotes bajos, carnes fatigadas, rostros desmejorados por los afeites excesivos y al fondo del mostrador de bar almacén cargado de damajuanas, una barrica de vino, estantes con latas de conservas, paquetes de especias, cigarrillos, botellas; escena campestre bajo un algarrobo, tendido en el pasto un mantel cargado de platos con milanesas, huevos duros, tortillas y frutas, al fondo muchachas y muchachos en actitud de esparcimiento, sentados en el pasto junto al mantel una muchacha de pelo negro corto y ondulado que se adhiere al rostro de óvalo perfecto, grandes ojos negros sombreados, expresión ausente, nariz pequeña, boca pequeña, busto comprimido por el vestido de gasa floreada, y un muchacho de pelo castaño claro, camisa abierta por donde asoma el vello del pecho, amenazando con un tenedor empuñado como daga al plato de milanesas; la misma muchacha de la fotografía anterior, sentada en pose de estudio fotográfico, pero con la misma expresión indiferente, el vestido formando drapeados en torno al busto, collar de perlas, cabello más largo lacio con raya al medio y rizado permanente en las puntas, la dedicatoria dice: «Con simpatía, Mabel, diciembre de 1935»; el rostro de la misma muchacha, el mismo peinado con el agregado de una vincha atada por delante en moño enmarcando la frente, la dedicatoria es «Un recuerdo de Mabel, junio de 1936»; un grupo de tres parejas posando con ropas de época, respectivamente Restauración, Tercer Imperio y Fin de Siglo, quedando la joven que encarna la última época más cerca del objetivo, pelo rubio peinado hacia arriba descubriendo la nuca, ojos claros con expresión deslumbrada, propia de quien contempla o imagina algo hermoso, nariz levemente aguileña, cuello largo, figura esbelta; con fondo de sierras y álamos, arropado con un poncho, el pulóver colocado bajo los anchos pantalones blancos de cintura alta hasta el diafragma, el joven de pelo castaño claro, más delgado pero con la tez bronceada por el sol y su sonrisa característica, y dedicatoria «Con el cariño de siempre a mi vieja y hermanita, Juan Carlos, Cosquín 1937»; brindando con sidra junto a una torta de cumpleaños una joven de baja estatura, pese al jopo alto armado sobre la frente, con escote cuadrado y un broche en cada ángulo, una mujer de edad sobriamente vestida y el joven de pelo castaño claro, más delgado, con los ojos notablemente agrandados y cavados en el rostro, mira su copa con sonrisa apenas esbozada; el joven de pelo castaño claro en un sulky con fondo de sierras y cactus, los detalles no se distinguen debido a que la fotografía ha sido tomada casi a contraluz.