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Kyle se maldijo y clavó la mirada en el horizonte. Estaba perdiendo el control, lo que nunca le pasó hasta ahora. Se obligó a pensar en otra cosa que no fuera ella y sus ojos volaron hacia los colores de su tartán. Aquello fue suficiente para enfriar su calentura. Aún así, cuanto antes llegaran a Stone Tower, mucho mejor para su salud mental.

Capitulo 17

Stone Tower era una fortaleza impresionante, cuadrada, rodeada de un muro exterior. La torre principal estaba levantada en el centro y la flanqueaban otra cuatro, una en cada esquina.

El grupo y las reses atravesó muralla en silencio y, mientras cruzaban la aldea interior, todos cuantos se cruzaban les observaban con interés. No era para menos. Los colores de los prisioneros, les delataban como enemigos.

Josleen se irguió y miró al frente, evitando mostrarse intimidada. Pero una cosa era haber sido rehén en campo abierto y otra, muy distinta, encontrarse en la guarida del McFersson. Además, su orgullo ya había quedado bastante vapuleado, al despertar recostada sobre el pecho de él.

Aún así, se fijó en cuanto veía. Fuera del recinto amurallado había visto grupos de cabañas que ocupaban el valle y parte de la pequeña loma. En el interior debía haber, al menos, otras sesenta viviendas, conformando una calle principal por la que ahora transitaban.

Mantenía cierta semejanza con los castillos ingleses.

La curiosidad que levantaban les proporcionó una fisgona escolta de observadores hasta que llegaron a una amplia plaza en forma redonda, donde se encontraba la torre principal.

Una vez dentro, les recibió un patio cuadrado donde algunos hombres practicaban con la espada y el arco y que, de inmediato olvidaron su entrenamiento para acercárseles.

Apenas pisar el suelo, Kyle gruñó:

– ¡Encerradlos!

Se bajó del caballo, estiró los brazos, enlazó el talle de Josleen y la dejó en tierra. Kyle escuchó algunos murmullos de admiración, pero hizo oídos sordos.

Ella le regaló una mirada furiosa y, dando media vuelta, caminó en pos de su escolta.

– ¡Tú, no!

Se atragantó el escucharle. Se volvió.

– No, gatita -susurró, clavando en ella su mirada ambarina y acercándose-. Tú no vas a las mazmorras.

– Entonces, ¿dónde se supone que vas a encerrarme, McFersson? -dijo su nombre como un insulto.

– ¿En mis dependencias…?

Ella tragó saliva. La clarísima alusión encendió su ira. ¡Por Dios que no podía consentir que la humillara delante de todos! Tomó aire, cerró los puños con fuerza y lanzó el golpe. Tener las muñecas atadas ayudó a potenciarlo. Kyle recibió el trallazo en el mentón y la sorpresa le hizo retroceder.

Un estruendo de risotadas estalló a su alrededor. La mirada de Kyle se convirtió en oro líquido, pero no dijo palabra. Se tocó la parte lastimada y ella lamentó haber actuado tan imprudentemente. Si era verdad todo lo que contaban de él, muy bien podría cortarle la cabeza ahora mismo. Le miró con cierta reserva, pero no cedió un palmo de terreno. Y se obligó a no salir corriendo cuando él volvió a acercarse. Aunque hubiera sido mejor haberlo hecho. Al menos, podría haber salvado parte de su orgullo. No supo si fue como escarmiento, pero él la agarró y se la echó sobre el hombro, caminando luego a largos pasos hacia la entrada.

Josleen eligió los peores insultos que conocía y le informó de cada uno de ellos mientras se ahogaba con cada zancada de él que la hacía rebotar sobre un hombro de granito.

Kyle la dejó desahogarse a placer. No hizo nada para acallar la sarta de improperios, aunque todos los que se cruzaban con ellos se paraban a mirarlos, entre divertidos y asombrados.

Atravesó el salón, luego una galería fresca, otro patio cuadrado con decenas de macetas y una fuente, otra galería…

Kyle abrió una puerta con el hombro libre, entró y la dejó caer de golpe sobre una cama. Libre, Josleen trató de escabullirse. Fue agarrada del cabello y regresada a la cama.

– ¡Maldito hijo del diablo! -le gritó.

– Quédate donde estás y evitarás problemas.

Le obedeció. ¡Qué otra cosa podía hacer! Seguir resistiéndose era de idiotas, porque estaba desfallecida. Además, ni siquiera sabía dónde estaba después del laberinto de pasillos por el que la condujo cabeza abajo. Así que se acomodó en el cabecero y esperó.

Kyle fisgaba en un arcón situado en la pared izquierda, bajo la ventana y ella aprovechó para dar un vistazo al cuarto. Era una habitación grande y poco amueblada. La cama, un par de arcones y dos sillones frente al hogar. Pero algunas alfombras en las paredes y en el suelo la hacían acogedora. Espartana. Pero agradable.

Josleen frunció el ceño cuando le vio acercarse con un cuerda en la mano. Antes de que pudiera protestar, él la pasó entre las que aún sujetaban sus muñecas y la dejó atada a los hierros de cabecero. Apretó los dientes, reprimiendo otra tanda de insultos y guardó silencio mientras él buscaba de nuevo en el arcón y regresaba con un trozo de tela. Alzó las cejas. ¿Es que pensaba amordazarla?

Todo lo que hizo Kyle fue colocar el lienzo entre la piel y las sogas, para evitar que siguieran lastimándola. Luego, abrió la puerta.

– ¿Vas a dejarme aquí?

Kyle se volvió a mirarla. Dejó de respirar. La claridad que entraba por la ventana bañaba sus cabellos convirtiéndolos en fuego.

– Te quedarás aquí.

– Prefiero ir con los míos a las mazmorras.

– Y yo prefiero que te quedes aquí, mujer. ¡Y aquí te quedarás!

– ¡No puedes retenerme en tus habitaciones! ¡Maldito seas, Kyle McFersson! ¡Juro que si mi hermano no te arranca la cabeza con su espada lo haré yo!

El la miró fijamente durante unos segundos que a ella le parecieron horas. Después, se acercó. Sus grandes manos acunaron su rostro, bajó la cabeza y su boca atrapó la de Josleen.

El primer impulso fue morderlo. Algo estalló en su pecho, como la otra vez. La sangre se le volvió más espesa, le costaba trabajo respirar. Él sabía tan bien, que deseaba besarlo y besarlo y besarlo… Pero Kyle se distanció y ella ahogó un suspiro.

– Si alguna vez vuelvo a enfrentarse con Wain McDurney, muchacha, será él quien acabe sin cabeza.

Lo dijo con tanta convicción, que Josleen fue incapaz de replicar. Le odió. Y le deseó. Aquellos dos sentimientos tan opuestos la levantaron un terrible dolor de cabeza y acabó maldiciendo a voz en grito al hombre hasta que, rendida por el cansancio y por el llanto, se quedó dormida.

Capitulo 18

– ¿Quién es ella, Kyle?

El jefe del clan no tenía que dar explicaciones a nadie. Su posición social como líder no le obligaba más que a rendir cuentas cada determinado tiempo ante el consejo de ancianos. Era dueño y señor de hacer lo que le viniera en gana y por lo tanto, la pregunta no venía al caso. Pero en esos momentos no se sentía como el jefe de nada y era su madre la que preguntaba. Sentado a la mesa, con sus hermanos, su madre y su hijo, amén de cuatro de sus hombres de confianza, bien podía ser el momento de hacer concesiones.

Kyle contestó como ausente.

– Una McDurney.

Ella se irguió y le miró con atención. Inició un trote con las rodillas para entretener al niño y sus ojos, tan dorados como los de Kyle, refulgieron.

– Una McDurney.

– Estará aquí hasta que Wain pague un rescate.

– ¿Es algún familiar suyo?

– Es su hermana, madre.

– Oh.

– Y una bruja -dijo Kyle, pasándose el dorso de la mano por el mentón que ella golpeara con tanto acierto.

James rió con ganas.

– Pero es muy bonita.

– Como todas las brujas -refunfuñó Kyle.