– ¿Qué es eso?
– Un poco más de tiempo. Y cuando sea el momento oportuno hablar con él y decirle lo que piensas.
– Eso no es fácil. Es el jefe y no debo estorbarlo. Mi abuela me lo repite a menudo.
– ¡Por Dios! -gimió de nuevo. ¿En qué casa de locos estaba?
Malcom se levantó de un salto. Sonrió de oreja a oreja y dijo:
– Me ha gustado conversar contigo, aunque no seas una bruja, Josleen. ¡Y podré contar a los otros que he estado hablando con una enemiga! -soltó ufano- Aunque… ¿me creerán?
Josleen le regaló una sonrisa.
– Si no lo hacen, que vengan a verme, si son capaces. Aunque dudo que sean tan valientes. Seguramente se quedarán en sus casas, temblando de solo pensarlo.
Malcom estalló en carcajadas y corrió hacia la puerta. Josleen se encontró sonriendo a la madera, como una boba. Pero al segundo, la irritación frunció su ceño. ¡Santo Dios! ¿Dónde había ido a caer? Una casa en la que un niño estorbaba. ¿Es que Kyle McFersson carecía de sentimientos? ¿Cómo podía excluir a su propio hijo de su vida?
Se dejó caer sobre la cama, clavando la mirada en las vigas del techo. Si ella pudiera hacer algo para que Malcom fuera feliz…
Capitulo 21
Era medio día cuando la puerta volvió a abrirse.
Para entonces, Josleen sólo había recibido la visita de una criada que la acompañó a hacer sus abluciones matinales. Y estaba de un genio de mil diablos. Necesitaba un buen baño y cambiarse de ropa. Y había renegado un millón de veces contra el maldito McFersson. La gustaría arrancarle los ojos o marcarle con las uñas y…
Kyle asomó la cabeza y ella, al verle, le tiró el atizador.
Él lo evitó echándose a un lado y el arma atravesó el hueco de la galería y cayó al patio, rebotando antes en la piedra de la barandilla. Abajo, alguien protestó airadamente y a ella se le encogió el estómago. Pasó al lado de Kyle, empujándolo, y se asomó, rezando para no haber herido a nadie.
James miraba hacia arriba con el atizador en la mano.
– ¡Vaya, señora mía! -le dijo- Creí haberme portado de modo caballeroso con vos durante el viaje. ¿Éste es el pago? ¿Es que queréis asesinarme?
Josleen deseó esfumarse. ¡Había estado a punto de matarlo! Se puso roja como la grana.
– Lo siento.
De pronto, James se echó a reír, confundiéndola.
– Me imagino que era un regalo para el mulo que tenéis a vuestro lado.
Josleen sintió la presencia de Kyle junto a ella y se puso tensa.
– Imagináis perfectamente, James. Es una lástima que haya errado el disparo.
Kyle la agarró del brazo y la metió en la habitación, mientras las carcajadas de James resonaban abajo. Se revolvió para enfrentarle y se preguntó qué vendría ahora. Él la miraba con gesto poco amistoso.
– Pensé que los McDurney tenían más sesos. ¿De veras pensabas matarme?
– Me hubiera conformado con abrirte una buena brecha en esa cabeza dura que tienes.
Kyle no dijo nada más, pero la atenta inspección la provocó sofoco. Se hizo a un lado cuando él se acercó, un poco temerosa. Pero él empezó a desnudarse. Y el acaloramiento se tornó en algo distinto que la irritó. ¡Maldito fuese! ¿Dónde quedaba su decencia? Dándole la espalda, se acercó a la ventana.
Kyle la miró de hito en hito mientras se cambiaba. ¿Qué diablos se suponía que estaba haciendo? O la cedía el cuarto y ocupaba otro o la encerraba al otro extremo de la fortaleza. Contrariamente, ella estaba allí y él había pasado la noche con las bestias. Alguien llamó y él pegó una voz permitiendo la entrada.
Entró un hombre arrastrando un pequeño baúl.
Josleen dejó escapar una exclamación al reconocerlo. ¡Era su baúl! ¡Sus ropas! El individuo lo dejó cerca de la ventana y desapareció. Josleen se acercó, lo abrió y comenzó a registrarlo.
– ¡No falta nada! -rugió Kyle.
Dio un bote y se volvió a mirarlo.
– Imagino que no -susurró-. Sólo buscaba algo para cambiarme.
– Enseguida me marcho -gruñó él.
Por el rabillo de ojo le vio ponerse una chaquetilla más liviana. Estaba muy enfadado. Tal vez no fuera para menos. Había metido la pata, y se percató de su error. Kyle había mandado traer sus pertenencias y ella le había lanzado el atizador. Su madre la educó para reconocer las faltas, de modo que se disculpó.
– Lo lamento. Lo de antes… -se le quebró la voz.
Kyle enarcó una ceja. El sonrojo en sus mejillas le hizo sentir un vuelco en el pecho.
– ¿Has comido algo?
– Sí. Gracias.
Kyle acabó de guardar sus cosas en completo silencio. Al abrir la puerta dijo:
– Habrás visto que no hay guardia – ella asintió, sin mirarle-. Eres libre de ir y venir por Stone Tower a tu placer. Pero espero, de tu sentido común, que no arriesgues la vida de tus hombres, porque cualquier intento de fuga lo pagarán ellos.
Dos lagos azules y helados le atravesaron.
– No pienso hacer nada que los ponga en peligro, McFersson -le prometió-. Su vida es muy preciada para mí, porque son mis amigos.
– Entonces, ¿cuento con tu palabra?
– La tienes a ese respecto. Pero no te confundas y creas que me has derrotado. Aguardaré a que te pongas en contacto con mi hermano para hablar sobre mi rescate. Porque lo harás, ¿verdad? Significa una buena suma para ti. Tal vez, ganado. Y confío en que no te signifique una guerra. ¿Cuándo le mandarás recado?
– Cuando lo crea conveniente.
– Cuanto antes, McFersson -le exigió.
La mirada de Kyle fue tormentosa.
– Dije… cuando lo crea conveniente, muchacha.
Su tono no dejaba lugar a discusión y Josleen prefirió guardar silencio. No podía hacer otra cosa más que esperar. Su argucia de hacer creer a Wain que había llegado a tierras de Ian McCallister no podía ser más que eso, una artimaña para que su hermano pagara lo que le pidieran. A fin de cuentas, todo se trataba de sacar mejor tajada de su secuestro. La enardecía, pero no podía culparlo por intentar sacar ventaja. Wain hubiera actuado del mismo modo. De hecho, esa fue su táctica cuando secuestró a Sheena, decidido a exigir concesiones a los Gowan. Sin embargo, su ahora cuñada le robó el corazón y cuando se entrevistó con el clan de Sheena no exigió rescate alguno, sino la celebración de una boda que acabó con la enemistad de ambos clanes.
Al quedarse a solas, Josleen buscó en el baúl. Eligió un vestido azul pálido, se desnudó y se cambió. Estaba más que harta de permanecer allí y puesto que el mismo McFersson la había otorgado libertad, aprovecharía la buena disposición de su carcelero.
Lo primero que pensaba hacer era saber en qué maloliente agujero tenían encerrados a los hombres de Wain. Juró por lo más sagrado que si les encontraba en deplorables circunstancias, o golpeados, Kyle sabría lo que era el carácter de los McDurney.
Capitulo 22
Resultó fácil averiguar el lugar en el que se encontraban los prisioneros. Una mujer le indicó la parte derecha de la torre principal, aunque eso fue después de mirarla de arriba abajo, como si tuviera la tiña. Atravesó el patio y empujó una pesada puerta.
Era un pasadizo largo que bajaba hacia las entrañas de la tierra, alumbrado por antorchas engarzadas al muro.
No encontró guardias y caminó con paso decidido, aunque según se adentraba y el olor a humedad atacaba sus fosas nasales, se encontraba más tensa. Llegó a una sala abovedada.
Allí había dos sujetos. Uno estaba sentado tras una mesa montada sobre caballetes. El otro, a su lado, sostenía una pila de bandejas vacías sobre las que se acumulaban cuencos y algún trozo de pan. Ambos la miraron en silencio y el que estaba sentado se incorporó.